omo una virgen camino al altar surge del suelo la obra La Pachamama, de la artista Marión Macedo quien, junto al fotógrafo Fernando Cuéllar, propone un renacer de la vida con la exposición Revive el papel... revive la fotografía, que se puede contemplar en el Espacio Simón I. Patiño hasta el 21 de mayo. Las esculturas, calados y fotografías de la muestra tienen como base los fundamentos del proyecto Moda en Papel, con el que —desde 2005— ambos artistas se centran en el papel reciclado, que se convierte en la materia prima de cada una de las creaciones. “Le hemos dado ese título a la exposición porque creo que nuestra obra muestra que estamos reviviendo distintos elementos”, precisa Macedo.
En sus comienzos, Moda en Papel se dedicaba a diseñar vestidos de papel y a organizar desfiles. Ahora, Macedo y Cuéllar dan un paso adelante: incursionan más en lo artístico y evolucionan tanto en el manejo de las técnicas de la realización de esculturas como en la creación de obras de arte, usando una cámara fotográfica como herramienta. Con esta exposición, ambos creadores avanzan un poco más en esa línea: hacer que el público aprecie a la fotografía artística como una obra, que comprenda que este tipo de trabajo puede ser tan importante e impactante como una pintura.
La experiencia de producir esculturas de figuras humanas llevó a Macedo a la conclusión de que “a partir de elementos tan simples como un maniquí y el papel se puede desarrollar una obra que cobre vida o, dicho de otro modo, se puede crear un objeto al cual dar vida”. Y hacia esto evolucionó la artista, como queda reflejado tanto en las esculturas con volumen como en las fotografías que se contemplan en la exhibición.
En toda la obra los calados dialogan con las esculturas, al tratarse en ambos casos de composiciones elaboradas con papel. Pero la técnica empleada para su creación fue distinta, y en el caso de los calados la artista recurrió a libros que ya nadie leía, que quedaron arrinconados, a textos escritos en alemán que alguien decidió desechar para siempre. Tras pasar por las manos y la mente de Macedo se transformaron en aves, lámparas y figuras abstractas. Los calados no tienen ninguna relación con las historias que contenían las publicaciones utilizadas como materia prima: sus formas ya solo responden a la imaginación de ella.
Al recorrer la sala de exhibiciones, el espectador se topa con bustos que cuelgan de las paredes, unas piezas que, al ser apreciadas en detalle, dan la sensación de haber sido realizadas con una suerte de efecto en tercera dimensión. En realidad son moldes tomados de los maniquíes, que luego se convirtieron en el foco de las fotografías. “Por un lado están estas imágenes y, por otro, los bustos que nos dan la forma, el volumen; es una técnica de moldeado en papel que recupera el volumen del cuerpo, es lo que complementa y compensa a la fotografía”, afirma Macedo.
Macedo reconoce no estar segura de que Cuéllar y ella sean pioneros en el manejo de esculturas en papel, pero no tiene dudas de que sí son innovadores en arte del calado de libros, técnica que aplica con destreza y que le da al objeto “un sentido que no es el convencional”, totalmente ajeno al que tradicionalmente ha tenido.
En cuanto a la parte fotográfica, trabajaron las piezas con los maniquíes en diferentes facetas, logrando imágenes contemporáneas y novedosas. “Queremos entrar en una fase de divergencia con relación al elemento que se trabaja, al impacto visual, al concepto fotográfico, a lo decorativo”, refiere Cuéllar. El fotógrafo explica que se convirtió en un reto conseguir que las fotografías de los moldes pudieran reflejar un estado de ánimo, que causen a quien las ve una sensación visual agradable.
Con ese fin, Cuéllar se apoyó en la medición del volumen y de la profundidad y en el manejo de la luz. Utilizó claroscuros y recurrió a efectos mediante Photoshop, el programa informático de edición de fotografías. Con esta herramienta logró darles una textura y un color que las convierten en piezas visualmente mucho más armónicas.
En el trabajo final cada rostro muestra un estado de ánimo diferente y el artista bautizó a cada una de sus obras con términos griegos “de un significado sublime”. Aglaia, Alysa y Aretha, Adara y Adonia son algunos de las denominaciones para describir la alegría, la belleza. Efectivamente, en muchos casos, las piezas recuerdan bastante a las obras maestras clásicas.
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