El diablo Osqui, con su “duende” mágico y su “ángel” multifacético, con su total dominio del escenario, con su memoria prodigiosa y con una labor-propuesta escénica de lujo, hizo las delicias de un público entregado y maravillado ante un prodigioso, emotivo y devoto acto de amor por el teatro: la mentira más maravillosa. Una actuación, como los romanceros, romántica, donde la palabra, el gesto íntimo y la presencia desdoblada recuperan ese viejo esplendor, ya perdido, dentro de tanta nadería contemporánea.
El “bululú” era y es aquel viejo actor que va sin parar por todos los pueblos, en la mejor tradición del teatro, interpretando, como Osqui, a hombres, mujeres, niños, alguaciles, cucarachas y pícaros charlatanes. Uno de los más célebres fue el español José María Vilches, que recorrió buena parte de Sudamérica, homenajeado por Osqui de una manera brillante y honesta, magistral.
Osqui interpreta a un joven argentino de padres bolivianos costureros, que aspirando a ser un maestro del kung fu se decanta finalmente por la escuela nacional de teatro.
El humor desbordante de la obra tiene guiños inteligentes e irónicos al oficio teatral y la confusión sempiterna de los actores. Guzmán, bajo la dirección de Mauricio Dayub y la colaboración de Leticia González de Lellis, va deshilachando personajes del bululú, intercalando viejos textos del Siglo de Oro español (Cervantes, Quevedo, Lope de Vega), Lorca y Machado, con los retazos del propio intérprete y esa vida de lucha entre la costura y el teatro. Mundos y universos costurados, tiempos y eras tejidos al unísono por un sastre de alta moda.
Canto, magia, talento histriónico a borbotones de un genio dominador de las artes del mimo y la pantomima (el número de la cucaracha es sublime), cambio de registros espectaculares, conexión total e instantánea con el público, humor inteligente y parodias versátiles redondean una obra fabulosa. Sazonada con entremeses que nos devuelven del pasado al presente la fascinación por los romanceros anónimos y los clásicos españoles, nunca tan divertidos y actuales.
Y de yapa, un sentimiento boliviano de orgullo inexplicable, una dignificación del trabajo sin pancartas ni marchas, una loa a la rica labor de los costureros, un viaje hacia los ancestros, más allá de la memoria. Un canto a la palabra, al teatro cosido con hilos de oro. Hilo fuerte para aguantar todas nuestras confusiones, todas nuestras mentiras, las simpáticas y las otras, para tejer la puntada final y sorprendente de una obra que puso al Teatro Municipal de pie, con una ovación digna de La Bombonera, devolviendo a un vitoreado Osqui Guzmán una mínima parte de lo que nos regaló.
No es maldita la confusión cuando se mezclan los caminos, alma de caminante.
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