Eugene Ionesco, escritor y dramaturgo rumano, constató que es necesario que el arte o el teatro sirvan para algo, y este algo será enseñar a la gente que hay actividades que no sirven para nada y es indispensable que así sea.
Sin embargo, después de diez días durante los que asistí al Festival Internacional de Teatro en La Paz (FITAZ), empecé a dudar de esta frase. Hablé con directores, actores, productores que formularon nuevas preguntas y respuestas sobre el teatro en la sede de Gobierno.
¿Por qué necesitamos el teatro? ¿Qué da el teatro a los actores y qué les motiva pese a su situación económica dificultosa? ¿Por qué se delimita el Festival Internacional de Teatro al mismo público supuestamente de la alta cultura paceña? y ¿qué hay que hacer para que el teatro sea para el pueblo? ¿Por qué siempre hay un mismo "grupito” de público que sigue al teatro paceño?
El actor Sergio Rojas lamenta esa situación: "Son los mismos grupos que van al Municipal a actuar y la misma gente que va a verlos. No solamente por el precio de 60 bolivianos, que es bastante elevado, sino porque tampoco hubo la gran publicidad. Más allá de Facebook, no hubo gran difusión del evento. Cuando presentamos Pinocho en Cochabamba, un papá con su hija me dijo: ‘Si no hubiera sido por el banner afuera del teatro, no hubiéramos entrado’”.
Freddy Chipana, quien tiene muchos años de experiencia teatral, no solamente ve los problemas afuera del teatro, sino en las presentaciones: "Lo que se ve acá a veces no es teatro. Se aprenden textos y ya. Mucha gente no entrena, ensaya dos, tres veces. Va ahí y presenta. Trabajo creativo también implica una educación. No porque te desnudes es que eres un gran actor; no porque tienes linda voz es que comunicas. Va más allá de eso. Tienes que lograr que el público esté a piel de gallina”.
En su opinión hay algo que el teatro frecuentemente no logra superar: la reconciliación con el público. "Hay compañeros a quienes no les interesa el público. De vez en cuando vas a obras y ves que no les importa si el sonido está bien, si tiene luz, si el público está viendo las obras. En el FITAZ, por ejemplo, pusieron diez filas en el Museo Nacional de Arte a un mismo nivel y solamente las primeras tres filas podían ver la presentación. Muchos de los otros se iban. Y este público no va a volver. Algunas obras son pésimas y hacen mucho daño. Porque si el público va por primera vez al teatro, no va a volver nunca más".
Por eso, Chipana y su grupo tratan de mostrar la belleza, las cosas importantes de la vida, como el amor, el estar vivos. "El espectador debe entrar y empezar a soñar, vivir, ser libre. No tratamos de exponer la vida, porque la vida en sí ya basta sola. Intentamos que una obra sea un espejo en que el público se refleja y encuentra sus soluciones, sus decisiones”.
¿Qué hay que hacer para que el teatro sea para la gente?
Tanto Sergio Rojas como la directora del FITAZ, Maritza Wilde, enfatizan la necesidad de una educación cultural en niños y jóvenes: "Hay que hacer que los niños se acostumbren a ver teatro. No para que sean actores, sino para que se cree un público más conocedor, exigente y más crítico”, explica Wilde.
Rojas propone: "Se debería enseñar teatro en los colegios, como una profesión, una forma de vida. Eso ayuda a que también haya más público. Si los "changos” van desde pequeños al teatro, será una actividad normal”.
Chipana ve la solución en las manos de los actores y sus grupos: "Estoy convencido de que hay que quitar el teatro del teatro, del lugar físico y también de la actuación. Si tú haces un hecho artístico, esta poesía tiene otro lugar. Quitemos el teatro y mostremos vida, amor, sueño. Cuando la gente actúa es también para divertirse, pero el teatro tiene que llegar al alma. Un amigo me dijo: ‘Vayan, saquen el teatro del teatro, vayan a las minas, a los colegios y todo. Pero no vayan a enseñar, vayan a aprender’. A veces pensamos que el teatro lo es todo, pero tendremos que salir a otros lugares para que lo que hacemos no sea un privilegio de pocos”.
El director de Teatro de Los Andes, Giampaolo Nalli, opina que el teatro debe hablar en un lenguaje y de una problemática universal: "Quiero que mi problema se vuelva en algo que te ha pasado a ti. Una vez hicimos una obra y la presentamos en el Municipal. Yo estaba en la cabina de luces y sentí algo raro. Había una gran energía que aquí en La Paz no es difícil de tener. Al final de la obra la mayoría de la gente estaba llorando. ¿Por qué? Porque se olvidaron de la obra, que hablaba de los muertos, y cada uno al final pensaba en su propia muerte.
Cuando montamos un obra, pensamos que el público puede ser un campesino de Oruro, de Potosí, el amante de
teatro de La Paz, el crítico de teatro, la persona de Europa o de donde sea y todos tienen que tener los instrumentos, el lenguaje que les permita entender”.
En diez días de teatro, en diez días de Fitaz aprendí mucho. Experimenté que el teatro es accidental como la vida cotidiana. Te puedes enamorar o decepcionar hasta el cielo en una noche. Vi que tal como en la vida, los pocos actores se autorrealizan con su profesión y que la mayoría son espectadores que juzgan y critican a los que viven.
Entendí que lo que yo sobre el teatro paceño como europea se quedará escondido de la mayoría del pueblo boliviano. Y opino que si este hecho no se cambia con promoción mayor de eventos como el Fitaz, con una gran calidad artística y con una búsqueda incesante de lo nuevo y contemporáneo, no me sorprendería si el público común busque cada día más el cine comercial o internet en vez de los escenarios.
*Olga Yegorova es periodista, voluntaria de la Deutsche Welle Akademie en la Fundación para el Periodismo.
¿Por qué necesitamos el teatro?
"El contacto directo entre los actores y los espectadores no es comparable con otras disciplinas, es inmediato y vital. Además es accidental, cada noche en las tablas es un riesgo: todo puede pasar y nada se puede editar como en el cine. Y aún más importante: el teatro es testimonio de su tiempo y así no es solamente entretenimiento, sino que abre mentes”, dice Giampaolo Nalli, uno de los fundadores de Teatro de los Andes.
"Pienso que el teatro es necesario. Es una de las cosas inútiles que son necesarias. Tiene la capacidad de mover la mente y el corazón de la gente”, afirma.
Dispuesta a tener mi corazón y mente movidos, preparada para el contacto inmediato con los actores, fui a nueve obras del Festival Internacional de Teatro de La Paz (Fitaz). Hubo presentaciones en las que mis manos aplaudieron más rápido de lo que les dictaba mi cerebro. Por ejemplo, la chilena La Araucana logró combinar comedia, drama, música y mostrar la lucha entre mapuches y españoles en la Guerra de Arauco de una manera graciosa. Tenía razón el actor Sergio Rojas cuando me dijo: "El fin último del teatro es que al espectador le pique algo y quiera conocer más. Si logramos que una persona busque algo después de una obra, lo hemos logrado”.
Pues conmigo lo lograron, busqué el homónimo poema del español Alonso de Ercilla.
Hubo también funciones más aficionadas, como la obra Vidala para una sombra. El elenco argentino afirma dedicarse a la experimentación y, sí, en efecto su actuación escasa, su escenografía ambiciosa y su pobre modulación vocal me parecieron el experimento de Frankenstein.
¿Qué incentivos logra dar el teatro a sus actores para continuar a pesar del marginal apoyo económico? Freddy Chipana, intérprete y director de El Alto Teatro, cuenta la lucha interna de muchos actores: "En nuestro grupo nos preguntamos muchas veces ¿por qué nos metimos en esto? Estaríamos tranquilos siendo oficinistas, teniendo un auto, una casa… pero ahí está; nosotros hacemos lo que nos gusta. Es mucho más difícil, pero nos da la energía en este ser”.
Al actor y a sus colegas el arte les da un infinito lugar que los hace sensibles para ver lo que antes no veían, percibir a sí mismos como antes no se percibían: "Es el único trabajo donde utilizas tu ser, tu voz, tu cuerpo.
Encontramos otros universos, soñamos, gritamos, hacemos todo lo que en la vida no se permite y lo mostramos frente al público. Y hay momentos en que el público ni siquiera puede hablar después de la obra, las personas te agradecen y te dan la motivación de seguir y de sentir: tengo que hacerlo”.
Sergio Rojas, quien se dedica al teatro desde hace cinco años, tiene un motivo diferente: "El teatro te enseña muchas cosas, te abre muchas puertas dependiendo de lo que quieres aprender. Por ejemplo, en mi caso, habiéndome formado en el teatro de David Mondacca descubrí cosas muy personales, mías. Que me gustaba contar historias, me gustaba contar historias que me habían pasado a mí o a un amigo. Tengo amigos que han puesto sus miedos en el escenario. Nuestro maestro siempre dice que el teatro es una herramienta para sanarte”.
Después de escuchar a Sergio y a Freddy me di cuenta de lo poco visibles, pero persistentes, que son las expresiones faciales de los actores mientras reciben su aplauso final. Y en algunos casos creí ver el brillo en esos ojos que permite que hagan lo que les fascina.
Pero también descubrí algo más en este Festival Internacional de Teatro. De los diez días que duró, nueve de ellos asistí al Teatro Municipal. Al cabo de la cuarta noche me había convertido en parte de un grupito élite, dizqué, de alta cultura paceña: besito a la derecha, mirada cómplice, abracito de confianza. Pero seamos honestos: ¿es eso lo que el teatro quiere? ¿Es eso que el Festival Internacional de Teatro debe lograr?
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