Las colecciones que posee la institución (27.572 piezas) llevan a afirmar a Freddy Taboada, jefe del departamento de Museología, que más que sólo etnográfico, el museo es antropológico. Y así es, según el curador Suñavi, pues cualquiera de las piezas permite tender hilos entre el presente y el pasado de las distintas sociedades que habitaron y las que habitan lo que hoy se llama Bolivia, más allá de lo únicamente étnico, folklórico o rural.
La alfarería, por ejemplo, presenta una amplia variedad de objetos no solamente utilitarios sino también rituales. Piezas tiwanakotas, mollo, yamparas o yuras, prehispánicas en todo caso, con sus diversas técnicas de elaboración y decoración, tuvieron formas y funciones concretas, aspectos que inclusive durante la Colonia se mantuvieron pese a la inserción de nuevas pautas tecnológicas, formas y patrones decorativos; es más, en tiempos actuales perviven tales antiguas tradiciones. Pese a la extirpación de idolatrías, las funciones que tuvo la alfarería ritual se mantienen en tiempos coloniales y continúan en los actuales. Piezas con formas de animales destinadas a la fertilidad y los buenos augurios para el ganado, adoptaron en la Colonia las formas del toro traído por los conquistadores, conservando las mismas funciones.
DE RITOS Y OTROS SENTIDOS
La importancia de libar, de compartir las bebidas alcohólicas para socializar, tan presente hoy, se traduce en objetos utilizados en momentos festivos, como pasa con los antiguos trampa vasos, objetos que tienen perforaciones en el cuerpo y varios orificios en el borde: quién sabe cómo beberá sin mojarse; quién no, por ejemplo un invitado nuevo en la fiesta, se equivocará y, al mover a risa a todos, romperá el hielo y será aceptado, explica Suñavi.
En el mismo sentido de la socialización a través de la bebida existe también el anda y vete, objeto que consta de un vaso con pitón rodeado y comunicado por varios y pequeños recipientes de los que, si el invitado toma, terminará ebrio en pocos minutos. Es, claramente, un antepasado de la costumbre del “ferrocarril”, tan vigente en los prestes actuales.
En tierras bajas, la alfarería es reflejo del medio ambiente y la adaptación de los grupos humanos a estos espacios. Por ejemplo, de los ayoreos, llama la atención el recipiente en forma de cono, con la base en punta. Un extraño se preguntará cómo se sostiene erguido. Taboada lo explica: se clava en la tierra y de esta forma el agua se mantiene fresca, pese al clima cálido que reina en esos sitios.
Más contemporánea, la cerámica de Wayculí, de Cotoca, de Batallas, Coro Coro o de Chagua – Berque muestran su sencilla belleza y hacen lamentar la proliferación cada vez mayor del antiestético plástico en los hogares bolivianos.
En cuanto a metales, la plata, el oro, el bronce y el cobre son los materiales de magníficos topos prehispánicos y coloniales, con su correlato contemporáneo, así como de bandejas, fuentes y copas.
Aun la hojalata en manos expertas da lugar a piezas maravillosas, como el “chinisco” de Potosí que recuerda a una mezcla de carrusel miniatura y veleta, y que está destinado a sonar, a darle un tono festivo a la vida.
Por supuesto no faltan, no podrían faltar, los objetos trabajados para la Alasita, entre los que asombran los buses y camiones de distintos modelos que bien podrían, combinados con los que hay en la sección de maderas (bienes orgánicos), contar algún día la historia del transporte público en Bolivia: marcas, modelos y ornamentos.
La piedra da lugar a un conjunto de piezas arqueológicas de distintas culturas, como son Chiripa, Wankarani o Tiwanaku. Junto a la colección de objetos cerámicos prehispánicos, el Musef tiene con los líticos una buena base arqueológica con que explicar muchas de las manifestaciones de las culturas actuales en el país.
Además, en piedras se ha depositado por ejemplo, y desde épocas antiguas, el espíritu de las cosas, como se ve en las illas kallawayas y los samiris aymaras con que, aún hoy, se busca la protección de la comunidad.
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