El vino tinto servido en vasos blancos de plástico, ordenados por filas sobre la mesa de madera en el frontis de la Sala de Chanchos, anuncia el brindis por un acontecimiento especial. El rito se repite con frecuencia en esa construcción de ladrillo, piedra, adobe, tejas y fierros donde, hasta el año 1992, se sacrificaban corderos, vacas, cerdos y cabras, y que desde el 2006 es un vivero de las artes que ha transformado el barrio de San Sebastián, en el ala sudoeste de la ciudad de Cochabamba.
Se trata de la muestra Arquitexturas, que habla de la fisonomía de la Llajta y que los visitantes intentan descifrar mientras fruncen el ceño al mirar los cuadros que cuelgan de los muros de este espacio, cuyo nombre fue recuperado mediante una investigación histórica, gracias a la reconstrucción de la memoria colectiva con relatos de vecinos, matarifes y mañazos. Más de una decena de salones con títulos atípicos (Zona del Chancho Pelado, Sala de la Carne Robada, Sala de las Cabezas, Sala de Corderos...) son escenarios donde se desarrolla este proyecto de gestión cultural llamado mARTadero.
Cerca, en el café que también sirve de sala de reuniones, dirigentes y directores zonales y de variopintas instituciones, miran la proyección de diapositivas que son explicadas por un hombre alto, de barba y que por la zeta pronunciada con que habla, es definitivamente de procedencia española. Se trata de Fernando García, fundador y director del emprendimiento, quien delinea la segunda fase del plan que tras un quinquenio de existencia dará inicio a la fase del “mARTadero 2.0”.
El cambio tiene que ver con las “redes sociales”, pasa por la transformación física del espacio del antiguo matadero municipal y por la organización y gobernanza del equipo de García. “Han sido cinco años de altibajos, en la búsqueda del financiamiento que permita dejar el sistema de voluntariados y crear condiciones de estabilidad laboral para los integrantes del grupo, como tener muy claros los siete principios en que se basa esta experiencia de gestión cultural: innovación, investigación, experimentación, rigor conceptual y formal, integración, intercambio, interculturalidad”, reza García.
A la par, son siete las áreas de trabajo: artes visuales, audiovisual, artes escénicas, música, letras y literatura, diseño gráfico y arquitectura e interacción social; y se suman siete programas integrales para el desarrollo: formARTe, taller de creatividad infantil, vivo y verde, residencias artísticas, vivero de emprendimientos artístico-creativos, políticas culturales y desarrollo barrial. Esto último es lo que más ha repercutido en San Sebastián, ya que el mARTadero no sólo ha acercado el arte a sus habitantes, sino que ha cambiado el aspecto de la zona y ha permitido bajar los índices de delincuencia en un lugar donde antes los malhechores operaban por la falta de luminarias o porque las calles lucían vacías durante las noches.
García estudió arte y arquitectura. Dejó hace 14 años las tierras cálidas de su natal Sevilla para sumarse a este proyecto que sigue la corriente mundial de rehabilitación de la arquitectura industrial para usos culturales. En ciudades como Toulouse (Francia), Salta (Argentina), Madrid (España), Copenhague (Dinamarca), Wels (Austria) se recuperan usinas, mercados, fábricas, estaciones y mataderos, dándoles un uso creativo para el bien social.
Memorias de antaño
La zona donde se asienta la edificación, a pocas cuadras de la plaza del barrio, sirvió a principios del siglo XIX de asiento de las tropas realistas que un 27 de mayo atacaron la Colina de la Coronilla. Se aprovecharon de la espesura de sembradíos y bosques allí donde la “serpiente negra”, el canal de aguas servidas, era la línea fronteriza con el casco urbano.
Alrededor de la plazuela se gestó una realidad diferente a la de las élites cochabambinas. Las corridas de toros y las peleas de gallos simbolizaron las costumbres y la forma de vida ruralizada y popular.
En 1889 se decidió el traslado del matadero al área sudoeste. Después de las corridas de toros, los animales eran trasladados al degolladero para su carneo. Estas fiestas permitían la integración de hombres, mujeres y niños que asistían para compartir momentos de regocijo. Pero tras la preocupante situación higiénica, se decidió la construcción de un matadero modelo. Se buscó dinero durante dos décadas, hasta que el 12 de agosto de 1924 se aprobó la propuesta de la firma Morató-Sarmiento-Tapias. El 15 de septiembre se colocó la piedra fundamental de la edificación.
Miguel Tapias fue su constructor, inmigrante español que echó raíces a finales del siglo XIX, con el sueño de un mejor destino en el continente americano. Este arquitecto pionero no sólo ideó el flamante matadero que recién pasó a manos del Concejo Municipal en 1940, sino que fue artífice de otras creaciones que consolidaron el progreso de la ciudad del primer siglo de la época republicana. Entre ellas figuran la Casa Bickenbach, ubicada en la plaza 14 de Septiembre; el Banco del Estado, más conocido como Museo Arqueológico de la Universidad de San Simón; la Facultad de Medicina y la sede actual del Colegio de Arquitectos. El inmueble siguió la influencia de los mataderos que el francés Urbain Vitry realizó entre 1828 y 1831 en su natal Toulouse, con el racionalismo funcional como paradigma. Hoy, el terreno que alberga al mARTadero no olvida sus raíces, muestra de ello es la piedra de clave que cuelga en el ingreso y que expone la siguiente leyenda: “Matadero Municipal. H. Concejo. M. 14 septiembre MCMXXIV”.
El inicio del cambio social
El Segundo Concurso Bienal de Arte Contemporáneo del 2004 se constituyó en el detonante para pensar en cambiarle el aspecto al sitio que lucía abandonado, tras haber acogido hasta 1992 al matadero municipal. Se planteó con ello una transformación del entorno social, todo a partir del arte contemporáneo. Se hizo la solicitud del comodato a la Alcaldía. La artista austriaca Angélika Heckl lideró este sueño durante dos años, el que fue heredado por García y que actualmente cuenta con una organización de 24 personas que piensan y trabajan estrategias de manera colectiva.
En uno de los ambientes que también sirven de residencia para artistas que realizan presentaciones o dictan talleres, la pared tiene inscrita la palabra Lesviatan, como huella de una obra que presentó allí Anuar Elías, experto en explorar en las palabras.
García relata que en estos años se ha consolidado el espacio arquitectónico, se lo ha transformado y a partir de ahora se apunta a consolidarlo a partir de una mayor interacción con la gente del barrio San Sebastián, a través de redes que permitan intercambios con otros artistas del mundo, y con el fortalecimiento de la gestión cultural, desde una visión integral.
El mARTadero no es una fundación, indica García. Es un proyecto impulsado por el Nodo Asociativo para el Desarrollo de las Artes (NADA), que recibió la concesión de uso del inmueble de parte de la Alcaldía. Por otro lado está la Fundación Imagen, encargada del diseño gráfico y arquitectónico y de la gestión cultural. Ambas entidades realizan independientemente otros proyectos; aunque el más importante, sin duda, es el mARTadero, que ya logró importantes avances en estos cinco años: ha cambiado, en el imaginario de propios y extraños, la referencia de este barrio marginal, al que ahora miran como un centro de expansión cultural y de transformación social. O sea, en este tiempo San Sebastián pasó de ser considerada “una zona roja” a “una zona artística y cultural”.
En busca del “arte cocina”
Lo que une a la gente que trabaja y vive en el mARTadero es la idea de que el arte, y principalmente el contemporáneo, tiene el poder de cambiar a la sociedad. “No es un arte de salón, es un arte de cocina, donde se cocina ideas; es la idea que a través de los procesos artísticos se pueden generar procesos sociales”, manifiesta García, mientras invita a presenciar la obra de teatro que acaba de empezar en el megaespacio central que mantiene el nombre de Playa Grande, y al cual se accede tras deslizar suavemente la inmensa puerta de metal de la entrada. Las graderías de madera están colmadas y dejan entrever a contraluz, a causa de los reflectores del escenario, las figuras de los asistentes.
Bonitas, escrita e interpretada por Soledad Ardaya y María Teresa Dal Pero, es la máxima atracción, una pieza que representa, a través de los diálogos, movimientos e interacciones entre las actrices, la búsqueda del sentido de la vida, que constantemente va mudando con el transcurso del tiempo, de la experiencia personal y de las circunstancias. No es la primera vez que ellas actúan en este sitio, cuenta Ardaya, quien afirma que el mARTadero es un espacio que ha consolidado un público en este quinquenio de vida. Más aún, el lugar se ha ganado buena reputación en el mundo de la cultura, gracias a las exposiciones, festivales, obras teatrales, ponencias, discusiones, talleres... que albergan sus ambientes, desde la Sala de Chanchos hasta la Sala de Corderos.
Allí habita el arte, y como decía el crítico alemán Walter Benjamin: “Habitar es dejar huellas”. Son las huellas que han marcado las personas que han habitado y habitan este sitio las que transforman el barrio de San Sebastián, emblemático de Cochabamba, esta vez a partir de una obra de arte que recibe el nombre de mARTadero.
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