Era una noche tibia de domingo cuando mi hermana y yo caminábamos por Los Pinos buscando una pizzería. Eran las 20.00 y la susodicha pizzería estaba cerrada, pero al lado, la sala Casa Grito sorpresivamente estaba abierta y prometía una única función de una obra llamada La policía también llora, obra de teatro inspirada en Periférica Blvd de Adolfo Cárdenas, interpretada por la actriz paceña Graciela Tamayo. Mi hermana y yo nos miramos y dijimos, ¿por qué no?
Para los que no hayan ido nunca antes, Casa Grito es un espacio bastante pequeño con una gradería frente al escenario y todas las ventanas cerradas con telones negros. Esa noche éramos 24 personas y las gradas estaban casi totalmente ocupadas con nosotros.
Por si a alguien le interesa, el libro en el que se basa la obra está disponible para leerse en línea, en la página de la Fundación Viva. Es recomendable, tomando en cuenta que esta novela es una mezcla de sarcasmo y thriller con rasgos andinos.
Se advierte también que la adaptación realizada por Graciela y su director Ariel Baptista es diametralmente diferente al texto original. Donde el libro es una suerte de descenso a las oscuras esquinas de La Paz y El Alto en plan viaje al infierno (sin el melodrama y las exageraciones espirituales de Averno) y ocurre en una noche, la adaptación libre de Tamayo y Baptista es más una suerte de comedia ligera, exagerada, ridícula, pero finalmente relevante. El cambio fundamental son los personajes. Cárdenas imagina su libro con dos antihéroes criollos, patrulleros, que buscan a un testigo clave en la muerte de un famoso grafitero: El Rey.
Esto los lleva a conocer un mundo de marginales y pseudoalmas perdidas en la noche paceña. Aquí, para fines de funcionar como un one-woman-show, Tamayo interpreta cuatro personajes diferentes haciendo solo cambio de voz y lenguaje corporal como únicas distinciones entre ellos. Es así que nos presenta a los “Avengers”, un grupo “élite” de la policía formado por un cabo, una sargento y su Capitán América (un gringo deportado). Brevemente aparece unos minutos la esposa del cabo para darle un gravitas al personaje, único con familia y brújula moral del equipo.
La historia toma sus libertades a partir de aquí. El Rey sigue muerto y está en manos de la sargento Tejerina resolver el caso lo más rápido posible antes de que los seguidores de El Rey tomen el recinto policial.
Graciela Tamayo tiene el carisma para sostener por un poco más de una hora la atención del público. Donde la exageración y el abuso de modismos pudo ser un carta tipo comodín y que respetaría el lenguaje del libro, ella más bien decidió jugar por un estilo slapstick de humor corporal, narrando una historia de amor entre la sargento y el capitán. Aquí la obviedad y cierta flojera hubiera anidado la historia en un humor sobre la disparidad entre una paceña y un americano, pero Tamayo y su director prefieren girar la historia en el último tercio hacia un clímax con muerte y un discurso feminista donde la protagonista mira las taras que definen su pensamiento y decide tomar las riendas de su vida hacia un final digno y de empoderamiento.
La aceptación de algunos detalles pueden depender de cada uno, como el uso (abuso) de la banda sonora de Kill Bill o la resolución del crimen en la trama. Pero en general la obra entretiene y hacer reír a la gente, que es una de las tareas más difíciles que existe en las artes. En el público de esa noche hubo desde personas mayores, vecinos de la zona, familias, hasta los inevitables millennial curiosos con sus celulares en mano para sacar fotos o grabar clips de la obra. En todos la reacción fue la misma; jolgorio. Risas, vergüenza ajena (eso debe verse como un logro) y un cierre de aplausos bien merecidos.
Bolivia no es un país que derroche propuestas culturales, y cuando las tiene, en teatro por ejemplo, suelen ser envasadas con cierto historial de éxito pero con poca identidad local (Los Miserables, Fantasma de la Ópera). Poner una obra de teatro en escena no es fácil. Aun si solo es un monólogo. Los tiempos, el lenguaje corporal, los picos en la historia, el timing con la música y los efectos. Hasta el público presente puede determinar cómo será la obra el momento de su puesta en escena.
Al final la artista posó con el público y agradeció uno por uno la presencia de todos los que estábamos allí. No fue la mejor obra del año, pero sí es un reflejo de que la creatividad está presente en las pequeñas producciones que solo necesitan un salto de fe de la gente… o que la pizzería del lado esté cerrada.
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