Casi como un fenómeno de moda, desde hace algún tiempo hay una creciente proliferación de exposiciones de arte encabezadas por un curador; cabe preguntarse si eso ha mejorado las ya conflictivas relaciones del arte contemporáneo con el espectador, porque de eso es que se trata la curaduría y no de otra cosa. Es decir, de hacer digerible la alta complejidad discursiva de las prácticas de creación contemporánea. Al menos así es como la historia justifica la necesidad de la curaduría al finalizar las vanguardias artísticas de la modernidad, es decir, al comenzar el arte contemporáneo, —“contemporáneo” no en un sentido meramente cronológico, sino “ideológico”—.
Esa multiplicación de curadurías es directamente proporcional a la multiplicación de los discursos artísticos. Esto tiene que ver con la abundancia creciente de simplificaciones curatoriales y, por tanto, con la banalización de los contenidos artísticos. Mas allá de lo enriquecedor que pueda significar esa heterogeneidad de estrategias y enfoques en la producción de sentido y el significado cultural, donde es cada vez menos sostenible la univocidad ilustrada del crítico, esas curadurías o “colgadurías” se han reducido en nuestro país a seleccionar artistas y a puestas en escenas de carácter estético; no existe siquiera esa pretenciosa, licenciosa y creativa función del curador “internacional”, para quien una obra de arte sólo existe en el contexto de una exposición y “el curador es un profesional que colecciona fragmentos de mundos nuevos, que organiza conjuntos de significantes desordenados, estableciendo direcciones y marcadores para elaborar los mapas del arte contemporáneo (…) no revela sentido, sino que lo crea” (Ivo Mesquita, reconocido curador internacional en el circuito del arte contemporáneo), así los artistas son considerados como los colaboradores de una exposición de tesis en la que se reconduce la historia del arte, añadiendo otros relatos y teleologías, muchas veces de acuerdo con el interés de colecciones públicas o privadas.
tRANSGRESIÓN. No se trata de llamar al orden, sino de reconsiderar aquellas razones que dieron lugar a la curaduría, donde el curador debe partir de ese lugar límite que es la obra de arte (la curaduría debe ser, por tanto, tan transgresora como el arte que cura) y enfrentar, como un mediador inevitable e invisible, un espectador no especializado, instantáneo, intercultural y transnacional, de modo que la obra sea aprehendida sin haber perdido su carácter resignificador y epistemológicamente transgresor.Un ejemplo de cómo una curaduría puede lograr que la obra de arte y el espectador puedan reunirse respetuosamente, sin hacer concesiones a la obviedad discursiva y sosteniendo con sobriedad pertinente el ámbito impreciso de la metáfora en cada una de las obras, es la exposición Los Cinco, curada por Joaquín Sánchez, que está en el Centro Cultural de España en La Paz.Los Cinco es una muestra de arte contemporáneo realizada por cinco artistas jóvenes, cuyo evidente protagonismo no está mediado de ningún modo, aun cuando la curaduría subyace de modo omnipresente, cuidando eficazmente todo el espacio expositivo; por cierto, esta invisibilidad es de lo que más carece la mayoría de las renombradas curadurías “de autor” en el mundo; es posible que esta diferencia se deba a que Joaquín Sánchez es artista.La exhibición, por otra parte, muestra, como un elemento museográfico, la transparencia que caracteriza al arte contemporáneo, es decir, el proceso previo de construcción de la idea y el modo cómo se fue desarrollando la interacción entre el artista y el curador. Pero también hay otros aspectos implícitos que están presentes en la muestra y que son imprescindibles en una curaduría respetable: la investigación, la capacidad de interpretación de las obras y la elaboración de un discurso que aproxime al espectador al sentido o concepto de la muestra.Es claro que, como consecuencia de esta curaduría, los cinco artistas, Juan Fabbri, Liliana Zapata, María Rivero, Sulma Barrientos y José Arispe mostraran lo mejor de ellos y en algunos casos de manera sorprendente, recurriendo al descalce poético para abrir el intersticio entre significante y significado; ese intersticio cognitivo que es la única fuente del arte. Quisiéramos ver que las obras posteriores de estos jóvenes artistas mantengan la misma factura formal.
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