La “música concreta” se define a sí misma como opuesta a la música “abstracta”, esto es, contraponiendo la música que se escribe con notas sobre el papel mediante un lenguaje arbitrario y abstracto -las notas escritas no son música en sí mismas- con una forma de creación musical que parte de grabaciones extraídas de la realidad no musical, piezas que son, por lo tanto, irrepetibles. Para entendernos, la música concreta es como una escultura o una pintu-ra: Miguel Ángel puede publicar una guía de 10.000 páginas explicando cómo realizar los frescos de la Capilla Sixtina, y sin embargo nunca nadie va a poder hacer otra igual, porque la que pintó él es LA Capilla Sixtina.
Esta definición es la auténticamente defi-nitoria de este movimiento artístico, y no necesariamente lo que resulta evidente al oyente: ruidos de voces, de tráfico, de objetos que nada tienen que ver con instru-mentos musicales, mezclados y distorsiona-dos de mil maneras, con complicadas manipulaciones magnetofónicas y filtros de todo tipo. Ni hay un ritmo claro, ni hay melodía, ni siquiera se pone todo el mundo de acuerdo en que la música concreta sea música.
El padre de la criatura, al menos el oficial, fue el francés Pierre Schaeffer. Junto al compositor y percusionista Pierre Henry, utilizaba grabaciones de archivo de la radio francesa para realizar sus complicados experimentos de laboratorio, en los que tenía cierto peso el sintetizador y los instrumentos ortodoxos, pero siempre supeditados al fin último de la alquimia de Schaeffer: escapar de la música como sucesión de notas, huir del do-re-mi-fa-sol, en uno de los intentos más serios y extremistas de renovación de la música culta en el siglo XX. Aquel movimien-to fue bautizado como Groupe de Recherche de Musique Concrète, o “Grupo de Investi-gación de la Música Concreta”, conocido con las siglas GRMC.
La Wikipedia menciona la obra “Estudio para locomotoras” como representativa de la música concreta, aunque merece la pena recordar otros títulos llama-tivos del género como “Sinfo-nía para un solo hombre”, “Cinco estudios de ruidos”, “Estudio de sonidos anima-dos” o “Estudio de tornique-tes”.
Todos aquellos genios musi-cales del pasado siglo solían aparecen en imágenes en las que se asemejaban a físicos a punto de ganar el premio No-bel, impecablemente vestidos con trajes de chaqueta y ro-deados de muros de botones y cables. Quizá era lo que esta-ba de moda entre los científi-cos de aquella época de ansiedad frente a lo impre-decible de la Guerra Fría y las posibilidades aterradoras de la energía atómica, si bien aquí los experimentos se llenaban de imaginación y fantasía, y no de planes secretos para la mutua aniquilación de las superpotencias. Esto me hace pensar que, de alguna manera, los músicos que comenzaron a despuntar en los '40 y '50 son en buena medida paralelos en su visión artística a aquellos otros artistas de la llamada “Generación Beat” que se enfrentaban a lo establecido en busca de formas de expresión un tanto nihilistas. El mismo Pierre Schaeffer se esforzó en expandir la idea de que su música concreta no era una disciplina férrea y exclusiva, sino todo lo contrario: la música entendida como juego, como divertimento en el que caben la improvisación y la intuición.
A Schaeffer y sus ideas le deben mucho la mayoría de artistas sobre los que suelo hablar en este blog. Desde la utilización de sampleados hasta la inclusión de sonidos de la naturaleza en grabaciones musicales tienen en mayor o menor medida una cone-xión sólida con los trabajos que Schaeffer y Henry realizaron en su visionaria carrera por derrumbar la música tal y como la conocía-mos hasta entonces, en busca de un arte que consista más en la manipulación del sonido como fenómeno físico que en la vieja depen-dencia del solfeo y los instrumentos.
Entre los estudiantes que apadrinó Schae-ffer en su GRMC se encontraba un joven Jean Michel Jarre, que muchos años des-pués aplicaría lo aprendido en obras tan populares como "Zoolook" y dedicaría “Oxy-gene 7-13” a su maestro.
Fuente: OTRAS MUSICAS OTROS MUN-DOS
ARGENPRESS.info
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