Director del Museo Reina Sofía de Madrid, el historiador y crítico de arte Manuel Borja Villel estuvo en La Paz con motivo de la inauguración de la exposición Principio Potosí impulsada, precisamente, por la institución que dirige. El carácter de esta muestra, el lugar de la política en el arte contemporáneo y los desafíos de las instituciones culturales, como los museos, en los tiempos globalizados actuales son algunos de los temas que desarrolla en esta entrevista.
— ¿Cuáles son los conceptos centrales de la exposición Principio Potosí que mezcla en un mismo espacio el arte barroco colonial de Bolivia con el arte mundial contemporáneo?
— Hay una forma tradicional de ver la modernidad en el arte, que tiene su centro en la Europa del siglo XIX. Nosotros nos planteamos que es posible que haya otras formas de modernidad. Por ejemplo, que la modernidad comienza con la conquista de América por los reinos peninsulares y con lo que se ha denominado la acumulación originaria. Este es un primer aspecto. Otro aspecto es situarnos en un contexto determinado: la globalidad. ¿Qué nos enseña la globalidad? La globalidad nos enseña que había un centro y una periferia y que la periferia siempre estaba por detrás del centro. Esta es una idea falsa. De hecho, centro y periferia son dos caras de una misma moneda. Eso ocurre a nivel económico y también a nivel artístico. A partir de estos principios, pensamos: por qué no planteamos una historia (una exposición) desde el punto global, donde ya no haya un centro ni una periferia, sino muchos centros. Así, también nos dimos cuenta que un tipo de arte, asociado principalmente a lo barroco, es hoy en día, más interesante que la modernidad heredada del Norte, porque lo barroco implica complejidad, hibridación, la posibilidad de revertir e invertir las cosas.
— Al romper la relación de dependencia entre el centro y la periferia se da lugar a la posibilidad de considerar que hay varias temporalidades...
— Exactamente. La visión canónica de la modernidad es la visión de una temporalidad única, lineal, teleológica y, cómo no, que empieza en París y acaba en Estados Unidos. Y hay otros países que se considera que tienen una temporalidad “atrasada”. Esta es una actitud perversa: cuando en la periferia hay países que tiene una situación política mucho más compleja, mucho más dura, desde el Norte siempre se tiene la visión de que es más compleja porque es más atrasada. Es un modo de lavarnos las manos. De alguna manera, esas situaciones complejas se generan por la relación perversa entre el centro y la periferia. Lo que nos interesa es cambiar esto, darnos cuenta de que hay una multiplicidad de temporalidades. Esto implica, y esto es para mí muy importante, la posibilidad de transformación que tiene el arte.
— ¿Cuáles son esas posibilidades de transformación?
— Vivimos en una época, sobre todo a partir de los 60, en la que el trabajo cognitivo, el trabajo del conocimiento y la información es central en la economía. La economía tiene altibajos por procesos de información, por flujos de conocimiento, y ya muy pocos por procesos puramente de producción. La ciencia y el arte son procesos cognitivos importantes; por consiguiente, hoy el arte tiene una centralidad que tal vez nunca ha tenido. Y, por ello, tiene una capacidad de transformación y cambio. La necesidad que tenemos hoy en día de cambiar la sociedad es una necesidad que la hemos tenido siempre, pero hoy en día tenemos una ventaja y esa ventaja es el papel central que tienen lo cognitivo y lo cultural, si somos capaces de utilizarlos.
— ¿En qué medida el arte contemporáneo representado en la exposición Principio Potosí puede considerarse un arte político?
— Lo político siempre ha estado ahí. De hecho, el arte siempre ha tenido una posición ambigua; ya la tenía en los siglos XVI y XVII. Las pinturas coloniales, por un lado, servían para evangelizar pero, por otro lado, eran claramente un lugar de resistencia. El arte está tan integrado en las estructuras de poder que siempre son políticas. Incluso el arte más apolítico es un arte muy relacionado con el mercado y, por consiguiente, es político porque sirve para reforzar unas estructuras de pensamiento determinadas. Por tanto, Principio Potosí, como todo el arte, es político. Ahora bien, está claro que los artistas que intervienen en Principio Potosí retoman algunas ideas que eran importantes en los 60 y los 70. En esos años, por un lado, en general, el arte estaba centrado en un contexto político muy concreto (las dictaduras en América Latina, por ejemplo). Por otro lado, ese arte tenía una especie de mala conciencia por ser arte. Ahora hay una gran diferencia. El arte actual no tiene mala conciencia de ser arte porque es consciente de que vivimos una época en la que lo cognitivo y lo artístico tiene una centralidad. Por tanto, una cosa que se hace ahora y que quizás no se hacía en otras épocas es el cuestionamiento del propio dispositivo a través del cual se muestra el arte. Y el dispositivo de Principio Potosí es brutal: la mezcla de la pintura colonial con el arte actual. La exposición se puede ver en diversos niveles, a través de diversos recorridos, que a veces pueden parecer hasta absurdos. El espectador no es un sujeto cautivo. Esto es algo que no existía en el arte de los 60 y 70 que era mucho más directo. Ésta es una exposición muy actual.
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