domingo, 23 de abril de 2017
Una exposición rescata la memoria de las calles de Sopocachi en 90 fotografías
El barrio de Sopocachi cada vez se parece más a tantos de cualquier ciudad del mundo. Está perdiendo buena parte de ese encanto que durante el siglo XX le convirtió en una zona diferente, rebosante de personalidad y en cuyas calles se concentró la vida política, económica y cultural de La Paz. Tres instituciones culturales del barrio (la Fundación Flavio Machicado Viscarra, la Organización Cultural Sopocachi y la Fundación Simón I. Patiño) se han unido y han animado a los vecinos a buscar en sus álbumes y compartir su fotos familiares para construir una especie de collage que recuerda lo que fue y ya nunca volverá a ser. De las algo más de 200 fotos que por el momento se han reunido se han seleccionado 90 para exponerlas en el Espacio Simón I. Patiño, con el título Sopocachi: memorias de un espacio singular 1900-1980, hasta el 2 de junio.
La exposición forma parte de un proyecto que arrancó en noviembre y que busca identificar e inventariar los archivos familiares para crear un banco de fotos que quede a disposición de todos y que ya se puede visitar en internet: www.sopocachi.org. Las fotos hablan de vidas cotidianas y de historias casi íntimas que, todas juntas, permiten recolectar pistas sobre la evolución de la arquitectura, del transporte y de las costumbres, y plantearse así una reflexión sobre la modernidad y el urbanismo. “Estos archivos son importantes. Hay que evitar que se pierdan y darles un uso que beneficie a la colectividad”, dice Cristina Machicado, de la Fundación Flavio Machicado.
Uno de esos usos es fomentar la permanencia de la memoria de Sopocachi con una herramienta que se ha convertido en casi hegemónica en las búsquedas en internet: Wikipedia. El proyecto se ha puesto en contacto con un grupo de paceños que habitualmente aportan datos a esa enciclopedia universal para que en un taller enseñen las herramientas básicas para aportar contenidos a quien tiene información sobre lugares y personajes importantes del barrio. Todos ellos celebrarán más tarde lo que se conoce como un día de edición masiva, en el que los contribuyentes se coordinan para, en una sola jornada, subir la mayor cantidad de datos sobre un tema específico; en este caso, Sopocachi.
En las paredes del Simón I. Patiño se proyecta, además, un documental mudo y en colores que ha cedido la Cinemateca Boliviana, que se estima se rodó en los años 40 y describe el barrio en aquella época. Otro video habla del encanto de darse un buen paseo por las calles y las plazas del barrio; otro ilustra varias figuras importantes de artistas que vivieron allí, y en un tercero el arquitecto Francisco Bedregal analiza la evolución urbanística de la zona. Y no sale muy bien parada: “hay una política despiadada contra el patrimonio”.
Porque la transformación de Sopocachi se ha disparado desde que se inició en los años 70. La directora del Simón I. Patiño, Michela Pentimalli, lleva 20 años viviendo allí. “La transformación del barrio me da mucha pena. Cuando llegué era muy tranquilo, podía trabajar con la ventana abierta (su oficina está en la avenida Ecuador) porque casi solo pasaba el micro de la línea 2, pero ahora ya no, porque el tráfico se ha hecho insoportable y me entra todo el ruido y todo el humo.
Aunque también tiene sus puntos positivos. Ahora hay mucha oferta de espacios de sociabilidad: restaurantes, cafés… y se conserva lo cultural”.
Aunque sigue habiendo varios, cada vez quedan menos edificios de estilo pintoresco —neocolonial, art decó, rococó, art nouveau…— que reflejen los gustos de la burguesía que se instaló aquí cuando con la Revolución Federal ocupó el centro de La Paz con sus necesidades de ministerios e instancias ejecutivas y provocó que muchos de los que residían allá se trasladaran a Sopocachi. Sus casas unifamiliares, tipo chalet, dominaron el paisaje hasta que en los años 70 empezaron a ceder terreno y, con la bonanza económica de la época de Banzer, apareció una nueva tipología: la vivienda multifamiliar en edificios de altura. Desde entonces estas construcciones no han dejado de avanzar y ahora se pueden encontrar algunos que albergan más de 500 departamentos en alrededor de 20 pisos.
Un buen ejemplo de este cambio lo da la misma Fundación Simón I. Patiño, que está construyendo su nueva sede, de siete pisos, en el terreno que antes ocupaba una casa señorial, de solo dos y con jardín. Y el ejemplo es bueno porque “lo que se está levantando es una dotación cultural y en un edificio importante, de Juan Carlos Calderón”, asegura Bedregal, “lo que resulta beneficioso para la vida y la estética del barrio”. No ocurre lo mismo con la mayoría de las nuevas construcciones, que el arquitecto considera que “son más ingeniería que arquitectura”. “No tienen ni de lejos la misma calidad que lo que sustituyen. Podría hacerse arquitectura moderna que también fuese pertinente y se convirtiese en patrimonio en el futuro, pero ahora no hay aportes arquitectónicos, se busca solo sacarle el máximo rendimiento al suelo”.
“La especulación inmobiliaria se ha apoderado de Sopocachi”, resume Machicado. El precio de los terrenos se ha disparado en esta zona probablemente más que en otras, pero el fenómeno es generalizado en La Paz. La ciudad está colmatada: “ya no hay zonas de expansión, ya se ha ocupado todo el término municipal, todo su espacio. Por eso el gobierno municipal no tiene contemplaciones con el patrimonio, estimula que la construcción se dé en altura porque si no la expansión rebasa los límites de la ciudad de La Paz, y si la gente que se va más allá ya no va a tributar aquí. Es preferible que se queden dentro del municipio y paguen aquí sus impuestos, cueste lo que cueste”, sentencia Bedregal.
Por eso conviene visitar Sopocachi: memorias de un espacio singular 1900-1980. Porque lo que ahí se contempla ya no se ve fácilmente en la calle. Familias numerosas posando en espacios abiertos, salteñerías, talleres, casas señoriales… y vistas hacia el Illimani y el Montículo que ahora quedan tapados por unas grandes construcciones que se amontonan y se quitan el sol las unas a las otras. Un espacio que ha cambiado y que, en consecuencia, ha hecho que la vida en sus calles sea hoy totalmente diferente. Aunque la exposición se limita a mostrar el pasado, no juzga nada, quien acuda a ella saldrá con elementos más que suficientes para sacar sus propias conclusiones.
Desde una ventana del 2
Óscar García - músico
El Manco de Lepanto tiene las dos manos. Mira desde la altura, se protege entre árboles y jardines a su vez protegidos de la gente. Tiene calza y todo el siglo XVI en el cobre a veces pulido, a veces enmohecido. Parece mirar las calles que solían ponerse azules por la especial luz que al atardecer rebotaba de los adoquines al cielo. Parece ponerse tenso como una quinta cuerda de guitarra flamenca y esperar a que desde más allá, desde el Montículo, provenga una estación de Vivaldi, el domingo, al atardecer, a la hora del Cristo, a la hora que sin mayor explicación hunde a las personas en una pequeña muerte del ánimo, a la hora en que humanos y mascotas vuelven al hogar mirando el suelo, mirando los zapatos.
Pero la mañana supo ser especial. Supo ser mañana de palabra cantada, delineada en onda desde la garganta de dos o tres voceadores plantados en una esquina, arriba, por la Rosendo Gutiérrez o bien al centro, frente al manco con dos manos. Cantada desde que el sol le daba al suelo como una barrida, impulsando a las hormigas hacia la cocina más próxima, hacia la tienda con canasta atiborrada de marraquetas. La palabra cantada anunciando el Hoy, el Hoy, Última Hora, Presencia… cuyo papel es hoy papel de olvido y de historia, con suerte. La mañana de mercado, la de saber que por ahí anda la señora pintada hablando sola sobre la inminente llegada de los marcianos con unos gangochos en los que meterán a todos los humanos de Sopocachi para llevarlos a un lugar en el que serán salvos y felices. La mañana que promete sin lugar a dudas una visita de hambre al chino mala onda, que parecía eterno en la Ecuador y que como todo lo eterno, desaparece un buen día sin ninguna explicación.
Y más abajo, en el territorio de los algodones dulces y de las salteñas romero, que no tuvieron nunca relación ni con la yerba aromática ni con los ojos del poder, se construye un paisaje sonoro hecho de niñez y de mascotas, a la sombra del dedo en el que han hecho nido, últimamente, todas las palomas de la América del Sur. Se construye paz y desorden, hay paz en la contemplación pero hay también paz en medio del torbellino. Y ahí, en medio del movimiento sin tregua de triciclos y chapis persiguiendo a otros chapis, estaba, como una estatua más, el heladero de las fotos al que se quisiera ver al menos una vez más, en otra foto que lo contenga. En Sopocachi, apoyado en las paredes de una casa con chimenea y biblioteca.
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