El reconocimiento pleno de la Madre Tierra, Pachamama, como dadora de vida, nos convoca a una convivencia entre nuestro mundo interior y las entrañas de su vientre telúrico —propio de su naturaleza—, cuando nos toca recorrer los caminos del Tío en todo territorio minero.
El culto a la Pachamama, tal como señala Teresa Gisbert, se remonta al horizonte medio —período en el que florecen las culturas Tiawanaco y Huari—, cuando en el proceso de cristianización se identificó a la Pachamama con la Virgen María. María Virgen fue incorporada a los apus, cerros sacralizados; montes de piedras preciosas o w’akas (lugares sagrados), según refiere Ramos Gavilán en su Historia del Santuario de Copacabana.
En el caso del Cerro Rico de Potosí, Sumaj Orcko, era una w’aka que tenía que ser cristianizada. Como consecuencia, su historia, no solamente desmenuza en cada una de sus páginas el proceso de descubrimiento y explotación de su riqueza mineral, sino también el sincretismo y misticismo expresados en la presencia de una deidad propia de la tierra que fue denominada “El Tío”, venerada en parajes y socavones mineros. En el año de 1577, tal como relata el historiador Bartolomé Arzans de Orsúa y Vela, se había encontrado una estatua de tamaño natural hecha de metales diferentes, con rostro de ojos poco definidos, con brazos de diversas mezclas, que no tenía piernas sino una especie de base terminada en punta, que sustenta al Tío de la mina.
El trabajo de cronistas en diferentes períodos de la historia y las investigaciones de Teresa Gisbert nos convocan para develar y reinterpretar, una vez más, el origen e historia del Supay, el Tío. Este patrimonio inmaterial permite el reconocimiento y valoración del descubrimiento y la explotación de la riqueza del Cerro Rico, y también de la potencialidad de nuestra cultura —a lo largo y ancho del mundo—, que se tradujo en auge político, económico, social, y en un proceso de cambio, desarrollo y transformación de nuestra historia, presentes en la riqueza mineral y el arte bolivianos.
El Sumaj Orcko es un ejemplo emblemático, de los muchos existentes a lo largo y ancho de este país, que acogen, en su seno, la esperanza y el esfuerzo humano de cuanto minero trabaja en y por la tierra, ofrendando su vida, no solamente para descubrir una veta, sino también para llevar a su familia el pan nuestro de cada día.
Recorrer los caminos del Tío, en el Cerro Rico, en Colquiri y en todo centro minero, es un hallazgo sincrético, místico y plástico, expresado en las maravillosas conformaciones que por su color y textura forman verdaderas obras de arte que se plasman en el interior mina, por la esencia de la tierra, por el trazo fino de sus vetas y por el juego combinado de luces y sombras, de sus parajes en los diferentes niveles.
El Tío es una obra de arte, una escultura, creación propia de manos mineras en trabajo comunitario, cuyo cimiento es un trozo de mineral del lugar de la más alta ley, encomendado generalmente al minero más trabajador y/o antiguo el inicio de la obra, proceso combinado con el “convite” a la Pachamama, que los demás mineros ofrendan con todos los ingredientes indispensables, y haciendo que todos participen de buena fe en el acto ritual.
El taku o arcilla es el que se utiliza generalmente para recubrir al Tío, a medida que va avanzando el proceso de su hechura. Cabeza grande con cuernos, ojos saltones, cejas sobresalientes, nariz deforme, pómulos pronunciados, boca con sonrisa sarcástica y quijada triangular, son características principales de su faz, y que hacen a la iconografía típica del personaje. Normalmente su cuerpo es desproporcionado, mostrando con mucha elocuencia su miembro viril erecto, como señal de la fertilidad del yacimiento minero, mientras los pies asientan firmes en la tierra y las manos de gran tamaño aluden al dominio de su entorno.
Los materiales son variados en los diferentes lugares, mientras unos son tallados en la misma piedra de interior mina, otros son figuras de cemento con base en estructuras metálicas. Es el ambiente, los niveles de temperatura y humedad los que permiten definir el material pertinente para evitar su deterioro. Su atuendo en la mayoría de los casos no es visible por la cantidad de serpentina que rodea su cuerpo de pies a cabeza. Sin embargo, se suele encontrar en algunos parajes un doble Tío, o en otros casos un Tío vestido con el atuendo de un diablo, típico de la danza de la diablada.
No necesariamente todos los centros mineros tienen a un Tío en su seno, existen otros casos en que las illas o piedras del propio lugar son veneradas en el mismo sentido en que se venera y ch’alla un Tío, pero que normalmente se encuentran fuera de la mina. Inclusive en algunos otros casos se conoce como Tata K’ajchu, o Señor de las Minas.
El Tío, no es el diablo. En el imaginario colectivo se lo confunde con la imagen diabólica de Lucifer, por las características físicas que normalmente presenta y tal vez por la sinonimia del denominativo de Supay. El Tío es más bien un ser protector, benefactor e intermediario ante la Pachamama, facilitando —desde la creencia y mito minero— los caminos que conducen a las vetas de mineral de alta ley, beneficio que genera trabajo productivo e ingresos para los mineros. Es un ser telúrico, respetado y honrado con ofrendas y peticiones para cada jornada laboral; es un ser del bien ubicado generalmente en un paraje especial, protegido y de fácil accesibilidad en la Manqa Pacha (mundo de abajo).
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