Es la deidad de las profundidades, del Manqhapacha, de la oscuridad y del fondo de la tierra. Pero no es, como podría pensarse, una deidad maléfica. Por el contrario, tiene pronunciados rasgos benéficos, pues bajo su cuidado están las semillas, que germinan debajo de la tierra y emergen en la superficie para alimentar a los humanos. Pero también es la deidad encargada de guardar y cuidar los minerales, fuente de riqueza, pero también de innúmeras desgracias. Su nombre es Supay o Supaya, y agosto es para él, como para la Pachamama, el mes propicio: la tierra se abre y está dispuesta para recibir las ofrendas de los hombres.
Por ello, precisamente en agosto, el Museo Nacional de Arte abrirá una exposición dedicada a explorar las diversas formas que esta deidad indígena andina ha adquirido a través del tiempo, desde sus formas originarias hasta sus múltiples transformaciones; desde los objetos arqueológicos hasta las manifestaciones del arte contemporáneo. Y en esta exploración, la exposición, que se abre al público el miércoles 24 de agosto, se detiene especialmente en una ambigua e inquietante figura propia de las minas de la región andina de Bolivia, una deidad benefactora y protectora, pero al mismo tiempo temible: el Tío.
Édgar Arandia Quiroga, pintor y antropólogo, director del Museo Nacional de Arte, explica que esta exposición responde a una política iniciada en su gestión. “Cuando me hice cargo de la dirección”, dice, “propuse que el patrimonio colonial del Museo debe enfrentarse en un diálogo con los mitos profundos del ser boliviano”.
Ese enfrentamiento o diálogo ya ha tenido dos importantes manifestaciones. Por una parte, la exposición Tata Santiago/ Tata Illapa que confrontó, precisamente, la iconografía y los sentidos de las representaciones del apóstol Santiago que llegaron de España en la Colonia con la apropiación y la transformación local de esa imagen: la deidad andina Illapa.
La otra manifestación de esa política cultural del Museo Nacional de Arte fue la exposición Los misterios del Señor del Gran Poder. Como se sabe, la versión popular de esta imagen, que fue proscrita por la Iglesia, representaba a Cristo con tres caras. Era, aparentemente, una muestra de la Trinidad católica, aunque, según otros, como Arandia, era más bien una manifestación de las tres dimensiones del espacio en la religiosidad andina: el Alajpacha o mundo de arriba, el Ukupacha o mundo de la superficie y donde se desarrolla la vida humana y el Mankapacha o mundo de abajo.
En torno a la devoción a esta figura de tres rostros, dice, Arandia, “en la ciudad de La Paz se genera una serie de tejidos y entramados sociales muy poderosos”. Y el artista y antropólogo pone un ejempo sugestivo de ese entramado de representaciones: “Para los bailarines del Gran Poder, su descenso por las calles de la ciudad tiene la forma de una víbora, es decir, de Katari, que estrangula la ciudad. Basta subir a una ladera de la ciudad para mirar la entrada, para observar a la serpiente deslizándose”.
La tercera manifestación de la confrontación del arte colonial con los mitos profundos del ser boliviano, es decir con el sustrato indígena, es precisamente la exposición Supay, los caminos del Tío.
SUPAY
Para Fátima Olivarez, curadora de la exposición, el proceso de investigación previo a la exposición dio lugar a cuatro “ejes temáticos”, los mismos que también guiaron el montaje.
El primer eje temático está referido a la representación de Supay, es decir, a las figuras del Tío de interior mina realizadas por los propios trabajadores del subsuelo. En la exposición se muestran fotografías de Tíos, como el Tío Educo del Cerro Rico de Potosí o el Tío de la mina Colquiri. Para Olivarez, estas imágenes deben ser consideradas como obras de arte. Sin embargo, por su propia naturaleza, el Tío no puede abandonar interior mina, de su presencia depende el ‘orden’ del mundo de abajo. Por esta razón, en la muestra sólo se exhiben fotografías o instalaciones que reproducen el ‘hábitat del Tío en las profundidades de la mina.
El segundo eje temático de la exposición tiene como referencia la imagen de la Virgen Cerro, un cuadro colonial emblemático que funde las imágenes de la Virgen María y del Cerro Rico de Potosí en una sola: la síntesis de la Virgen Madre católica y de la Pachamama indígena. Este eje da lugar, en la muestra, a las diversas representaciones, especialmente del arte colonial, del Cerro Rico que es la vez la Pachamama, dadora de vida y la mina que permite la riqueza pero a condición de alimentarse de los hombres que trabajan en su interior.
El tercer eje, siempre según Olivarez, da lugar a una serie de representaciones que pretenden evidenciar que Supay no es el diablo cristiano. La atribución de características demoníacas al Supay o al Tío es, más bien, un mecanismo de la imposición colonial de la religión católica o, en la misma medida, una transfiguración de Supay indígena en diablo católico para sobrevivir bajo otros ropajes.
Finalmente, el cuarto eje temático que organiza los propuesta y los materiales de la exposición es la representación del Supay o diablo en el arte incluyendo las manifestaciones contemporáneas. Atravesando los cuatro ejes, el paisaje minero es también un componente de la exposición.
ARTE
Como las exposiciones que le precedieron en la misma línea, Tata Santiago/ Tata Illapa y Los misterios del Señor del Gran Poder, Supay, los caminos del Tío no es una exposición convencional. Para comenzar, según la curadora, Fátima Olivarez, en la exposición participan varias formas de arte sin establecer jerarquías a priori. Así, las imágenes del Tío elaboradas por los mineros son arte, lo mismo que los cuadros coloniales, el trabajo de los mascareros o las piezas de arte contemporáneo.
Por otra parte, la exposición supone una recreación de los ámbitos del Tío, es decir, de los socavones de interior mina. Así, las instalaciones y diversos objetos (carros mineros y objetos) conviven con los cuadros y las fotografías.
Este 24 de agosto, el Museo Nacional de Arte abrirá las puertas del Manqapacha, para seguir los caminos del Tío.
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