La danza, en efecto, tiene implicaciones con la autoconciencia, con la configuración de la subjetividad y con las experiencias sensoriales que, precisamente, posibilita la práctica de esta disciplina. La danza también puede dar lugar a reflexiones sobre la relación del cuerpo con el mundo, de los cuerpos con otros cuerpos, la relación y el manejo de los cuerpos en el espacio, el desarrollo de la crea- tividad, en fin, sobre una serie de cuestiones esenciales.
Por otra parte, una de las funciones de la crítica, en mi opinión, es la contribución a la formación de los públicos, brindando elementos. La crítica debe ser capaz de transmitir —a la vez que expresar puntos de vista particulares sobre una obra— criterios que permitan al espectador abrirse un poco más al mundo de la danza y todo lo que éste representa.
Pero vayamos a la experiencia que, me provocó la obra Des-Amores con la que la compañía de danza contemporánea Gaviota hizo su relanzamiento el pasado fin de semana. Y es justamente hablar sobre la necesidad y urgencia que todo artista de la danza busca y no siempre encuentra: expresar el yo interior, desplegar su creatividad, y lograr empatía con el público, poniendo la técnica a disposición de aquello. Considero que la joven compañía se mueve en esa búsqueda.
En el intento por reencontrarse con el público Gaviota, ha elegido una temática con la que todos nos identificamos: el “amor/desamor”, sumada a una excelente selección de canciones de cantautores latinoamericanos. El despliegue técnico y la capacidad crea- tiva e interpretativa de las y los bailarines ha logrado su objetivo.
Integrada por Truddy Murillo, en la dirección, Mariana Haruji, Adriana Iturralde, Boris Flores, Sergio Valencia y Juan Manuel Tórrez (invitado), todas y todos de diversas procedencias de escuelas de formación, el grupo Gaviota ha mostrado que tiene un denominador común: sensibilidad, capacidad expresiva e interpretativa y destreza técnica, con diferencias de niveles. En el conjunto, sin embargo, es posible apreciar un equilibrio.
Así, la formación y el camino en la danza “no es sólo un problema de adiestramiento físico sino de configuración de lo subjetivo”, como afirma Dropsy. En ese orden de cosas es que se plantea el permanente desafío para formadores y bailarines. Construir los andamiajes para permitir que fluya la sensibilidad y liberar el ser interior, de la mano del desarrollo de destrezas técnicas. Cierro esta entrega con una pregunta que nos plantea Dropsy, que resulta esencial: “¿Cómo lograr bajo las exigencias de una disciplina rigurosa que requiere el desarrollo de habilidades complejas, una capacidad de autoexploración que dé margen a la libertad individual?”.
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