El sol y la luna descienden a la tierra para bailar, para demostrarse su amor. Danzan junto con sus hijas, las estrellas. Lo hacen con pasos pulcros y reposados. Él porta una careta de madera, roja, adornada con flores de papel; ella, una máscara de luna creciente, con sus aros y un arco de bejucos. Es el ritmo de la sacheana, que los mojeños interpretan cada 31 de julio, en su fiesta patronal.
El teatro las usó en las antiguas Roma y China, los muertos las llevaron a su última morada en Egipto, las festividades y los rituales recurrieron —y aún lo hacen— a ellas para transformar al individuo en otro. Las máscaras tienen un significado espiritual y mítico para el hombre y las sociedades prehispánicas ya las utilizaban y, al final, las fusionaron con las traídas por la Colonia. Una hibridación artística, cultural.
El Musef expone una colección de 59 caretas de las regiones andinas, del Chaco, el oriente y la Amazonía, en una sala en penumbras que recibe el leve goteo de luces, música y sonidos de ambiente para transportar al visitante a un mundo habitado por antepasados, dioses y seres míticos que son parte de bailes tradicionales de estos territorios. Piezas de hojalata, madera, yeso, hojas y de partes de animales.
Entre las máscaras chaqueñas se encuentran las que son parte del Arete o Carnaval guaraní, como las de los “añas” o los espíritus de los muertos. O la del “yagua” o tigre, símbolo de fortaleza e ingenuidad de este pueblo, y que el danzarín hereda a sus hijos. O la del “guasu” o ciervo, representante de la destreza y humildad. O la “karay-careta” de los tapiete, que hace referencia al “karayana”, al otro, al blanco.
En cuanto a la zona andina, la exposición tiene colecciones del baile de los morenos, con caretas como del superachachi, el caporal, el “achachi p’axlo”; o las de los diablos, con las representaciones del oso, el maligno, el ángel, el cóndor, la china supay, la diableza o el lucifer con los siete pecados capitales incrustados en el rostro. Además de máscaras raras como del puma, el venado o el jach’a tata danzanti.
Entre las de la Amazonía, sobresalen la del “opoj” o protector de la selva de los t’simane; del “achu” o abuelo payaso, el angelito, el torito o el “ju’ari” o gigante mitológico de los mojeños. Por último, entre las orientales, realza la del tradicional abuelo chiquitano. Y los tesoros de este sitio mágico son sólo botones de muestra, porque este repositorio atesora otro medio centenar más de caretas en sus depósitos.
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