Además, limpiaba con cuidado y recelo aquello que consideraba su tesoro. Tenerlas cerca le devolvía el aliento y lo remontaba cuatro décadas en el tiempo cuando, sin pensarlo, se sumergió en el mundo de la fotografía... hasta el último de sus días.
En una vitrina de tres cuerpos, este apasionado coleccionista exponía algo más de 280 cámaras fotográficas de diferentes formatos, marcas y usos.
Entre ellas, cámaras con fuelle, acuáticas, macro, espías y las instantáneas Polaroid, por nombrar algunas de ellas.
La más antigua data de principios de 1890 y la más moderna, sin duda, de 1970.
Todas, sin excepción, estaban tan arraigadas en su vida, que se negaba rotundamente a venderlas, a pesar de las innumerables propuestas que recibía de otros fotógrafos y aficionados que se asomaban a su modesta tienda en la muy paceña calle Eloy Salmón, donde vendía una variedad de cámaras y lentes importados, además de su colección.
Este interés por el oficio fotográfico surgió cuando tenía 20 años, poco después de haber perdido su mano derecha.
"Empezó a sacar fotos con la otra mano, y sin ayuda de un trípode. Se daba modos para manejar los lentes y lo hacía muy bien”, relata orgullosa Yovana Candia, su hija menor.
Con la cámara colgada del cuello, Candia recorría pueblos cercanos de La Paz para tomar fotografías de las fiestas y paisajes que veía en sus visitas.
También le gustaba retratar a niños en su estudio Venus que, en ese entonces, era el único negocio instalado en esa zona comercial.
Autodidacta en el manejo de las cámaras y también en el revelado de negativos, siempre se identificó con el mundo analógico, mostrándose reacio al avance de la tecnología y a la llegada de las cámaras digitales que, por política personal y convicción, jamás tuvo entre su colección.
Con el tiempo adquirió mayor destreza en su oficio, pero decidió dejarlo para concentrarse en la venta de equipos que traía de Estados Unidos. Fue cuando recibió el apodo de Mano Negra, por tener un maniquí con guante negro en su mano perdida.
Muchos de sus clientes hicieron sus primeras armas en la fotografía en esta tienda, que contaba con una variedad de equipos Nikon, Canon, Pentax y Kodak, de todo precio, tamaño y calidad.
"Además, cuando iban a la tienda, veía cómo les explicaba el funcionamiento de la cámara. Le encantaba enseñar”, evoca nostálgica su hija Yovana.
Por su parte, el fotógrafo Juan Yupanqui, que lo conoció hace 30 años, asegura que por sus manos pasaron las mejores cámaras y lentes de la época, que eran muy difíciles de conseguir en otros lugares de La Paz y del país.
"Su tienda era el lugar indicado para encontrar una cámara de última generación, porque aquí no había representaciones de Canon o Nikon. Así que las conseguía fuera del país y los vendía a un buen precio, en relación a lo que nos costaba comprar de otro lugar”, comenta.
Con el auge de la tecnología digital, la venta de las cámaras analógicas perdió la fuerza de antaño, pero eso no detuvo a Candia, que todavía tenía clientes que llegaban de Europa y el resto de América Latina específicamente.
De este modo se mantuvo firme en la venta de equipos hasta hace tres años, cuando se le diagnosticó una enfermedad renal crónica que no pudo vencer, a pesar de los intensos tratamientos a los que fue sometido.
Los ojos de Yovana se llenan de lágrimas al recordar lo difícil que fue afrontar este hecho para su familia. "Cuando salía del hospital lo primero que hacía era ver su vitrina, pero la fuerza ya no le daba, así que nos encomendó la tarea de cuidar su colección”, comenta con la mirada perdida.
Con esa misión clara, la familia optó por realizar una muestra en el Museo Tambo Quirquincho para reflejar el desarrollo y la evolución histórica de las cámaras fotográficas, además del uso y el alcance que tuvo en el país.
Fue cuando la preciada colección de Hugo Candia le dio visibilidad y memoria al nombre.
Hoy, este coleccionista, ícono de la ciudad, descansa en paz.
Cámaras fotográficas en el tiempo
En la década de 1830, con el descubrimiento de los compuestos fotosensibles y su exposición dentro de cajas cerradas, aparecieron en el mercado las primeras cámaras fotográficas, explica Jesús Llusco, historiador de la Unidad de Museos Municipales de La Paz.
Los primeros modelos eran dos cajas de madera que se deslizaban una dentro de otra para enfocar. En un extremo estaba el objetivo y en el otro, un vidrio deslustrado que funcionaba como pantalla de enfoque y que luego se sustituía por la placa fotosensible al hacer la toma.
"La máquina se usaba siempre sobre un soporte y no pudo sujetarse a mano hasta que no se lograron películas y obturadores lo suficientemente rápidos como para contrarrestar las vibraciones del pulso”, explica.
Tomando como base los conceptos de cámara oscura y cámara de luz desarrollados, el inventor William Fox Talbot, en 1835, realizó el primer proceso de revelado con papeles de plata, marcando la historia de la fotografía en la versión que más ha durado: la del negativo-positivo.
Medio siglo después, George Eastman inventó el rollo de película, que sustituyó a la placa de cristal, poniendo la fotografía a disposición de la sociedad con las primeras cámaras Kodak.
Las cámaras de cajón y de fuelle portátiles utilizaban película en rollo de diversos tamaños, con las que hacían pequeñas copias por contacto. En la década de 1930, otras empresas impulsaron
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