“Es un recorrido de subidas y bajadas”, dice de su vida en un país ajeno al suyo. “En una primera fase todo es lindo, nuevo; luego, como a los seis meses, uno descubre los problemas y llega a pensar no aguanto más”. Así pasa el tiempo, “ya son tres años y una dice nunca voy a integrarme”.
De ese primer momento en Bolivia, tiene grabado “el cielo, el sol, la luz de La Paz, y su paisaje”. Del desencanto, afirma: “Nunca entenderé por qué los bolivianos no saben decir no” y prefieren dar la sensación de que aceptan un compromiso, para fallar luego sin avisar. “Haces un trato con un taxista para que te recoja al día siguiente, pues vas a llevar a un invitado alemán al lago. Te dice que sí, que estará temprano en el hotel; pero nunca llega”. Esto, que suele repetirse en otras situaciones, “crea una gran tensión en el trabajo”.
Sobre el no haber llegado a sentirse parte del país, explica: “Ya cuando vienes, sabes que no será para quedarte. Esto pesa”. Añade: “cuanto más conoces, te das cuenta de lo mucho que te falta” y, de paso, “Bolivia es un país donde la familia tiene enorme importancia, casi todo está pensado en ella y, por lo tanto, no hay alternativas de vida para una persona sola”. Por si fuese poco, “ya no es como cuando tienes 20 años, que en dos semanas ya has hecho 50 amigos; con la edad, esto se hace más difícil; igual hice amistades”.
Savelsberg ha viajado, eso sí, por casi todo Bolivia. “Es un país es-pec-ta-cu-lar”, enfatiza. “Tiene montañas maravillosas, valles... que hay países bonitos en el mundo, los hay; pero Bolivia posee tal variedad que... digamos que playas hay muchas, paisajes como los bolivianos, no”.
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