Soy una esponja, un voyerista por excelencia”. Alejandro Archondo Vidaurre no titubea al hablar de la inspiración de muchos personajes que retrata en papel. Es un narrador de lo urbano, uno que se divierte con el arte. Pero ante todo, este artista plástico, ilustrador, pintor, diseñador gráfico, historietista de 33 años se conceptúa un artista popular. Se lleva las manos a la boca, como si fuera a tocar una trompeta y emite un tono desafinado entre carcajadas: “Soy un artista pop, por ¡pop, pop, pop, pop, pop!”.
Un póster que reza “Salvemos al artista” es el preludio de santuario: su pequeño dormitorio. “No hay muchos secretos en mi proceso de creación”, comenta con una sonrisa que resalta entre su barba tupida. En una esquina la computadora, la impresora y el escáner. Uno de los muros guarda imágenes de sus más preciados recuerdos y de sus personajes admirados, entre ellos Ernesto Che Guevara, Marcelo Quiroga Santa Cruz, Charles Chaplin. Del techo cuelga una colección de llaveros.
Empotrada, su mesa de dibujo. La usa de vez en cuando, porque prefiere hacer los bocetos sentado en su sillón, apoyando las hojas en una “maderita” y con la televisión o la radio prendidas. Mejor si es con una taza de café con leche y con El Chavo del 8 en la pantalla. “Me ayuda a aliviarme”. En ese sentido “puedo parecer aburrido, pero lo importante es que fluyan las ideas”, confiesa ante la mirada de una Gioconda de papel que teje en la cabecera de su cama.
Los parlantes dejan escuchar un concierto de El Papirri en el Teatro Municipal. Alejandro se sienta en una silla y relata que desde que tiene uso de razón, “el dibujo le ha servido siempre”. Ya sea para salvarse de las huascas por las travesuras infantiles con su hermano Roberto, cuando recurría a hacer un dibujo con un poema para papá Arturo o mamá Graciela; o para hacerse de compañeros que le enseñasen matemáticas en el colegio Santísima Trinidad, o inclusive para conseguir a su primera novia.
Eso sí, hasta ahora, él y su progenitora intentan develar por qué su profesora del kínder dio el veredicto de que es un niño “un poco distraído y muy poco creativo”, lo que quedó plasmado en su libreta de calificaciones, que tiene guardada como una de sus más queridas y anecdóticas reliquias. Pero 12 años de “creativa vida escolar” contradijeron esa observación. “Yo quería ser pintor y siempre jalaba a la parte narrativa. Creo que por eso he acabado siendo un amante y productor de historietas”.
Con el título de bachiller en las manos, se topó con la encrucijada de su futura profesión. Su padre quiso encaminarlo a la suya: comunicador social (aunque también es dramaturgo). Sus dotes artísticas le llevaron a tocar las puertas de Arquitectura en la Universidad Mayor de San Andrés. Hasta que su progenitor halló en medio del pénsum una carrera de Artes. Alejandro no lo pensó dos veces, y con el tiempo también fue parte de la Academia Nacional de Bellas Artes “Hernando Siles”.
Así desplegó por completo su obsesión por el dibujo académico, fue dirigente del centro de estudiantes y disfrutó de las fiestas de San Lucas, santo de los artistas. Comenzó a tejer su propuesta y su discurso artísticos, tras acabar sus estudios. Para ello, se imbuyó de las enseñanzas de maestros como José María Mercado, René Castillo, Édgar Arandia, Margarita Vila o las charlas “subterráneas” con Manuel Monroy “El Papirri” Chazarreta o el desaparecido escritor Víctor Hugo Viscarra.
“En la academia he adquirido esa conciencia de que el arte es todo, pero que requiere demasiada disciplina”, subraya. Al enrolarse a inicios de siglo en el festival del cómic Viñetas con altura, aprendió a desenvolverse como gestor cultural. Fue parte de colectivos y se movió tanto en el “lado humilde” del arte, ese apretado por los líos económicos, como el otro de las citas que se mezclan con las bienales, las galerías de exposición... Aprendió a entender y manejar los códigos en varios espacios artísticos.
— ¿Cuál de las artes aprecia ahora más: la pintura, el dibujo, la historieta...?
— No sé si soy caricaturista, ilustrador, diseñador gráfico... Uno se tiene que acomodar, por eso soy muy flexible para hacer distintos géneros. No tengo un estilo, aunque mis colegas dicen que sí. Siento que mi estética varía según la temática.
— ¿Cuál es su influencia clásica?
— Leía dibujos de Da Vinci, El Greco, Velásquez, Picasso… Pero Picasso ha sido una directriz muy interesante, un genio que siguió un proceso para romper las reglas. Y me he dado cuenta de que se pueden romper las reglas antes de tiempo, pero hay que hacerlo con calma. Soy muy obsesivo con el dibujo, tengo una tendencia expresionista muy fuerte. Yo observo mucho y, generalmente, mi obra nunca es bucólica o con paisajes románticos. Yo no hago paisajes. Y de eso me hizo dar cuenta mi mamá. Una vez me propuso: “Por qué no haces un arbolito con casitas. Bien bonito es y lo vas a vender” (risas) .
— Se siente mejor dibujando personas.
— Desde que he empezado, casi todos mis dibujos son personajes, porque ésa es la esencia. Mucho se habla de lo pluri, lo multi, la interculturalidad, creo que la esencia para ser alguien que aporte en este país es el hecho de conocer al otro, involucrarse. Aparte, siempre he sido muy curioso y no hay mejor cosa que estar en el lugar e imbuirte. No ser un turista. Me gusta sacar la esencia de las cosas. Y creo que todo está en las facciones de las personas. Es ahí donde me he quedado, porque amo la cuestión de la anatomía.
— Y el cómic le permite explotar esto...
— Yo tengo temas muy urbanos y dependiendo cuál, requiero cierto tipo de técnicas. Hay cosas que funcionan muy bien en la historieta. Es más, creo que es uno de los géneros artísticos más flexibles. La historieta es como el lugar donde me encuentro en crisis. Porque los otros tipos de arte a veces exigen mucha inversión económica. Al cómic le llaman “el cine del pobre”: puedes tener locaciones, extras, protagonistas, efectos especiales y lo único que necesitas es un papel y lápiz, narrar bien una historia y saber hacer los monigotes y las secuencias. Tampoco dejé en la historieta la narrativa de lo urbano, que es mucho más fácil. La historieta te da esa posibilidad, es simple, la entiendes o no. Pero igual es compleja porque usa elementos y recursos estéticos con los que hay que ser cuidadoso.
Su primera exposición individual la bautizó Helado propicio; buscó reflejar la idiosincrasia y la cultura del país, plasmando en las pinturas personajes de la urbe paceña cotidiana; de eso pasaron cuatro años. Pero, sin duda, su muestra que causó más polémica entre el público y sus colegas —tal como le gusta— fue Gráfika erótika, dos decenas de ilustraciones que muestran escenas seductoras, íntimas, sexuales, con personajes populares. “Todas las viví, las miré o me las contaron”.
Ello le dejó una constatación: “Somos un país bastante conservador, incluso en el mismo arte”. Y con el ánimo de seguir resquebrajando tabúes, esa ponencia llegará en este 2012 como libro. “Será la primera wawa de mi editorial Lengua Viperina”; realza. “que utilizará temáticas que son incómodas en las personas porque generan algún tipo de reflexión y de crítica; porque se pueden ver reflejadas. Es el inicio para que una persona se plantee otro tipo de pensamientos, aperturas”.
Otros proyectos en el tintero están relacionados con su perfil de asesor creativo, como en un proyecto de turismo cultural que impulsa junto a su novia; o la creación de una plataforma virtual de fanzines en colaboración con un colega ecuatoriano; o la inauguración de una biblioteca con cómics nacionales e internacionales. Y en lo grupal, con otros ilustradores bolivianos conformar una comunidad que visibilice su trabajo y los respalde en el plano legal.
También quiere llevar al cómic las mejores canciones de su ídolo musical, El Papirri, y resucitar a uno de sus personajes más queridos: el “pasa-pasa”, un ciudadano de a pie apasionado por el fútbol, pero no como deporte, sino como catalizador de todas las cosas que le pasan a uno en la vida. Y una historia que ocupa un espacio de su corazón artístico es la historieta La cita, ambientada en la Fiesta de los Muertos o Todos los Santos y que es publicada cada domingo en esta revista.
El ritmo contagioso de las congas domina el cuarto de Alejandro. Cuenta que uno de sus maestros con este instrumento de percusión es Alfoncito, del grupo Guapachá. Lo que pocos saben de este artista es que tiene un disco y que su grupo se llamaba El show del caimán. Su segunda pasión es la música, pero tuvo que dejarla por el arte, al menos por el momento. Y tras más de hora y media de charla, asoma un dejo de tristeza en su rostro, porque teme que esto no sea sólo pasajero.
— ¿Qué hará con su segunda pasión?
— Se está convirtiendo, y no lo quiero, en una de mis pasiones frustradas. De hecho ya soy un baterista frustrado. No sé leer música, la toco de oído. Cuando pedí que me enseñen a leer las partituras, me dijeron: No, las congas no se leen, se sienten.
— Le gusta lo tropical...
— Me gusta lo cubano. Y si no me empieza a ir bien con el arte, me lanzo a la cumbia (risas). El arte es como tu amante, si la dejas un tiempo y la retomas, se enoja.
Por ahora, Alejandro solamente respira arte. “He decidido tomarme un año sabático para producir mucho y al año volver con todo”. Y está lleno de energías positivas porque, afirma, su profesión da para mucho. “Lo bueno es que en Bolivia estamos vírgenes en muchas cosas, y nosotros debemos ir desvirginando poco a poco a la cultura”, concluye, entre risas, fiel a su estilo.
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