Texto: Javier Méndez Vedia / Fotos: Max Toranzos y Clovis de la Jaille
Los mejores lutieres de Santa Cruz de la Sierra están en el Plan 3.000. Hay que llegar hasta el barrio El Quior. El taller está en el alero de una casa de ladrillo visto. La mesa de trabajo sobre la que Francisco y Alfonso Ichu trabajan está reluciente. La hicieron ellos mismos y es una muestra de que su trabajo requiere de precisión y limpieza.
Los hermanos Ichu llegaron a Santa Cruz hace 20 años. Fueron albañiles, panaderos, cocineros y carpinteros. Cualquier oficio les servía para sobrevivir. Francisco todavía dedica algún tiempo a masillar y pintar vehículos chocados. Ambos también fueron chapistas.
Las herramientas que han alineado sobre la mesa son pequeñas. Hay gubias para calar la madera, formones de todos los tamaños y la diminuta lima cola de rata. Son todas de fabricación japonesa. “Es que son muy finas y aquí no se consiguen”, explica uno de ellos. Alineadas sobre un pedazo de cuero delgado, serán parte de su equipaje cuando empiece el Festival Internacional de Música Barroca y Renacentista. Su misión es mantener funcionando los violines, violas, violonchelos, chelos y contrabajos que se ‘resientan’ durante los conciertos.
Los instrumentos que son sometidos al trajín diario de ensayos y conciertos deben, rutinariamente, ser revisados cada tres meses. No falta un pelito de cola de caballo que se suelta en el arco del violín que quizá influya en el sonido perfecto que buscan los intérpretes. Los violinistas aficionados pueden seguir tocando con pocas hebras, pero los profesionales no pueden darse ese lujo. Los primeros en darse cuenta en un bajón de la calidad son ellos mismos; luego lo hace el público.
Con ayuda de algunas pinzas, Alfonso restaura la garnetura para evitar que la fricción cause un ‘desbalanceo’ durante la ejecución. También se fija, con la ayuda de un espejo para dentista, que el alma del violín esté bien colocada. El alma es un pequeño trozo de madera cilíndrica colocado dentro de la caja de resonancia del instrumento. Está entre la tapa y el fondo. Por dentro hay una estructura que no se ve. Es la tabla de resonancia. Ambas transmiten el sonido y otorgan resistencia al violín.
En los violines locales se utiliza mara. Según una maestra de música, esos materiales son aptos para los sonidos que requiere la música barroca. Para los sonidos que necesitan mayor proyección, es necesario tener maderas como el pino y el arce. Ichu muestra las vetas de un pedazo de pino. “Mire, tiene muchas vetas, más que cualquier otra madera. Por eso el sonido se transmite mejor”, explica. El pedazo de madera es muy ligero. Ichu lo palpa, como si tuviera algún pacto secreto con ese noble material.
El pacto existe pero requiere del uso de tecnología. Por ejemplo, el ‘espesímetro’. Es un instrumento de precisión que mide justamente el espesor de las tapas del violín. El instrumento debe manipularse con cuidado, porque si no está en posición horizontal, la medida puede variar. “Así, sin moverlo”, muestra Francisco mientras coloca el aparato sobre un trozo de madera que pronto se convertirá en un instrumento.
Debajo del estante de herramientas hay una cama. Alfonso prácticamente duerme con las herramientas. A un costado hay un chelo de la Orquesta Sinfónica Nacional. Está muy dañado, aunque por fuera se vea más o menos entero. La campana, que es la parte delantera en medio de las llamadas ‘efes’, tiene secciones desprendidas. El trabajo que deben hacer consiste solo en restaurar, es decir, volver a colocar las partes como estaban originalmente. Durante la formación recibida desde 2000 por parte de lutieres extranjeros, como el francés Alan Meyer, los Ichu aplican los conceptos de restauración y reparación. Cuando se repara, a veces es necesario cambiar una pieza. Cuando se restaura, es mejor no cambiar ninguna pieza, a no ser que esté muy dañada.
Hace un par de semanas, visitó Bolivia el lutier argentino Mauro Cura, otro de sus maestros. Él hizo una tasación del trabajo que están haciendo en la construcción de violines. Los Ichu piden no mencionar precios, para evitar los asaltos de los que fueron víctima algunos músicos. Sin embargo, el perfeccionamiento de su trabajo confirma que se trata de los maestros más destacados del departamento y quizá más allá. Pudieron completar sus herramientas y su formación con apoyo de instituciones como la Asociación Pro Arte y Cultura y Hombres Nuevos, que trabaja en el Plan 3.000.
En el círculo de músicos es proverbial la calma que tienen los hermanos. Esa parsimonia parece ir a tono con el tiempo que la naturaleza requiere para crear las maderas. Por eso las reparaciones no se hacen con rapidez. Algunas pueden tardar seis meses, lo mismo que la fabricación de un violín. Y pueden ser más complicadas. Es mejor hacer todo de nuevo antes que reparar, pero como parecen demostrarlo algunos estudios, los violines fabricados hace tiempo suenan mejor que los recién fabricados. Todo parece indicar que los instrumentos de los Ichu están destinados a perdurar y a mejorar con el paso de los siglos.
MÁS QUE JUGUETES. Desiderio Forco llenó los mercados con guitarras de juguete. Hace instrumentos ‘serios’ a pedido.
“POR QUÉ NO TE VAS A ESTUDIAR AFUERA”
No faltó una mano generosa y oportuna que le dijo a Boris Vásquez que se vaya. También le puso en el bolsillo algo de dinero para que siga su camino en otro lugar. Él era fagotista de la Orquesta Sinfónica Nacional y había alcanzado un puesto que la inflación de los 80 había convertido en inviable.
“Hacíamos colas larguísimas para cobrar nuestro sueldo. Salíamos con paquetes grandes de billetes”, cuenta. Esos paquetes solo eran una pesada carga, porque alcanzaban para comprar algunos pocos artículos que al día siguiente subirían de precio.
Con el dinero que le prestaron sus benefactores compró sus pasajes a Alemania. Tenía la intención de empezar sus estudios en la Hochschule der Künste en Berlín. Pero, pese a la experiencia como fagotista, vio que le faltaba perfeccionar sus habilidades con el instrumento si quería vencer la prueba de admisión.
Mientras se preparaba para ese examen, encontró un círculo de personas dedicadas a la fabricación de instrumentos. Empezó como aprendiz y tuvo como mentor y maestro a Stephan Beck, dueño de una fábrica de instrumentos barrocos.
Las flautas traversas, oboes, fagots barrocos, pommerns y laúdes eran algunos de los instrumentos que se fabricaban. Cuando llegó el momento de rendir el examen, Boris invitó a sus colegas a un concierto que dio en el mismo taller. Todos estaban sorprendidos, porque solamente lo conocían como un fabricante de instrumentos. Lo felicitaron y le dijeron que sonaba muy bien. Aprobó el examen y terminó la carrera. Luego hizo una maestría en interpretación, después de otro concurso. Actualmente es el director de la Orquesta Sinfónica Juvenil. Pocas personas saben que durante mucho tiempo se dedicó a la fabricación de instrumentos para poder continuar con sus estudios.
SELMER
Algunos instrumentos famosos se reconocen por el nombre de sus fabricantes. Los violines Stradivarius o Guarneri llevan los apellidos de quienes los hicieron. El músico y fabricante Henri Selmer es parte de esa leyenda, pero en lo que se refiere a los clarinetes y saxofones. Empezó a fabricarlos en 1885. Es un nombre conocido entre los hombres de orquesta. Cuando Héctor Luis Molina llegó de La Paz a Santa Cruz, hace 20 años, bautizó con el nombre de Selmer a su taller. Hoy, nadie lo conoce con el nombre de Héctor Luis. Todos le dicen Selmer. Repara todos los instrumentos de cobre y bronce. Trompetas, saxofones, trombones y barítonos. Fabrica las piezas desgastadas y además, les da un baño de níquel que las deja relucientes, como nuevas. Su trabajo es muy apreciado. Aprendió el oficio de su abuelo materno, Félix Nina, y de su tío, Daniel. Ambos trabajaban con las bandas del Ejército, en La Paz.
CREYENTE Y GUITARRERO
Desiderio Forco fabrica guitarras a pedido. Cuando era joven tocaba el piano en un conjunto, pero ahora impulsa los grupos de música cristiana, desde que él y su esposa se convirtieron en evangélicos. También hace instrumentos de juguete que se venden en varios mercados de la ciudad.
Roberto Miranda vende guitarras en La Recova, en pleno centro de la ciudad. Quien las fabrica es su hermano Rodolfo. Sin embargo, las hace en Cochabamba. Su principal mercado es Santa Cruz, donde, dice, la gente “es más guitarrera”. También envía instrumentos a La Paz, pero a Potosí y Sucre manda sus charangos. “Para un principiante es más complicado hacer charangos, por el cavado, pero después de 25 años de estar en esto, es fácil”, comenta. Ya no necesita medir a cada momento el espesor de la madera, porque tiene “los dedos calibrados por la experiencia”.
Podría trabajar en Santa Cruz, pero no solo consigue materia prima más barata en Cochabamba, sino una mejor calidad. La humedad hace que los instrumentos se tuerzan. Tiene guitarras desde Bs 280 bolivianos y otras hechas de mara en Bs 380. “Son mejores las de mara y pino, que cuestan Bs 580, pero las de jacarandá y pino llegan a Bs 780. Esas maderas le dan más resonancia”.
Pese a la calidad de estos instrumentos, no puede exportar debido a algunas regulaciones. Sin embargo, varios brasileños ya se llevaron sus instrumentos, “pese a que allá se fabrica la famosa Giannini”, dice con orgullo. Cuando se trata de un cliente muy exigente, utiliza el pino importado. En ese caso debe cobrar hasta Bs 2.200. “Estamos sobreviviendo pese a las guitarras chinas que están entrando hace cuatro años”, lamenta. Aunque tienen un acabado elegante, esos instrumentos duran muy poco y su sonoridad no se acerca a una guitarra boliviana bien hecha.
Sabe fabricar violines, que fue el primer oficio de su padre. “Él hacía violines con microafinadores metálicos”, recuerda. También debe competir con el precio de los violines chinos, que vienen en una cajita llamativa pero que duran poco. Sentencia: “Los que saben, nunca compran esos instrumentos”.
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