martes, 31 de enero de 2012

Aramburo y Los Andes reciben sólo elogios

El estreno de Hamlet de los Andes en Chile no puede ser más auspicioso. La crítica que ha asistido al festival Santiago a Mil coincide en señalar entre lo mejor, cuando no lo mejor, el trabajo del grupo boliviano dirigido esta vez por Diego Aramburo.

“Es el montaje más valioso, innovador y trascendente entre casi una veintena de títulos vistos durante enero, dentro y fuera del Festival Santiago a Mil”, se lee en nación.cl, con la firma de Leopoldo Pulgar Ibarra. Mientras que Ezequiel Obregón se declara cautivado por “una adaptación que respeta los núcleos trágicos del original (Hamlet, de Shakespeare) y hace del material primigenio un espacio para pensar la identidad nacional sin apelar a lo meramente ilustrativo”.

No es la primera vez que Aramburo, dramaturgo y director del Kikinteatro (Cochabamba), se arriesga con los clásicos. Sólo por citar una de sus obras, ahí está lo que hizo con Happy Days: riguroso Beckett; pero al mismo tiempo tan propio de este teatrista que debe ser de los más internacionales que tiene hoy Bolivia.

Aramburo, que siguió de cerca el trabajo de Teatro de Los Andes y cultivó amistad estrecha con César Brie, su fundador, nunca intentó seguir la estética del grupo de Yotala. Cultivó la propia.

Ahora, maduro en su trabajo, aceptó el rol de “director invitado” y los actores Lucas Achirico, Alice Guimaraes y Gonzalo Callejas se pusieron a sus órdenes.

El resultado es un Hamlet en el que Pulgar Ibarra aplaude “la manera ingeniosa de resolver dificultades escénicas y (...) levantar un puente sólido entre la cultura occidental (exclusiva y excluyentemente racional, reflexiva, intelectual, dialogante) y la cultura indígena andina (más intuitiva e instintiva, sensual y sensorial, sin embargo, también íntima, reflexiva y dialogadora).

Los actores, excelentes, pondera: capaces de interpretar a variados personajes sin perder la continuidad de la obra. “Transitaron por la tragedia, el humor, el absurdo, el juego, la reflexión, aportando una dinámica vertiginosa como también instantes que exigían una energía controlada”.

Y añade que “buena parte de la excelente presentación se debe a Aramburo (...) que traspasó al montaje una mirada joven y madura, centrada en el trabajo del actor, con textos colectivos que situaron la travesía de Hamlet en los momentos culminantes”.

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