La efervescencia católica en las tierras conquistadas no se puede explicar sin el sincretismo entre las deidades españolas y las del Nuevo Mundo. Y se vio con los arcángeles y ángeles, y ello también pasó con la Virgen María, que fue presentada a los originarios como su reina por los evangelizadores. Pero los indígenas no podían tener dos “madres” benefactoras y fusionaron su creencia local con la recién llegada.
Las pinturas de vírgenes que fueron apareciendo en el período virreinal lucen una decoración profusa: oro, perlas, estrellas, auras, coronas, mantos multicolores... Normalmente están representadas dentro de un altar y acompañadas de querubines y/o ángeles, así como de elementos tradicionales como las rosas, las palmas o el cuarto de luna creciente, que simboliza el momento de la concepción de Cristo.
No obstante, los íconos triangulares resaltan por el sincretismo cargado en sus lienzos, que también se trasladó a la escultura o el tallado. No se desecha que estas representaciones tengan su fuente en la Virgen de Copacabana, aquella figura mariana con tres ángulos que fue esculpida por Francisco Tito Yupanqui, aquel indígena convertido al catolicismo que creó una figura que se hizo famosa por sus milagros.
Se maneja que esta fama se irradió primero por los alrededores del lago Titicaca y luego hacia otras zonas andinas, con la respectiva emulación de la forma triangular en pinturas y esculturas. Y así nacieron las “vírgenes pachamamas”. Cada una tiene una característica indígena, mestiza. Como la pintura de la Virgen de Rosario de Pomata, de 1680, la única imagen que lleva plumas en su corona, la llamada Virgen India.
Trinidades, Gran Poder y exaltaciones
Otros dos salones lucen piezas peculiares de la fe en la época virreinal: el de Trinidades y Gran Poder, y el de Triunfos y Exaltaciones. En el primero, resalta la evolución de la iconografía de la Santísima Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que al comienzo fueron pintados como hombre barbón, Cristo resucitado y paloma, respectivamente, hasta llegar a la extrema y final de una persona con tres caras de Cristo, el Gran Poder. En la foto, el óleo Coronación de la Virgen por la Trinidad, de autor anónimo paceño, hacia 1730. En la segunda sala, los lienzos exaltan los dogmas de la fe, los triunfos de la iglesia en su lucha contra los herejes o paganos, o el poder de la corona.
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