Parte de la herencia de los ceramistas del altiplano paceño está guardada en el cerro cercano al complejo arqueológico de Khonkho Wankane, en la provincia Ingavi, donde desde hace varios años los habitantes de sus alrededores se encargan de hacer todo tipo de formas en arcilla. Uno de ellos es Elvis Alaro, de 28 años.
Las construcciones de Khonkho Wankane, que incluyen monolitos y puentes semisubterráneos, fueron realizadas con arenisca roja y se cree que fue habitada por alrededor de mil personas durante su mayor apogeo. Además, según historiadores, es considerada la segunda ciudad en importancia de los tiwanacotas, después de Tiwanaku y antes de Lukurmata, la tercera ciudad del imperio.
Fue en una de esas montañas que los abuelos de este joven artesano -nacidos en el pueblo de Qhunqhu Likiliki- cavaban la superficie hasta hallar la arcilla, materia prima de los ceramistas.
Desde que tiene uso de razón, él junto a sus hermanos llevan unido el destino a este producto del que se valían para jugar y fabricar seres y objetos que rodeaban su vida cotidiana.
“Fue a los diez años cuando, de juego en juego, empezamos a hacer casitas, como las del campo. En aquella época cocíamos las figuras en horno a leña o con el abono de los animales (taquia). Esas casitas fueron vendidas con éxito en la ciudad por mi padre, Porfirio”, recuerda.
Impulsados por ese pequeño ingreso, empezaron a producir para poder obtener un capital que con el tiempo los llevaría a migrar a La Paz.
Años después, su esfuerzo e iniciativa fueron reconocidos al ganar el premio Forjando Identidades en 2011, junto a su familia.
Además ganó el primer premio de la Feria de Alasita 2013 con sus dos jarras en forma del rostro del personaje del Pepino.
Del altiplano a la ciudad
Para el año 1997 la familia Alaro había migrado a La Paz, pero lograr un futuro mejor gracias a la cerámica no fue fácil
El espacio, la materia prima escasa y no poder utilizar un horno de barro, debido a la incomodidad de los vecinos, fueron sólo algunos de los desafíos que su familia tuvo que enfrentar antes de establecer esta ocupación como una forma de vida.
La primera oportunidad que tuvieron para ofrecer sus productos fue a través de la Federación Nacional de Artesanos y Expositores de Navidad y Alasita (Fenaena) en la feria de la miniatura.
En su taller de Alto Llojeta, desde donde los nevados de La Paz se observan como centinelas de la ciudad, Alaro y su padre recuerdan que esa era una zona de deslizamientos constantes.
Juntos rememoran cómo experimentaron hasta con las zapatillas que usaban como combustible para el horno.
“Hoy suena hasta gracioso, pero en ese tiempo no lo era”, afirma. Hoy tienen dos hornos y una gran variedad de moldes que dan forma a sus piezas.
“Somos siete hermanos y cada uno obtuvo una profesión gracias a la cerámica. Actualmente, nos dedicamos al negocio mi hermana, mi papá y yo”, dice Alaro y explica que así se graduó como profesor en filosofía y letras.
Las ferias y exposiciones
El resultado de la evolución en sus trabajos no sólo se aprecia en los detalles y mejoras que han dejado atrás lo meramente artesanal, sino que han sabido darle a lo rústico un toque estético lleno de detalles.
Actualmente, el taller Wankane no cuenta con una tienda propia, pero sus creaciones son comercializadas en ferias como las de Alasita, del Parque Urbano Central y algunas en Perú. El único medio de contactarlo es a través del celular 68081415.
Este ceramista considera que uno de los retos más difíciles hoy en día para los artesanos bolivianos es la apertura de mercados y las posibilidades de exportación.
Aún así nunca ha pensado en dedicarse a otra cosa. La memoria que tienen sus manos cuando las pone sobre la arcilla no parece provenir de su niñez, sino de aquellas montañas que aún rodean las ruinas de Khonkho Wankane. Esas ruinas, de las que ha rescatado diseños para plasmarlos en muchas de sus cerámicas.
“A los diez años empezamos a hacer casitas, como las del campo. En aquella época cocíamos las figuras en horno a leña”.
Elvis Alaro, ceramista
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