Marta Monzón ha hecho del tema de la trata y tráfico de personas una causa propia. Comenzó con su aproximación a unas obras de su compatriota Patricia Suárez: una trilogía sobre las mujeres, polacas sobre todo, que a principios del siglo XX fueron trasladadas con engaños hasta Buenos Aires para prostituirlas.
Monzón investigó más y vio que esa figura, la del tráfico y la trata de seres humanos, no sólo que se mantiene sino que se ha multiplicado, al grado de constituir el tercer negocio ilícito más floreciente, después del narcotráfico y del tráfico de armas.
La engañifa, nombre que puso Monzón, como directora, a su relectura y adaptación libre de la trilogía de Suárez (autora estuvo en La Paz para el estreno), fue como un anzuelo. A medida que la obra se fue representando en colegios, pueblos y otros escenarios del país, más y más datos llegaron a oídos de la teatrista. Según cuenta ella, la gente se le acercó con historias de terror, testimonios de no creer, en especial en El Alto y Santa Cruz.
En la ciudad paceña, Monzón reparó en la enorme cantidad de papeles pegados en postes con foto y datos de alguna joven o algún niño o niña desaparecidos. La engañifa, actuada por Erika Andia y Claudia Ossio, fue rebasada por la realidad. Es cierto que, aun con referencias a las polacas, a Buenos Aires, hay en la obra elementos para hablar también del presente. Pero Monzón sintió que debía dar un paso más y así ha surgido La otra engañifa, un monólogo que ella misma encarna. Hoy es posible verla, en el Teatro de Cámara (20.00), y en julio estará en el Etno Café.
Hace más de un año que Marta Monzón intenta llamar la atención de la gente sobre el problema. Desde el teatro, con charlas, debates, etc. “Yo sé que no se cambia el mundo desde el escenario, pero al menos hay que crear conciencia”, dijo la anterior semana, al cabo de la función que tuvo apenas tres espectadores.
La otra engañifa cuenta la historia de una prostituta ya vieja, apostada en una esquina de La Paz. Ella, Vasha, recuerda cómo, a sus 17 años, respondió a un aviso de periódico que ofrecía empleo fácil. Cómo no pudo darse cuenta de la trampa en la que la envolvieron sus empleadores. Su pobreza en el hogar asentado en El Alto, las necesidades de sus padres y hermanos, la habilidad de los traficantes para vender sueños...
Monzón ha tejido un texto basándose en lo que le contaron en voz baja, con miedo. Lo que ha logrado es reconstruir un drama de tal intensidad —mérito de su actuación— que deja entender al más escéptico por qué una joven atrapada por las mafias no tiene ya más elección.
Esa mujer, Vasha, la antigua e ingenua Gladys, es capaz de comunicar, casi de piel a piel, cómo una persona, en un país donde hay tanta marginalidad y leyes insuficientes, está expuesta, inerme. Es cierto que el arte no cambia el mundo; pero tal vez ayude a no tener a más chicas de 17 años o menos años perdidas quién sabe dónde.
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