La obra se ubica dentro del conjunto de trabajos creados en los años noventa del pasado siglo, concebidos como unipersonales denominados “Ceremonias para actores desesperados”. El actor cubano Osvaldo Doimeadiós, quien también asumió rol central en Josefina, la viajera, vuelve a colocarse dentro de la piel de un personaje femenino con gran organicidad e histrionismo. A partir del discurso de la memoria, mediante el cual se estructura la trama, tanto Santa Cecilia como Josefina cuentan sus vidas, las que están íntimamente ligadas al desarrollo de la nación cubana. El asunto fundamental de la obra vuelve a ser La Habana, motivo recurrente dentro de la producción del autor. En esta ocasión, Santa Cecilia –mujer mítica dentro de la tradición popular- describe el ambiente capitalino desde finales del siglo XIX y la mitad del XX. La pieza es un canto a la ciudad, a sus calles, a las costumbres y tradiciones de sus habitantes. Incluso puede decirse que la trama constituye una búsqueda y exaltación de las esencias de lo cubano en medio de un cambiante ambiente político y social. “Mención aparte merece la sensualidad que define al personaje. Es este un rasgo determinante en las acciones de su vida”, señala un periódico cubano. A través de él, además, Santa Cecilia distingue unas de las maneras de ser del cubano. Mediante su historia personal es posible identificar el gusto de un pueblo por lo sensorial, lo cual condiciona una sensibilidad especial, ya sea hacia la música, el baile, la forma de vestir o sentir el calor de la nación caribeña.
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