Mi pintura titulada Hombres bebiendo luz, que mide 12 metros de largo por seis de alto, presenta dos situaciones. Una de ellas rinde homenaje a Rodolfo Kusch, pensador argentino que dedicó su vida a tratar de indagar lo que es el pensamiento latinoamericano, y a todas las personas que trabajamos para lograr una real integración de culturas. Y la otra evoca a los pueblos andinos. En este sentido, el mural presenta la dualidad entre el cóndor y los hombres de maíz, que es parte del imaginario mesoamericano, específicamente maya, pero que también nos involucra.
¿Qué planteamientos trae para este primer encuentro?
Lo que yo voy a plantear en este primer encuentro es incentivar el compromiso de los artistas y todos los involucrados para poder lograr un convenio político con los funcionarios y personas que pueden hacer posible que este evento continúe. En el mejor de los casos, que se pueda promover un bien cultural para que estas actividades puedan ser consideradas dentro de los planos educativos.
¿Cómo definiría usted el campo del muralismo?
El muralismo es una expresión del arte público. Es una definición que engloba a muchas actividades que tienen como objetivo principal lograr la interacción con el medio social. O sea que no basta con hacer una obra inmensa, sino que la gente le dé un significado y pueda lograr una inserción fundamentalmente con la arquitectura, además de que tenga una validez dentro de lo que se hace. Yo, fundamentalmente, pinto. Entonces, la pintura mural es mi medio.
¿Qué vínculo tiene este arte con la sociedad?
Considero que el muralismo es arte público en tanto logre realizar ese vínculo interactivo entre el artista-diseñador y el medio social. De otra forma, si esto no se logra, serían expresiones que quedan sujetas a los límites y fines propuestos por los poderes políticos, religiosos o económicos, como parte de sus estrategias comunicacionales hegemónicas.
¿Qué resultado se obtiene cuando existe el vínculo artista-comunidad?
Cuando existe el vínculo artista-comunidad se fortalece la obra y adopta el significado que su pueblo le da. El pueblo se apropia de la imagen, la obra, el espacio y los “resignifica”, los vuelve parte de su patrimonio cultural, más allá de su valor estético o artístico. Los respeta porque su autor pudo entender su idiosincrasia, él ya es uno de ellos.
¿Qué conocimiento tiene acerca del muralismo boliviano?
En 1997 conocí al maestro Walter Solón Romero, cuando asistí como invitado a un encuentro teórico y audiovisual de arte público y muralismo en la ciudad de Tlaxcala, México. Por ese entonces, Solón Romero era amigo de otro maestro, Adolfo Mexiac. Junto a ellos y otros soñadores, como el salvadoreño Isaías Mata y Gerardo Cianciolo, de Argentina, pensamos en conformar un grupo con actividad en todos los países latinoamericanos. Tiempo después, en 1998, se dio la posibilidad de hacer realidad ese sueño gracias a un evento organizado por el Grupo Arte Ahora de Corrientes, en el cual Fernando Calzoni era uno de los responsables. Pero el maestro Walter ya estaba muy enfermo y no pudo asistir. El grupo fracasó como tal, pero quedó un movimiento que no dejó de replicar hechos y organizar encuentros en casi todos los países de “Nuestra América”.
Después de aquella vez, no conocí personalmente a otros muralistas bolivianos con las convicciones y con el interés por retomar ese sueño de unidad, hasta Red Apacheta. Estoy orgulloso de haber sido invitado por la organización y siento que nos acercamos cada vez más, aunque el territorio inconmensurable de América nos ponga a prueba.
Lo único que faltaría es aclarar que este reportaje me lo hicieron a mi, sino parece que es al maestro Rodolfo Kusch.Un abrazo
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