Un túnel del tiempo del presente al pasado, del pasado al presente. Una sala que transita desde las antiguas civilizaciones americanas, por las culturas prehispánicas del altiplano, los valles y la Amazonía que dejaron sus vestigios de cerámica, piedra, tejido, metal, ciencia, organización social, económica y religiosa, la época colonial y la vida republicana. Un libro de historia en una sola exposición.
El Musef inauguró el año pasado este espacio bautizado como “Caminantes en el tiempo”, que penetra los sentidos de los visitantes con la muestra de reliquias y el uso de cédulas informativas, fotografías, material interactivo y otros soportes. El primer escalón informa sobre las teorías del origen del hombre en América —hace entre 12 mil y 8 mil años antes de Cristo (a.C.)— y en los parajes que se llamarían Bolivia.
En la zona del lago Titicaca se desarrollaron las primeras aldeas de estas tierras: la Wankarani (de 1.500 a 1.000 a.C.), ligada a la cría de camélidos, y la Chiripa. La evolución se tradujo en ciudades, con Tiwanaku a la cabeza, Iskanwaya y, desde el siglo XII, con los señoríos aymaras de lupacas, collas, chuis, kallawayas, pacajes, carangas, quillacas, soras, charcas, cara caras, chichas, yamparas, en los andes y valles.
Fueron el telón para la llegada de los incas, que vieron truncada su expansión y poderío por la invasión española. Esa transición histórica es representada en la sala por una urna de vidrio en el piso que divide el camino, con cascos españoles e indígenas, sables, rompecocos y hondas. Es que desde allí, la historia fluye por los avatares que trajo la Colonia, con la mita, el tributo obligado, las reducciones jesuitas, el mestizaje y también las rebeliones independentistas.
Todo desemboca en la República
nacida en 1825, que trajo los derechos ciudadanos, las guerras que la desmembraron, los movimientos nacionalistas, la lucha indígena, hasta el Estado Plurinacional del siglo XXI. Y el trayecto de este túnel lleva dibujos situados a la altura de los más pequeños, para que ellos sigan gráficamente el recorrido de esos caminantes que construyeron Bolivia al andar por el tiempo.
El cielo andino guarda secretos de la Vía Láctea
Los antiguos habitantes leían el cielo, sus constelaciones. Uno de los ambientes de esta sala —el que encierra la información y el legado de los señoríos aymaras y que tiene una máquina interactiva que ilumina su territorio en los mapas—, representa en su techo esta aventura astrológica. Las constelaciones andinas más conocidas eran las que contrastan con el fondo luminoso de la Vía Láctea (chaska ñan o “el camino de las estrellas”, en quechua), y llevaban nombres de animales: katachilla o llama, yutu o perdiz, machakuay o serpiente, hampatu o sapo. Las más brillantes eran consideradas masculinas: chakana (la Cruz del Sur u Orion), collqa (depósito) o qutu (montón), que pertenecían a Las Pléyades. Y otra que resaltaba era chuqichinchay (puma), la constelación occidental de Escorpión.
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