En el centro cultural Brotfabrik se encuentra la sala de teatro del grupo Marabu, que en Alemania es un referente en teatro para niños y jóvenes. La sala, a diferencia de los espacios estatales, es pequeña y mantiene cierto parecido con El Desnivel de La Paz, con el escenario del mARTadero de Cochabamba o el de Casateatro de Santa Cruz.
La puesta en escena de Agua responde en gran parte a un trabajo intensivo de creación colectiva bilingüe. Para la misma, el grupo parte de la figura más indispensable para un encuentro donde no todos hablan el mismo idioma. Un reportero alemán y su colega boliviano, ambos papeles a cargo del traductor-actor Elmar Schmidt, informan del retraso y del ambiente que se vive en las calles en el marco de la conferencia mundial del agua. La eminencia que va a inaugurar el evento todavía no ha llegado y luego de algunos momentos —en su lugar— entra a la sala de la conferencia un grupo que se suma a la espera de los otros asistentes, el público. Precisamente a partir de la espera se instala el espacio teatral y performativo que articula lo público y lo privado, lo real y lo ficticio. Uno de los asistentes vestido con bata de baño y con espuma en el cabello (Walter Zick) necesita agua para ducharse y reclama por ella al portero de su edificio. El reclamo no hace eco, la espera continúa y a esa voz humana de desesperación le siguen otras voces, lo que da lugar a una cadena de micromonólogos entrelazados con movimientos, gestos y coreografías colectivas. La flor (Carmen Guillén), el mosquito (Jhazel Vargas), la gallina (Avril León), la tortuga (Sergio Ríos), el elefante (Claus Overkamp), el pez de oro (Alejandro Beltrán) y el buitre (Dennis Avilés) uno tras otro empiezan a narrar desde distintas perspectivas y realidades sus preocupaciones en torno a diferentes aspectos relacionados con actos responsables e irresponsables con el medio ambiente y el ecosistema que posibilitan la vida, pero también pueden acelerar la muerte.
La puesta en escena a nivel de texto y corporalidad combina la descripción, el absurdo, lo lúdico y la ironía privilegiando por momentos tonos dramáticos y en otros tonos más sarcásticos y cómicos. Desde la primera intervención del hombre desesperado por la falta de agua para su ducha diaria pasando por la tortuga que no encuentra un lugar seguro para la incubación de los huevos o el pez de oro que haciendo uso del humor negro cuenta cómo toda su familia fue desapareciendo por distintas razones de contaminación del lago Titicaca se va entablando una relación de complicidad con el espectador en torno al sentimiento frente a la devastación del planeta y la sensación de pérdida del hogar, del nido. Esa complicidad se quiebra con la intervención de la señora Nestle (Tina Jücker), quien luego de ver a los animales esforzarse por alcanzar el agua en una especie de desierto se apodera del mismo y placenteramente se la bebe. Los animales, presentes por medio de un tipo de teatro de objetos, se desplazan sobre una mesa, manipulados por los actores, en un juego de desdoblamiento. La señora Nestle, cuyo nombre hace alusión a una de las comercializadoras más grandes de agua y a la palabra “nidito” en un dialecto alemán, asume de manera paternalista la representación y emite un discurso en el que promete ayudar a cuidar el medio ambiente y garantizar el agua mientras toda soberana se sienta sobre los animales que ha prometido ayudar. El público ríe ante la comicidad de la acción, la misma que devela actos humanos y de sus instituciones totalmente hipócritas en torno al cambio climático. La señora Nestle, contrariamente a su nombre, llena de seducción, no está interesada en cuidar el nido ni el planeta sino en ofrecer espejuelos. Cuando la historia parece terminar en una escena de desolación en la que se ha dado lugar a las incoherencias más burdas, toma la palabra un ángel (Fatma Girretz), aunque a mí me pareció más una paloma que recurriendo a varios idiomas, en lugar de dar mensajes parece dar lugar a muchas voces que, pese a lo desolado del asunto, apuestan por la esperanza. Mientras la lluvia cae y los personajes se mojan con júbilo, se escucha una canción en español en la que se repite una y otra vez “quizás, quizás, quizás” marcando un final abierto para que sea el público el que elija acciones o respuestas posibles.
A lo largo de una hora, un público mixto de niños y adultos ha presenciado de manera bilingüe no solo una historia sino también los resultados del proyecto de teatro que busca establecer otros puentes afectivos y de investigación teatral. En la función del viernes, ante la presencia de autoridades, se llevó a cabo un diálogo con los integrantes del elenco. Ante la pregunta sobre las diferencias teatrales, los integrantes de Marabu señalaron que mientras sus colegas bolivianos están más sujetos al texto, la interpretación psicológica de roles y la estructura dramática, ellos dan más importancia al proceso y al montaje posdramático. Pese a esas diferencias, los integrantes de Marabu y los bolivianos han generado en la primera etapa del proyecto un acontecimiento teatral en el cual se vislumbra generosidad y apertura de ambas partes. En la segunda parte del proyecto, los integrantes tendrán que ver si esa diferencia los lleva a privilegiar la textualidad, la corporalidad o más bien a indagar en otros posibles entrelazados técnicos, escénicos. Este proyecto no solo ha posibilitado un encuentro entre gente de teatro de dos países, también ha generado un encuentro intergeneracional entre la gente boliviana de teatro proveniente de diferentes grupos, técnicas, formas y tendencias teatrales. El teatro en la sociedad igual que el traductor y el ángel en Agua, posibilitan encuentros que sin su intervención serían imposibles. El público paceño podrá presenciar los resultados de la segunda parte del proyecto en abril cuando los actores y actrices luego de otras dos semanas intensas de trabajo —probablemente en Cochabamba— presenten nuevamente Agua en el marco del Fitaz 2018.
Karmen Saavedra Garfias es teatrista e investigadora
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