Calamarca de La Paz
Los indígenas adoraban y temían a Illapa, su deidad que hablaba a través del rayo y, por tanto, del estruendo. Se comunicaba desde el Alax Pacha (mundo celestial) hacia el Aka Pacha (mundo terrenal) y traspasaba hasta el Manqha Pacha (mundo de abajo). Fue así que al llegar los colonizadores, los originarios escucharon el sonido de los arcabuces, y lo atribuyeron a su Dios. De ahí el sentido de la serie colonial de ángeles militares o arcabuceros.
Estos defensores celestiales tienen jerarquías que se sustentan en libros apócrifos del Antiguo Testamento, como el de Enoc, en el que cada ángel se identifica con los fenómenos y cuerpos celestes, fuente que al parecer fue utilizada por eruditos religiosos para sustituir a las deidades andinas vinculadas con fenómenos atmosféricos, logrando así su adaptación y popularidad entre los pueblos indígenas.
Pariente de los de Calamarca
Uno de los cuadros más “viajeros” del museo es precisamente éste, el del Arcángel Arcabucero, pues sus características lo convierten en uno de los más preciados a nivel nacional e internacional. Pertenece al estilo del famoso círculo de la colección anónima de 36 óleos de la población de Calamarca, que se cree fue pintada por la escuela paceña de José López de los Ríos.
Estas piezas invaluables están en el antiguo territorio de los indios Pacajes, en la iglesia del mismo nombre, a unos 60 kilómetros de distancia de la ciudad de La Paz. Datan de la segunda mitad del siglo XVII y solamente una decena es expuesta tras una restauración realizada en 1993.
“Este Arcángel Arcabucero es una obra de una calidad extraordinaria, que proviene posiblemente de una serie desaparecida. Los colores y el dorado de la vestimenta lo diferencian de los ángeles de Calamarca e indican que formaba parte de otra serie, salida sin duda de la misma escuela”, explican José de Mesa y Teresa Gisbert en uno de sus estudios sobre las pinturas con seres alados de Calamarca y del Asiel Timor Dei que habita el Museo Nacional de Arte.
En este óleo sobre lienzo trabajado en el siglo XVII y de artista anónimo, el arcángel lleva el atuendo típico de los españoles de la época, con una casaca ancha de mangas acuchilladas, valona, calzas a la rodilla, transparencia en los encajes de la camisa, sombrero de ala ancha con plumas y resalta el arma sujetada con peculiar actitud: el personaje tiene entre sus manos un arcabuz encendido, que refleja la misión que el Creador le ha confiado en el cielo.
El mestizaje está en el brocateado
En la pintura andina, que tanto mestizos como indígenas realizaron durante el período virreinal, resulta característica la técnica del brocateado que, junto con el dorado, estaban de moda. Para aplicar el dorado, se pasaba sobre la tela una capa de tierra roja antes de cubrirla con oro o plata. En cuanto al brocateado, se empleaba una capa de pintura sobre el dorado y, una vez que era parcialmente secado, se obtenían importantes efectos visuales. Con la llegada del estilo barroco mestizo, la composición se hizo más compleja. Fue así que la introducción de técnicas pictóricas contribuyó al surgimiento de un arte original que se apartó de los modelos europeos y que fue simplificado, y adaptado en función de nuevas mentalidades.
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