La escena local del arte contemporáneo en Bolivia está cada vez más reducida, a pesar del impulso tanto de la cooperación internacional como del Estado, y del arduo trabajo del sector que ha buscado establecer la reflexión artística como un mecanismo para la construcción de conocimientos locales. Las exposiciones de este año, los festivales y la bienal SIART demuestran esta reducción.
Comenzamos el año con una campaña para ONU Mujeres que se apoyó en un pequeño cuadro de esta escena artística para demostrar que los temas de género no solo nos conciernen a las minorías, sino que además son preocupaciones por derechos humanos compartidos también por el universo masculino. El postulado es correcto: el género es una preocupación de toda la sociedad en conjunto. Sin embargo, esta campaña masiva que se apoyó en el trabajo de algunos artistas contemporáneos, se transformó en una pasarela vanidosa en la que se ostentaba la riqueza de este organismo internacional. A tiempo, María Galindo, una de las artistas contemporáneas más preocupadas por las problemáticas planteadas en esta campaña, hizo una performance denunciando las contradicciones de la misma e interpelando de manera violenta a las audiencias de esta campaña. La llamada “intervención salvaje” de marzo demostró hasta qué punto se habían alejado la campaña de la ONU de la obra que se intentaba visibilizar y formular. María Galindo tiene una trayectoria profesional y social extensa sobre temas de género, ¿por qué no apoyarse en esa experiencia en vez de transformar la campaña de ONU en una vitrina social? Esta primera performance de marzo sentó la tonada para un año en el que han prevalecido fotógrafos en las notas sociales, en brindis y cócteles, más que el trabajo de reflexión que conlleva el arte contemporáneo.
Sin financiamiento alguno y alejada de la fanfarronería, el año estuvo marcado por el debate que provocó la obra de Rilda Paco: una virgen del socavón que carnavalea en calzones rojos. Esta obra propone de manera lúdica una apropiación de símbolos religiosos católicos en el contexto del Carnaval y rápidamente se convirtió en una oportunidad para ventilar nuestro puritanismo pueblerino (no solo de Oruro). Una imagen tan naif, producida en el contexto del todo-vale carnavalero, no debería producir ninguna sensibilidad. Sin embargo, la imagen fue motivo de discusiones a varios niveles que finalmente se interpretó como una provocación incluso para oficialistas y opositores. Que el gesto de reflexión contemporánea se haya rayado como pugna política partidaria produce otra interrogante, ¿habrá posibilidad estética en 2018 sin que se afecte el debate preelectoral?
Esta tensión entre la escena del arte contemporáneo y el Estado se ha evidenciado más en una evaluación de la Bienal SIART. Por un lado, el Estado está procurando los fondos para la realización de esta bienal internacional (coadyuvado por alguna cooperación internacional), es decir que los bolivianos estamos pagando para que se congreguen artistas contemporáneos nacionales e internacionales cada dos años en nuestro territorio. Por otro lado, la escena local ha quedado relegada de este encuentro apenas sirviendo como apoyo logístico y bien limitado en algunas instancias. Otras áreas de este gran encuentro se han visto menos atendidas. Por ejemplo, la mediación pedagógica se ha desaprovechado. Se plantea un recorrido inicial el día de la inauguración, pero no hay un detenimiento más profundo que ofrezca una entrada en la complejidad de las obras expuestas. Queda en manos de la disponibilidad de los artistas el hacer visitas guiadas, ergo no todos presentes, hay salas que se recorren poco y sin entrantes pedagógicas. Parece que hubiera la intención de escribir textos curatoriales que se encriptan solos, de manera que nadie los pueda leer. Estas veladuras sobre los procedimientos y el sentido que puede tener este ejercicio de encuentro deja más interrogantes: La escena del arte contemporáneo en Bolivia es precaria, ¿por qué reducirla más impidiendo acceso e impacto?
Es notable que en esta versión de la Bienal SIART se haya podido disponer de un pequeño fondo para premiar el esfuerzo de artistas que, de manera colectiva, entraron en competencia en tres soportes. Esto ha forzado a que los artistas nacionales e internacionales colaboren y ejerzan de curadores de sus propias salas. Esta metodología apunta a un entendimiento contemporáneo de la praxis artística basado en la relación productiva de la creación en el eje que polariza la subjetividad y el colectivo. También es notable la presencia de la escena local: desde Santa Cruz, Kiosko Galería ha participado en colectivos y armando redes internacionales estratégicas para el sector. En la Bienal presentaron una reflexión sobre paisajes culturales, una vertiente que más allá del género se postula como puntada temática importante. Noto aquí que Gastón Ugalde logró una instalación reflexiva sobre este mismo tema en la Galería Puro antes de la bienal.
Por otro lado, si entendemos la práctica sobre textil como otro ejemplo de paisajes culturales, debemos notar a artistas que han logrado destacar su obra en la Bienal SIART, en particular a Aruma (Sandra de Berducci) en la exposición monográfica que busca desarmar la contraposición entre moderno y tradicional a través de una ampliación de nuestro entendimiento de tecnología y, Adriana Bravo y Georgina Santos, participantes de la exposición colaborativa de textil Entrañas que ganó la premiación de esta versión, con la obra Mama Huaco que establece esta misma relación con la tecnología pero partiendo de una revisión de nuestra composición social a través de nuestra mitología.
El arte contemporáneo se debe a la reflexión local en diálogo con procesos internacionales. Cuando un año de financiamientos importantes se vuelca en cócteles elitistas, galas y a las deformaciones de una escena precaria que busca politizar todo antes de las elecciones, queda preguntarnos si es que el arte contemporáneo en Bolivia no está cumpliendo las mismas funciones del arte de caballete de otrora y se propone como plataforma de ascenso social. Una foto en el periódico, un roce de codos entre la vanidad, la vacuidad y el mediocre, un testimonio de las frustraciones económico-sociales partidistas de los integrantes de la escena. Ojalá que me equivoque en esta reducción y veamos un 2019 más inclusivo y propositivo.
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