El de Purgatorio no ha sido un proceso fácil. Ni rápido. La obra no se pudo representar hace dos años debido a un problema familiar de Mortensen —la enfermedad de su madre— y los ensayos se suspendieron. "Me dolió entonces defraudar a la actriz, al teatro, al público. Tenía necesidad de cerrar este círculo. Me alegro de haberlo hecho, me siento bien. El texto de Purgatorio es complicado, endiablado, difícil y creo que ahora lo hemos ido afinando, perfeccionando. Está claro que, a veces, vale la pena esperar por las cosas buenas". Mortensen, de hablar tranquilo y reflexivo, considera un honor pisar el escenario del Matadero, en el que ha disfrutado con "estupendos actores y buenas producciones".
‘Me atrae lo que me da miedo’
¿Qué le ha llevado al teatro? "El miedo. He hecho teatro porque me daba miedo. Me atrae todo aquello que me da miedo. No es como en el cine, que haces una toma y luego puedes hacer otra y otra. El teatro es una única toma en directo de una hora y 40 minutos, depende de la función. Es una aventura nueva cada noche. Si te sales del carril a ver cómo vuelves". Esa sensación de miedo y aventura es la que también se empeña en llevar al cine, donde acaba de terminar el rodaje de Todos tenemos un plan, de la novel argentina Ana Piterbarg.
Tiene la sensación de que nunca se había topado con dos personajes, el de Freud y el de Purgatorio, que hablaran tanto. "Pero hay que contarlo todo", defiende. "Es muy útil y sano hablar de todo, como hacía Freud, descifrar las cosas, buscar vinculaciones, confesar sin ser juzgado, que se permita decir todo, sentir. Me parece genial". Y él lo hace y habla del perdón que late detrás de Purgatorio y del arrepentimiento. "Todo se puede perdonar, otra cosa es que se haga o no. No es fácil el perdón y entiendo que haya gente que no pueda perdonar, pero poderse se puede con todo. Es interesante comprobar cómo gente muy conservadora y católica, por ejemplo, me hayan criticado y hayan comentado que era imperdonable que yo dijera que se podía perdonar a ETA, cuando el perdón es, creo, el sentimiento más cristiano que hay".
El intérprete de Aragorn en El señor de los anillos, el perverso Alatriste del filme de Agustín Díaz Yanes, el malvado de Una historia de violencia o el padre angustiado de La carretera. Todos los personajes que aborda nacen de un obsesivo trabajo. ¿Es parte de su éxito? "No lo sé. Cada uno tiene su manera de hacer las cosas. A mí me encanta el periodo de preparación, imaginarme los personajes y jugar como cuando era niño. En mi profesión creo que es muy útil preservar esa afición, ese gusto por jugar".
Y así para enfrentarse a Freud ha viajado a Viena, ha leído centenares de libros, buscado fotos, estudiado. Sólo centrándose en los puros que se fumaba el psicoanalista vienés ha compartido decenas de correos con Cronenberg. "Con otros muchos directores, por no decir la mayoría, no tengo la seguridad de que ese proceso de preparación tan personal y privado lo pueda compartir. Con Cronenberg es diferente, entiende ese proceso y le gusta. Ya sé de antemano que el rodaje va a ser divertido y bueno y que la película está bien. Es una garantía".
Esa obsesión le lleva a buscar el lado poético de lo que hace —"siempre hay algo tierno en las personas, todos han sido niños y un niño no empieza siendo malo, eso no desaparece nunca del todo"— y se apunta a la frase de Freud: "No importa donde yo vaya, allí siempre me encuentro que me ha precedido un poeta". Al salir a la calle no se topa con un poeta, sino con un chico argentino. "¿Eres Viggo? "Sí". "Me lo he imaginado cuando he visto el escudo de San Lorenzo". Su querido San Lorenzo. Y entonces, sí: el rostro de Mortensen es pura poesía.
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