El cuadro se divide en tres zonas con mitos y personajes de inicios del siglo XVIII. Arriba, el rompimiento de gloria: las nubes se abren en un cielo luminoso que descubre a la Santísima Trinidad. El Padre es un anciano, el Hijo es un hombre joven y el Espíritu Santo, una paloma. En la esquina derecha, el Ángel de la Guarda y, a la izquierda, el Ángel San Miguel.
La bendición llega a la Virgen María cerro de plata, como reina de la creación. En la iconografía de la parte media también sobresale la trilogía andina compuesta por la Mama Quilla (la luna, en quechua) a la derecha, el dios Inti (el sol) a la izquierda y el Sumaj Orko, convertido en centro del universo. Sobre su falda se narra el descubrimiento de su riqueza por el indio Diego Huallpa, a mediados del siglo XVI. Su figura, junto a las del inca Huayna Kápac y de los españoles que explotaron el cerro y las bocaminas, son alegorías y, al mismo tiempo, adornos del manto de la Virgen.
Todo esto flanqueado por el símbolo original del fin del mundo: las Columnas de Hércules, que no llevan la leyenda “Non plus ultra” (“No más allá”, que porta el óleo parecido que se expone en la Casa de la Moneda de Potosí), sino el “Plus Ultra” que el rey Felipe V puso en el escudo de la ciudad, que implica que más allá del fin del mundo está América, donde todo es posible, por ejemplo, maravillas como el Cerro Rico.
En la parte inferior, arrodillados ante la aparición de la imagen, están el papa Clemente XI a la izquierda, y a su lado Felipe V, ambos acompañados por sus séquitos. Y también resalta una leyenda grabada: “A devoción de la familia Quiroz”.
Se dice que esta iconografía puede derivar de otra atribuida a Francisco Tito Yupanqui, el tallador de la imagen de la Virgen de Copacabana, y que pudo ser reproducido por el cronista Viscarra. El tema conceptualmente se inscribió en la obra teatral del tipo autosacramental llamada La aurora de Copacabana, de Pedro Calderón de la Barca, dedicada a la mamita del lago, en que se la asemeja con el Sumaj Orko: una Virgen concebida que dará a luz una joya, el Cristo, y el cerro que dará plata pura.
De pintura popular a joya de la colección
De entre todas las pinturas que alberga la pinacoteca, la Virgen Cerro guarda un lugar especial en la memoria de la arquitecta e historiadora Teresa Gisbert. Recuerda que en la época en la que este cuadro aún no formaba parte de la colección, la entonces directora del museo, Teresa Villegas, la llamó para decirle que el óleo estaba a la venta dentro de un lote de pintura popular. Gisbert pensaba que era falsa, por lo que aconsejó a Villegas que solicitara al vendedor que le dejara ver la pieza.
Pero al revisarla, le pareció auténtica, así que le dijo a la directora que la comprara. ¿El precio? Dos mil dólares, pero en la caja sólo había 600. Pidieron donaciones a particulares y regatearon. Finalmente, la consiguieron por menos de 1.500 dólares.
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