En el atrio de la iglesia Nuestra Señora del Carmen, en Riberalta, un Arturo Hurtado Oliver de ocho años mostraba orgulloso su premio por haber obtenido el tercer puesto en un concurso de pintura organizado por el sacerdote del pueblo. De ese momento pasaron casi 60 años y aquel niño exigente consigo mismo se ha convertido hoy en un escultor que triunfa en Italia, la cuna de los principales cinceladores del mundo.
Entre estatuas de Miguel Ángel, Donatello y Cellini, las obras de un boliviano recorren salas de Milán, Florencia, Roma, Venecia (Italia), Berlín (Alemania), Barcelona (España), Bruselas (Bélgica), Nueva York y Los Ángeles (Estados Unidos). “Todos saben que soy boliviano, para mí es un orgullo”, dice desde su residencia en Marina di Carrara, en la región de Toscana (Italia), donde se ha establecido con su familia.
“Desde siempre” responde cuando se le pregunta desde cuándo le gustó el arte. Nacido el 4 de julio de 1951 en Riberalta, Beni, en su niñez solía intercalar los juegos callejeros con pinceles y lápices para dibujar. Hace aproximadamente seis décadas, Constanza —su hermana mayor— se enteró de que el cura había convocado a un certamen de arte para mayores y menores de edad. “Como dibujas muy bonito, tienes que concursar”, le dijo.
Monaguillo del templo, los dibujos y pinturas de Arturo estaban (y están) relacionados con escenas de la Biblia, como la que presentó a la competición, una escena del libro de Samuel, en la que el israelita David lanza una piedra desde su honda y ésta hiere de muerte al filisteo Goliat.
Riguroso como es, cuando estaba a punto de terminar su obra se dio cuenta de que había una pequeña mancha en su pintura, así es que estrujó la hoja y la botó al basurero. “No voy a concursar porque no me gustó el dibujo”, respondió a su hermana, quien, con mucha paciencia y cariño, retiró la obra, la enderezó y la planchó para que, finalmente, la escena de David y Goliat obtuviera el tercer lugar.
“Desde ese momento comenzó mi gusto por pintar y esculpir”. Estudiante del Colegio Nacional Pedro Kramer, prosiguió sus estudios en La Paz, donde se graduó, en la Academia Nacional de Bellas Artes, en las especialidades de Pintura y Dibujo Académico y, después, en la de Escultura, bajo la dirección de “mi gran maestro” Víctor Zapana, uno de los más notables representantes de la escultura boliviana, a quien colaboró en la creación de El Ekeko (hecho de piedra granito).
Aquel 1977 iba a ser el año de grandes cambios en su vida, pues, además de colaborar a Zapana y presentar exposiciones en la sede de gobierno, obtuvo una beca en la Academia de Bellas Artes de Roma y después en L’Istituto Professionale de Stato per l’Industria e l’Artiginiato del Marmo Stato Pietro Tacca, en Carrara, “y sucede que me quedé a vivir con el arte, gracias a un empeño constante”.
Con obras enmarcadas en el realismo expresionista, sus exposiciones han estado en Italia, Alemania, España, Bélgica y Estados Unidos, donde recibió premios por esculturas de influencia católica y, obviamente, de la cultura boliviana.
Ha establecido su residencia en Marina di Carrara, en Toscana, donde administra Kosmos Marmo, una empresa que crea esculturas de estilo clásico, moderno y contemporáneo. Sin embargo, “la sangre me lleva al lugar donde nací”. Arturo quiere ver a sus amigos de infancia y piensa, primero, en presentar una exposición de sus obras en el país y, después, retornar de manera definitiva para enseñar a sus connacionales, y demostrar que los bolivianos “pueden estar en la vanguardia de cualquier ámbito de Europa y Estados Unidos”.
Fotos: Gentileza de Arturo Hurtado
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