El ingreso al Sancta Sanctorum —como denomina a su taller, en el segundo piso de su casa— no es sencillo. Es más, comenta entre bromas que está vetado para sus nietos. Y es que Alfredo La Placa (Potosí, 3 de mayo de 1929) tiene dentro de su cubil privado miles de objetos que ha reunido durante años.
DESTINO INCIERTO. Aún no sabe qué pasará con todo eso cuando él parta, aunque admite se barajan varias posibilidades. “Una sería que toda mi biblioteca podría ir a la Universidad Católica. He hablado con el rector, que es amigo. La otra es la posibilidad, todavía no concreta, de que se hiciera un museo para un grupo de artistas, con espacios privados para cada uno y que se pueda reinstalar, digamos, el taller allí”.
Eso dependerá si se consigue el financiamiento. “El propósito es ése; mis hijas están en ese deseo. Una de ellas, sobre todo, me dice: ‘Vamos a hacer un esfuerzo, vamos a ver la forma de hacer aunque sea un pahuichi, pero que sea tuyo y donde esté todo, con tu nombre’”.
DEJÓ EL BISTURÍ POR LA PALETa. Luego de salir bachiller del Colegio Alemán “Mariscal Braun” (1947), fue primero a Córdoba, Argentina, para estudiar Medicina, “pero era la época del Peronismo y la universidad se cerraba tres o cuatro días por semana. Pedí que me trasladaran a Italia, que es el origen de mi padre. Ahí me quedé cuatro años y luego me volví”.
Descubrió que lo suyo era la pintura y no se apartó más de ella. En 1960 ganó el Gran Premio del Salón Pedro Domingo Murillo. “A partir de eso arranca ya una pintura semiprofesional. Estaba en mis inicios, pero ya es un espaldarazo que ayuda, alienta y uno empieza ya a caminar su camino”.
AVENTURERO EN BRASIL. En 1953 se fue a una bienal en el vecino país. “Me quedé tres años en Sao Paolo. Aprendí el portugués y conocí a una señora que trabajaba con una de las grandes empresas gráficas, quien me tomó como su asistente y me facilitó una casa que tenía en el campo. Allí volví a dibujar envolturas de golosinas”. Fue algo que ya había hecho en La Papelera, luego de casarse por primera vez.
LA FAMILIA Y LA VIDA. Contrajo matrimonio tres veces: con Litta Haus, Graciela Rodó y Rita del Solar, con quien ya lleva 22 años juntos. Sus cuatro hijos son del primer matrimonio: María, Giannina, José y Circe.
Su inquietud es el futuro de sus tesoros, porque le da pena: “Los libros por un lado, los objetos por otro, son elementos que tienen un sentido para mí que los familiares no podrán encontrar o interpretar. Por ejemplo, esa colección de tejidos que hice cambalachando muchas veces con mi propia obra. Algunos cuestan tres o cuatro mil dólares, pero todo eso pertenece, por ser objetos arqueológicos, al Estado y los voy a donar al Museo de Etnografía y Folklore. Seguramente le pondrán una nota que diga ‘donación de’ o ‘de la colección de’”.
“Creo que el boliviano es un hombre muy dotado para muchas cosas, y se ha demostrado a lo largo de nuestra historia. Hubo prohombres en muchos campos”.
Alfredo La Placa / PINTOR
La TELEVISión FUE TAMBIÉN UNA DE SUS AFICIONES. La Placa estuvo en la inauguración de Televisión Boliviana, hasta que fue despedido por Banzer en 1971. “Hacíamos todo con película, eran unas tremendas cámaras y había que hacer todo el proceso de revelado”. Hacía un programa que se llamaba Bolivia 70, el antecedente de lo que luego Rubén Poma hizo con Jenecherú.
“Viajé por toda Bolivia con un camarógrafo peruano que le decían el 'Pombo', un tipo grande, barbudo, peludo, que hacía toda la parte filmada y yo escribía el libreto”.
También le tocó recupe-rar todo el material del Instituto Cinematográfico Boliviano (ICB), que estaba oxidándose en las antiguas oficinas de Radio Illimani.
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