Los jalq’eños o potolos no sólo evocan a la vida en sus tejidos de lana y alpaca, sino sus sueños, sus pesadillas. Sus textileras dibujan personajes alados que habitan el mundo oscuro, caótico, que llaman en quechua chaxrusqa kanan tian (tiene que ser desordenado). Prendas sin luz que llevan el típico hilo negro de Potosí y el rojo y guindo de Chuquisaca. Ellos viven en los límites de estas regiones.
La sala “Tres milenios de textiles + 4” hace referencia a que ésta fue renovada en cuatro ocasiones con reliquias prehispánicas, coloniales y contemporáneas de tejidos, que ascienden a 4.791 en la exposición y las bodegas del Musef. El público puede contemplar en el salón más de 150 piezas en muros y gavetas, y hasta hay algunas que guardan muñecos y lanas para enseñar a los pequeños sobre el proceso textilero.
Los tejidos fueron usados como prendas rituales y de vestir, símbolos externos del poder, la riqueza, desde antes de la instauración de la Colonia. El origen de este arte está en las cuerdas, sogas, canastas de fibras vegetales, y los de tierras andinas lo practicaron desde hace 10 mil años. Y fue en el 2000 antes de Cristo que usaron fibras blandas como algodón y pelo de camélido.
Lo prehispánico está representado en la muestra con ejemplos de la antigua costa del Perú, que emplearon tintes naturales para su decoración y su colorido sin semejanza. Como la cultura chancay, que tiene textiles con dibujos de serpientes en forma escalonada, como el rayo. Y estas influencias se expresaron en los tejidos de los tiwanakotas y de los incas, hechos en el estilo tapiz, o sea, en una sola pieza.
LAS FIRMAS DE LOS INDÍGENAS
Con el arribo de los españoles y la consiguiente conquista de estas tierras, llegaron las prendas de dos piezas, cargadas con bastante ornamentación. Los tejidos de hilos de metal se convirtieron en los preferidos por la clase alta. Algo llamativo en esta época fueron los aguayos con tejidos entrelazados en los extremos, cual si fueran firmas de los maestros indígenas. Y estas técnicas fueron heredadas a las prendas que se realizan en la actualidad.
Aparte, la exposición presenta los centros textileros de occidente y oriente. Entre los primeros realzan las piezas tornasoles del lago Titicaca, las figuras zoomorfas y antropomorfas de la región de Calamarca, las oscuras de Potosí... Y entre las últimas, las de vivos colores de Tarabuco, y las de fibras vegetales, hechas por los guaraníes, los weenhayek, los ayoreos o los chacobo. Piezas que tejen diversidad.
La travesura de ‘Rogelio’ en el norte potosino
El Musef custodia cerca de medio millar de textiles y piezas de metal y piedra que guarda un relato singular. Fueron recuperadas por el Estado en Canadá, tras el juicio seguido a Roger York, un extranjero que tras hacerse amigo de las aldeas del Norte Potosí, compró a precio de gallina una colección de reliquias que se remitían hasta el siglo XVIII. York era más conocido como Rogelio, quien aprovechándose de la pobreza de éstos y las calamidades que trajo en la región la sequía de los años 80, no paró de adquirir cuanto tejido o cerámica hallaba. Al final, su tesoro ascendió a los dos millares y lo llevó a suelo canadiense. No obstante, tras destaparse sus andanzas, Bolivia le inició un juicio que acabó tras 15 años.
Pero hubo una mala nueva: la precariedad en el cuidado, llevó a la pérdida de casi el 75% de piezas.
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