La Paz es, probablemente, la única ciudad del mundo en la que la música contemporánea es de los barrios populares”, dice con orgullo Cergio Prudencio, director y fundador de la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos (OEIN), un proyecto musical y pedagógico que esta semana cumple 35 años rescatando sonidos e instrumentos tradicionales del altiplano y componiendo para ellos música contemporánea, que luego toca con músicos muy jóvenes. El sábado, 60 de estos chicos y chicas se pondrán elegantes, dominarán los nervios y ofrecerán un concierto en el Centro Sinfónico Nacional, en el que se escucharán cuatro obras compuestas por Prudencio, Daniel Calderón y Carlos Gutiérrez, dos músicos formados en la orquesta.
Aunque la OEIN no es estrictamente una orquesta, sino 11: la Orquesta Titular y las diez agrupaciones que componen el Programa de Iniciación a la Música, que se encarga de la formación musical de los jóvenes, además de comprometerse a animar la vida social y cultural de varios barrios de La Paz. Los 8.500 músicos que ya han pasado por estas orquestas en los últimos 15 años, como jóvenes y adolescentes que son, tienen una forma muy fresca y muy libre de relacionarse con los sonidos y con sus instrumentos. En el mejor sentido, no solo los tocan, además juegan con ellos.
A estos músicos también les gusta compartir su pasión y su trabajo con sus familiares, vecinos, amigos y maestros en conciertos que se celebran allí mismo, en el barrio, y que en muchos casos presentan piezas que han compuesto los propios chicos. Los espectadores disfrutan de estos conciertos porque, como señala Prudencio, “la música contemporánea en otros lugares es un caviar para gourmets, pero acá tenemos un público que se relaciona con la experimentación sin traumas ni complejos”.
IDENTIDAD. Esta aceptación se da porque “la mayor parte de los niños y jóvenes vienen de familias que hace una o dos generaciones migraron del campo a la ciudad y mantienen el aymara de primera lengua”. La OEIN les da la oportunidad de recuperar sonidos ancestrales con los que se identifican fácilmente, porque siempre fueron suyos y aún son una parte importante de su cultura, que poco a poco estaban perdiendo.
La orquesta toma estas músicas tradicionales y las junta con lenguajes musicales de vanguardia. De este mestizaje nacen obras que son buenas representantes de la sociedad de hoy y que producen en los músicos y el público “un enriquecedor intercambio entre los conocimientos aprendidos y no aprendidos, del que se obtienen tensiones muy productivas”. Músicos, directores, compositores y oyentes aprenden a moverse fácil y constantemente entre lo contemporáneo y la tradición, entre el rescate y la innovación, casi sin darse cuenta.
De esta interacción entre todos surge un sentimiento de compromiso y de pertenencia a la orquesta que en muchos casos ha cambiado las vidas de sus componentes. Dentro del trabajo pedagógico de la OEIN, la experiencia de colaborar con otros que viven los jóvenes músicos es muy importante, tanto como dominar técnicamente un instrumento. Prudencio está seguro de que esta buena costumbre de compartir, sumada a los beneficios que la música aporta de por sí a la mente y el espíritu, hace que todos los miembros de la OEIN crezcan como personas.
Este espíritu es parte de lo que enganchó a Daniel Calderón al grupo. Él tenía una formación muy completa como músico y compositor antes de llegar a la OEIN, pero aquí encontró algo diferente y que le apasionó: “el concepto colectivo de la música”. En la música tradicional, y en la de la orquesta, “no hay solistas, todos tocamos juntos”, lo cual forma parte de toda una visión diferente de la vida y las relaciones humanas.
ÉXITOS. En las orquestas de los barrios poco a poco crecen los talentos naturales. Prudencio y sus colaboradores los identifican, los apoyan, los siguen de cerca y realizan constantes audiciones para seleccionarlos. Eligen a los músicos que más destacan en habilidad y compromiso, y éstos pasan a formar la Orquesta Titular de la OEIN, la que viaja y promociona la música por Bolivia y el mundo, y que es la que se presentará el sábado en La Paz.
Este grupo ha ofrecido conciertos en Austria, Italia, Polonia, Alemania, Suiza, Holanda, Corea del Sur, Australia y varios países de Latinoamérica. Prudencio bromea sobre lo difícil que, por cuestiones legales, es moverse con niños de 12 o 14 años por el extranjero. El año pasado, en el viaje a Polonia, de una delegación de 24 músicos, 9 eran menores de edad. Pero mereció la pena porque estos adolescentes lograron poner de pie, aplaudiendo durante diez minutos, al público del muy prestigioso Festival de Otoño de Varsovia.
Después de varios éxitos como ése, la orquesta ya se ha hecho un nombre en los círculos de la música contemporánea de todo el mundo. Este reconocimiento ha ayudado a la OEIN en su labor pedagógica en Bolivia, ya que le ha facilitado traer a consagrados músicos de la escena contemporánea a los talleres del programa de Compositores Residentes, que se celebran en La Paz.
El premiado compositor suizo Beat Furrer, el compositor ecuatoriano Mesías Maiguashca —que trabajó con Stockhaus en Alemania— y otros han accedido a aportar su experiencia y conocimientos teóricos, mientras que ellos mismos han crecido gracias al contacto con la cultura andina. Prudencio reconoce que este intercambio no es fácil, que “en muchos casos es un choque, pero siempre creativo”.
DESCOLONIZACIÓN. Prudencio se enorgullece de lo que hasta el momento ha logrado la OEIN, sobre todo en el plano educativo, en el trabajo con los chicos: “Muchos de los músicos que han pasado por aquí podrían ser mis hijos, no solo por la edad sino por la cercanía, por el trato”. Aunque solo parte de antiguos miembros de la orquesta se dedique profesionalmente a la música, la mayoría sí tiene una relación de por vida con ella, lo que “les ha ayudado a avanzar otros campos profesionales y, sobre todo, a ser mejores personas”.
Para que la experiencia siga “al menos otros 35 años”, Prudencio ve necesario que el Estado se implique más con la orquesta. “Hasta el momento hemos sobrevivido gracias a proyectos puntuales para los que hemos buscado financiación en todos lados: la cooperación extranjera, las fundaciones, convenios de colaboración...”. A pesar de la libertad que esto le ha dado siempre, el director cree que ya ha llegado el momento de que la OEIN cuente con algo más de estabilidad económica y, sobre todo, con mayor reconocimiento oficial. De esta manera podría aportar aún más a la transformación de Bolivia porque, según asegura Prudencio, “lo que la OEIN lleva haciendo 35 años seguidos es un buen modelo de descolonización”.
Wankaras, tarkas, sirkus y pinkillos
Los instrumentos de viento y de percusión suenan siempre juntosDaniel Calderón lo explica con humor: “Es curioso que tengamos tanta afición por soplar en un lugar donde falta el aire”. El director de orquesta y compositor reflexiona así, poco antes de comenzar un ensayo con la OEIN, sobre el hecho de que —aparte de los de percusión— prácticamente todos los instrumentos musicales de la tradición andina sean de viento.
La idea alrededor de la cual funciona todo el trabajo de la OEIN es rescatar la música tradicional boliviana a través de sus composiciones pero, sobre todo, de sus instrumentos. Y hay cientos de ellos en el local en el que la orquesta ensaya.
Una estantería está reservada a los instrumentos de madera: las tarkas. Todas ellas están clasificadas cuidadosamente según su tamaño y la calidad de la madera con la que están construidas, lo que determina el timbre y la cantidad de sonido que emiten y, por lo tanto, el uso que les dará la orquesta.
Las tarkas tienen en común entre ellas y con otras familias de instrumentos que suenan mucho. “Son instrumentos pensados para tocar al aire libre, por lo que hay que tener cuidado cuando se utilizan en teatros u otros ambientes cerrados, porque el sonido puede saturar”, advierte Calderón.
Otra familia es la de los sirkus, los instrumentos de caña. La orquesta utiliza muchas variedades de sirkus, y una de las de más protagonismo es la de los kantus. Éstos constan de dos hileras de tubos que producen dos sonidos a la vez y dan al instrumento una gran riqueza expresiva.
Los pinkillos y mohoseños también son instrumentos de viento que, como los demás, necesitan estar acompañados por los de percusión, por las wankaras, los bombos de Italaque, y otros. Normalmente los parches se construyen con piel de chivo, y las charleras con hilos de tripa o espina de cactus, dependiendo de las sonoridades que se quieran conseguir.
La OEIN tiene suficientes instrumentos para su trabajo, casi siempre construidos artesanalmente por Vicente Torres, un siku uriri (luthier) de Walata Grande. Pero existen muchos instrumentos más. Parte de la tarea de investigación de la institución consiste en ayudar a describirlos y clasificarlos, lo que no es fácil porque “aún nos quedan bastantes por encontrar. La riqueza en este campo es tanta que, cuando viajas por las comunidades, a menudo ves instrumentos que no conocías”.
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