Los bienes —prehispánicos, coloniales, republicanos y contemporáneos— dan la pauta de habilidades, creencias, costumbres, valores en los que se podría bucear por horas… aunque “ni diez vidas nos alcanzarían para comprenderlo todo”, pinta la realidad el Curador y documentalista Freddy Maidana Rodríguez.
Maidana está a cargo de los aproximadamente 11.000 bienes orgánicos, es decir, aquellos trabajados en maderas, fibras vegetales (cestería), partes de animales (cueros, plumas, huesos) y los textiles.
La madera ha sido utilizada de tal manera para dar forma a máscaras de distintas culturas, que ha motivado ya la identificación de una colección aparte en la que destacan las expresiones de los pueblos de tierras bajas: ayoreos, izoceños, yuracarés, moxeños, ignacianos, guaraníes, tacanas, mosetenes, t’simane y chiquitanos.
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La madera también es la base de kerus o vasos ceremoniales polícromos o con incrustaciones de metales, y de recipientes ch’alladores datados en la Colonia, aunque se hacían desde antes; todas éstas expresiones de tierras altas.
Arcos y flechas, cerbatanas con el recipiente para el veneno mortal reposan ahora en las bodegas del museo, lejos de la guerra o de la caza. Hay ejemplos de arco y flecha de los esse ejja, así como las pías (conjunto de flechas) de los araona, o los urukai (cesto de flechas) guarayos y los arcos t’simane.
Entre lo mucho por admirar —bastones de mando tallados, instrumentos musicales, trampas para animales, matracas de morenada, réplicas de vehículos hechos para Alasita con detalle extraordinario—, la mirada se posa en el mecanismo de una vieja chapa y su llave que algún hábil artesano trabajó para resguardar su vivienda en la región de Yampara (Tarabuco, siglos XVIII-XIX).
En cestería, abundan los abanicos o “pantallas” trenzados para refrescarse en tierras cálidas. Los cargadores de bebés muestran sus similitudes y diferencias según las tejieron chipayas o tacanas, araonas o guarayos, moxeños, esse ejja o chiquitanos. Por supuesto, es también grande la variedad de los cargadores para cosechar y los balais como indispensable instrumento de cocina.
El cuero vacuno, de urina (venado pequeño), zorrino y titi (tigrecillo) adquiere la forma de zapatos, ojotas, chicotes, lazos, máscaras, fustas e, imposible que pase desapercibida, una petaca colonial. Las pieles de animales, felinos sobre todo, se traducen —para espanto de los ecologistas de hoy, seguramente— en trajes de danzas rituales, como las corazas de los quena quenas de las regiones de Patacamaya y Umala de la provincia Aroma en el departamento de La Paz.
Similar espanto despertaría, en tiempos de conservación, el uso de plumas en tocados y en las llamadas chakanas que se han logrado, a la manera de artístico collage, para los hombros de los mismos quena quenas. Pero, que los artistas se acomodan a los vaivenes del tiempo lo muestra la elaboración de los mismos tocados, pero con tela que sólo de cerca delata su condición. Y el Musef documenta también este giro.
La rica colección de textiles abarca, finalmente, a cada rincón del país. Prehispánicos, republicanos y contemporáneos, los géneros logrados de corteza de árbol machacado, propios de tierras bajas, o tejidos con lanas de animales teñidas de tintes naturales, del valle y el altiplano, cada pieza, aún si es un fragmento, es capaz de arrancar una exclamación de genuina admiración.
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