Una, dos, diez... 20, 32... y hasta llegar al 59 son los escalones por donde se asciende al Sorojchi Tambo, una especie de hacienda en miniatura enclavada en el barrio de Obrajes, rodeada de naturaleza y donde se esconde una residencia para la producción artística.
Una figura de un toro dorado se yergue sobre la punta del techo de la casa, a primera vista parece un diablo por su postura erecta. “Es una illa, su misión es proteger al Sorojchi Tambo”, explica Joaquín Sánchez, artista visual paraguayo que se enamoró de Bolivia y reside en el país hace 15 años, y quien junto con el cineasta boliviano Juan Carlos Valdivia crearon esta residencia para incentivar a producir arte. Ambos se conocieron durante el rodaje del filme American Visa.
Además de esa illa, otras dos están distribuidas por las alas del tejado, pero no son los únicos elementos que llaman la atención: el suelo empedrado rodeado de un jardín natural con plantas silvestres y las pinturas que dan color a las paredes del ingreso resaltan a la vista de todo aquel que ingresa a la casa.
Sueño de una noche de verano
Sorojchi Tambo vio la luz en enero de 2013, época del verano paceño, y pareció brotar desde las profundidades de un jardín shakespeareano. Es parte de la Fundación Cinenómada para las Artes, administrada por los dos creadores. Según Valdivia, “la fundación surge de una necesidad de institucionalizar algo que ya estábamos haciendo que es apoyar las iniciativas de otros creadores y de estar un poco inmersos en el quehacer cultural y social del país. También se puede decir que es un brazo de responsabilidad social de nuestra empresa (audiovisual) que es Cinenómada”.
El nombre Sorojchi Tambo nació porque la casa se encuentra en una ciudad a más de 3.000 metros de altura sobre el nivel del mar, sin contar con que para llegar hasta ahí hay que subir una cuesta empinada y serpenteante de 59 gradas. A buen entendedor pocas palabras, de ahí viene lo de Sorojchi (mal de altura). Mientras que Tambo porque “décadas atrás había muchos tambos en esta zona que se llamaba el ‘Velascato’, porque pertenecía a la familia Velasco”, cuenta Sánchez. Ahora, lo que queda de ellos es la cabaña principal que el anterior dueño construyó con sus propias manos y con materiales reciclables
Pero las cosas no se quedan allí, el par de artistas decidió ponerle espíritu al lugar con reflexión sobre el arte, pensamiento crítico y convertido en un laboratorio de creación, sin dejar de lado el arte indígena, popular y contemporáneo.
“Los ejes troncales de la fundación son la investigación y el trabajo con el arte indígena, popular y contemporáneo y el cruce que hay o que se hace de ellos”.
El Sorojchi Tambo, además de la residencia, cuenta con un proyecto editorial y un espacio de exposiciones. “Es un espacio para compartir, para hablar con los creadores que vienen a Bolivia o para mostrar sus trabajo no solo terminado, sino también en proceso”, resalta Sánchez.
La primera actividad que realizaron fue la publicación de un par de libros de Elio Ortiz, el intelectual guaraní que falleció este año. Uno de los textos se llama Yapisaka (Ver con los oídos) y el otro, Jovi (Verdeazul). “Es increíble su acercamiento (de Ortiz) a través de una mirada súper contemporánea desde la cultura guaraní”, advierte Sánchez, quien trabajó con él en la película Yvy Maraey, de Valdivia.
Valdivia cultivó una amistad desde 2008 con el guaraní, juntos recorrieron las inhópistas tierras del Chaco boliviano, la complicidad fue tan grande que Ortiz lo llevó a su hogar a que viera el corazón de su comunidad y cultura. “Cuando salió el libro, lo miraba (Yapisaka) como a un gran tesoro. Le brillaban los ojos cuando lo tuvo impreso entre sus manos; para él fue muy valioso que tantas figuras que él respetaba, como Xavier Albó, comentaran sobre el texto”, recordó el director, quien también admira el arte indígena y popular, por eso otro de los proyectos es el Museo de papel, enfocado en el arte popular, que sale bimensualmente en el suplemento dominical Tendencias de este medio escrito. “Uno de los objetivos del Museo de papel es que busca artesanos que tengan un pensamiento artístico”.
Recientemente, se llevó a cabo la exposición de un proyecto editorial con el español Antonio P. Martin para Gas Editions. “Es un proyecto que está enfocado en otra dinámica, busca otros espacios, otro soportes, otra mirada y está hecho con otros códigos para que artistas muestren sus obras publicadas en libros”.
De pronto, Sánchez mira hacia la residencia a medida que el sol se va poniendo y le salta un pensamiento. “La residencia de artistas dura entre uno y cuatro meses, dependiendo del proyecto, ya recibió cerca de 30 artistas de varios países como Chile, Argentina, Paraguay, Venezuela, Brasil, España, Suiza y Suecia. “Además de todas las ramas artísticas como músicos, escritores, cineastas, artistas visuales, escultores, fotógrafos, chefs, DJ, bailarines, coreógrafos”, enumera Sánchez con los dedos de una mano recubierta con un guante de cuero
“La mayoría de los residentes fueron invitados por ser ganadores del premio de concurso de Arte Joven, del cual la Fundación Cinenómada para las Artes fue parte coauspiciante. Gracias al convenio que tenemos con el Centro de Arte La Regenta en Canarias, pudimos tanto enviar como recibir residentes”, explica el cineasta de ojos color cielo y cabello plateado.
Para crear, hay que comer
“El amor es tan importante como la comida”, solía decir el nobel Gabriel García Márquez. Esta frase no le es indiferente a los artistas porque creen que con una buena comida se puede alimentar el pensamiento, por eso organizaban cenas de ají de fideo para compartir. “Hemos hecho cuatro versiones de este ají de fideo. Elegíamos un tema e invitamos a cuatro o seis creadores que vayan a hablar de ese tema, para conocer sus posturas”, explicó Sánchez.
Una vez que los invitados llegaban al Sorojchi Tambo, todos juntos se ponían manos a la obra para preparara un ají de fideo. Así, fideo, carne, papa, condimentos y ají se mezclaban en la olla. Por la mesa de los artistas pasaron Patricia Mariaca (pintora), Sergio Bastani (cineasta) y Cergio Prudencio (compositor), entre otros. Y si bien los anfitriones tienen muy buen diente, Valdivia y Sánchez lucen esbeltos y es que ellos no se quedan quietos, otro de sus proyectos de creación es el Avispero, que nació a partir de la curaduría de Sánchez la bienal del Siart de este año. “El proyecto está dirigido por mí y se trabaja con 15 artistas jóvenes de diferentes disciplinas (música, cocina, diseño de modas y arte visual, entre otras) con quienes me reúno”, dice el paraguayo.
En el Avispero, se sigue la línea de trabajo del arte popular. “Tenemos una dinámica muy activa para que el proceso sea muy corto y así tratar de buscar una forma que se pueda ajustar de la mejor manera posible a las necesidades de los creadores”.
Valdivia interviene con fuerza, es de esas personas que se apasionan por lo que hace. “El Avispero también es un espacio para jóvenes que no necesariamente estén consagrados, sino que están en una etapa de transición o quieren entrar al mundo del arte. Los apoyamos”.
El tiempo ha terminado. 59, 54, 42, 36, 22, 11, siete, tres, dos y una. Las gradas llegan a su fin, la noche ha caído, se cierra la puerta y el Sorojchi Tambo parece un paisaje sacado de un sueño bucólico. Tras de la puerta queda escondido este secreto.