Apreciar la perfección lograda en cada movimiento, la liviandad de un salto, la brillantez de un giro, la expresividad y energía que emanan de un artista de la danza, es ciertamente un gozo para el espectador. Pero para llegar a sentir, expresar y transmitir esas sensaciones se requiere transitar por un largo y apasionante camino, como lo definen dos profesionales de la danza y el ballet: la bailarina boliviana Andrea Escóbar y el maestro británico David Sturner, quienes dirigieron un taller esta semana en La Paz, dentro de una gira que efectúan por Sudamérica impartiendo clases.
La profesión de bailarina o bailarín es una de las más difíciles y exigentes. Supone largas horas de trabajo en una sala y mucho esfuerzo, energía y determinación, “pero es la más fascinante de todas”, afirman estos dos artistas, que han hecho de la danza no solo su oficio, sino su razón de vivir. Escóbar se define con orgullo y seguridad en sí misma como una “bailarina profesional”. Esta artista boliviana que dejó el país hace 15 años, ha podido hacer realidad su sueño de vivir para bailar y bailar para vivir, algo que para muchas y muchos estudiantes de danza en Bolivia es algo inalcanzable, por el hecho de que no existen en nuestro medio las condiciones necesarias para hacerlo, y por la falta de reconocimiento a la profesión.
PRÁCTICA. Escóbar comenzó sus estudios en la Escuela del Ballet Oficial, ingresando posteriormente a la compañía del Ballet Oficial de Bolivia, donde bailó como solista con la coreógrafa Noreen Guzmán de Rojas. Al ver que en el país no tenía mayores oportunidades para hacer una carrera como ella soñaba, partió y encontró en Argentina una tradición en la danza y el ballet, y un buen nivel para continuar la formación y cultivar una experiencia profesional. Tenía el convencimiento de que ser bailarina profesional no era solo pasar clases y bailar en dos o tres espectáculos al año, pues en esta profesión —y más aún que en otras— se requiere estar siempre en plena práctica, subir al escenario de manera permanente e interactuar constantemente con diferentes coreógrafos y maestros.
Andrea realizó sus estudios de especialización en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón de Buenos Aries. Ya graduada, trabajó en las mejores compañías de Argentina, como el Ballet del Mercosur, dirigido por Maximiliano Guerra, el Ballet Concierto bajo la conducción de Iñaki Urlezaga, el Ballet Argentino de Julio Bocca, el del Teatro de Córdoba, o el Ballet de Salta. En España pasó por la compañía de Carmen Roche y por el Ballet Nacional de Nacho Duato. Fue primera bailarina invitada del Ajkun Ballet Theater de Estados Unidos y, en India, en el Imperial Fernando Ballet en Nueva Delhi. Después de todo este periplo, retornó a Buenos Aires como bailarina independiente, recibiendo permanentes invitaciones para participar en festivales y presentaciones como de primera figura.
Esta artista se presenta en escenarios fuera del país al menos 15 veces al mes, y asegura que el oficio del bailarín es eso, estar en escenario, perfeccionar un estilo o rol en cada presentación. “Hay que trabajar mucho, tener muchas funciones. El oficio del bailarín es habitar el escenario, darte al público, mostrarte, y eso es lo que no existe en Bolivia; quizá acá los bailarines tienen muchas clases, ensayan uno o dos meses pero, ¿de qué les sirve si suben al escenario a lo mucho dos o tres veces al año?”, lamenta.
Escóbar está convencida de que en esta profesión alcanzar la perfección es algo que se persigue, pero que pocos podrían decir que lograron: “Trabajo pensando que nunca voy a llegar al máximo nivel, porque cada vez quiero perfeccionar más, ya sea un rol o pulir más un estilo. Nunca llegas a alcanzar la perfección, pero ésa es justamente la belleza del ballet”.
La limpieza técnica y la expresión son elementos que Escóbar considera fundamentales, “algo que se logra con mucha práctica. Puedes tener un bailarín con muchas piruetas, pero no lo es todo. No es solamente el virtuosismo, es una cuestión de claridad del movimiento, de ver cada uno de los movimientos, todos los pasos bien definidos. También tienes que hacer de todo: repertorio, moderno, clásico”. Es el camino que hay que recorrer, lo que es apasionante: “transitar por un mundo muy diferente con códigos muy diferentes donde no buscas ser rico”, sino satisfacciones, desafíos permanentes. “Es la mejor de las profesiones”, dice convencida.
En Bolivia, desarrollar una carrera de bailarín o bailarina es algo muy difícil, porque no se reconoce este oficio como una “profesión”, se lo toma muchas veces como un hobby, señala Escóbar, que añade que la situación ha empeorado en la actualidad. “Fue muy triste ver una compañía moribunda” expresó al referirse al Ballet Oficial, que en el pasado vivió tiempos mucho mejores, cuando se montaban obras del repertorio clásico y se hacían producciones donde se disfrutaba de los principales representantes del ballet del país: “Ahora se ve a los bailarines dispersos. Al no existir una compañía estatal que sea capaz de mostrar un trabajo serio, que realice giras permanentes, que impulse varias producciones al año, con diferentes coreógrafos y que sea capaz de aglutinar a las y los mejores bailarines del país, la situación de la danza no avanzará, a pesar de que existen talentos y gente muy valiosa”.
Enseñanza. Cosa muy distinta es el rol de “maestro o maestra de danza”, asegura ella, idea que refuerza su compañero David Sturner, quien explica que ese oficio requiere también mucho estudio y dedicación. Sturner es un destacado maestro nacido en Londres, que inició sus estudios de danza en la misma ciudad, en la escuela de Martha Graham y luego visitó muchas otras. Desarrolló su carrera como bailarín en prestigiosas instituciones de Alemania y los últimos años trabajó como maestro y ensayista en las mejores compañías de Argentina —donde reside actualmente— entre las que figuran la del Teatro Colón, del Teatro General San Martín, el Ballet Argentino Julio Bocca y la del Teatro Argentino de La Plata. Como maestro, fue invitado al Ballet de Nueva Zelanda, la compañía de Deborah Colker en Brasil y el Ballet Nacional y Municipal de Lima.
No es imposible avanzar en el mundo de la danza, opina Sturner: “para formar una compañía, basta con tener al menos unos 12 bailarines profesionales de buen nivel”. Pero éstos deben tener claro que “la clave es trabajar mucho, y con muchos coreógrafos, con muchos directores, no desconcentrarse de lo que hacen, no dispersarse”. A lo que Escóbar añade que “es fundamental el apoyo del Estado”.
Desde su experiencia en Argentina, donde algunas compañías independientes de calidad cuentan con auspicios privados, Sturner argumenta que “cuando se tiene gente suficientemente capaz, la danza independiente puede lograr apoyos, incluso de las empresas”.
Esto no ocurre en Bolivia y por eso las y los bailarines que logran un buen nivel se van, “porque no encuentran oportunidades ni fuentes de trabajo dignas en este campo”, según Escóbar. La bailarina asegura que lo fundamental es tener “una persona muy capaz a la cabeza de una compañía, alguien que acumule mucha experiencia en dirección, que haya trabajado en ballets profesionales, ya que solo así podrá dirigir y orientar en todo lo que se necesita”.
Así, los bailarines profesionales en Bolivia se enfrentan a un enorme de-safío. Además de desarrollar y sostener su exigente profesión y mantenerse técnica y artísticamente activos —y aparte de luchar por sobrevivir— tienen que esforzarse para que se respete su trabajo. Pero, a pesar de todas estas dificultades, asevera Escóbar, es posible llegar a ser un profesional de la danza. Aunque siempre tiene que cumplirse una condición: “tener ganas de hacer esto, marcarse un referente de dónde se quiere llegar, amar lo que se hace, tomar la danza como una profesión y respetarla”.
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