lunes, 8 de agosto de 2011

Alejandra Delgado Arte La insoportable levedad de la historia

En un extremo de la sala de exposiciones, sobre una pared blanca se proyectan imágenes en blanco y negro que se repiten sin término. Pasa una compacta marcha de campesinos con la mano en alto haciendo el signo de la victoria. Una muchedumbre de obreros junto a los tradicionales estandartes que identifican a sus sindicatos escucha tensa un discurso. Son imágenes históricas, emblemáticas de la Revolución de 1952. Pero algo sucede acerca de esas imágenes que llegan desde el pasado: sobre las masas revolucionarias sobrevuelan mariposas, frágiles, efímeras. El peso de la historia, por un momento, parece suspenderse.

En el otro extremo de la sala, dos paredes que se cierran en un apretado vértice están cubiertas de páginas de libros. Basta acercarse un poco para descubrir que se trata de páginas de libros de historia de Bolivia. Ahí están, silenciosas y al mismo tiempo elocuentes. En su simetría, en su repetición, en su circularidad, son las páginas de la historia que han sido leídas por generaciones y que, quizás, estamos condenados a seguir leyendo. En el punto en que se juntan las paredes, las páginas se agolpan, se superponen, quisieran volar, parecen alas, parecen mariposas.

Estos dos objetos integran, junto a otras cuatro piezas, la exposición Monarca de la artista paceña Alejandra Delgado que se exhibe en Espacio Simón I. Patiño (Av. Ecuador 2503, esquina Belisario Salinas, Sopocachi).

Comentando el video (titulado Atrezo) y la instalación (Post it, recordatorios), Delgado dice, simplemente, que son metáforas de la historia. “La historia de un país, que evoluciona, pero que también repite su historia”. “Son obras independientes”, complementa, “pero bajo la misma idea del retorno, bajo el concepto del eterno retorno: estamos predestinados a repetirnos infinitas veces”.

La imagen de la mariposa monarca, que todos los años cumple un ciclo migratorio rumbo al sur en busca de climas más favorables, le permitió a Delgado trazar un puente metafórico para la exploración y reflexión no sólo de la historia del país sino, sobre todo, de su presente: ese presente que parece repetir tercamente al pasado, como un ciclo perpetuo.

Pero en la monarca no sólo se inscribe la idea de la repetición de un ciclo sino también el propio hecho de la migración, del movimiento. Éste es otro componente de la exposición: el movimiento de los seres humanos. “Nosotros también migramos”, dice Alejandra Delgado, “pero migramos conscientemente, migramos desde nuestro país a países vecinos, del interior hacia la capital... el ser humano está en constante movimiento. Esas masas migrantes hoy son muy evidentes, por razones climáticas, por desastres naturales. Estamos en movimiento y esto también refuerza la idea de seguir un ciclo, parece que tenemos que irnos para retornar un día”.

Una de las piezas de la exposición, titulada “Polímero” expresa con una gran plasticidad esa realidad. Se trata de fotografías de una diversidad de personas en movimiento, caminando hacia algún lugar. Son fotografías en blanco y negro impresas sobre pedazos de tela. Unidas y montadas a la manera de un collage, esas fotografías dan la impresión de un tejido vivo, de una superficie inquieta, de un espacio para la realización del incesante movimiento humano. A cierta distancia, se adivina que el conjunto tiene, sutilmente, la forma de una larva que comienza a mutar, a transformarse. Otra vez la idea del ciclo, pero también de la fragilidad de los destinos humanos.

MATERIA
La exposición de Alejandra Delgado logra algo que es poco frecuente en el arte contemporáneo boliviano: parte de un concepto o de una idea, pero ese concepto o idea devienen en una materialidad plástica, sensorial, autosuficiente en sus formas y posibilidades significativas. El objeto, así, no es la mera ilustración o demostración de un concepto, como ocurre de modo recurrente, sino su encarnación, su materialización. No basta, por ejemplo, una idea de la historia de Bolivia —un tanto pesimista, por cierto, pero también muy lúcida— si ese concepto no se convierte en imagen sensible.

Y eso es, precisamente, lo que Monarca propone al visitante: un conjunto de objetos que impactan por su presencia, por su contundente materialidad. Pero esa materialidad, a su vez, está desestabilizada. De alguna manera, revela su propia fragilidad, su efímera temporalidad, como la vida y los ciclos que cumplen las mariposas, las monarcas que prestan su nombre a la exposición.

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