la presencia de ocacionales malabaristas, que se encuentran de paso por nuestra linda ciudad; artistas callejeros que viven del día a día cobrando algunas monedas por el arte circense que realizan en los fugaces espacios de tiempo que les da el semáforo.
Entrando en confianza con ellos, surgen historias muy distintas y de banderas diferentes, como la de Julieta Juli y Fido Renzo, una pareja argentina que recorre por toda Sudamérica haciendo malabares y equilibrio con fuego; algo peligroso para muchos, pero para ellos es su forma de expresarse.
Hace tiempo que viajan por muchos países; les gusta mucho Cochabamba.
Alegres ante su fugaz público y con antorchas en mano, pasan a recolectar
las monedas que puedan recibir siempre con alegría y agradecimiento. En los próximos días tienen que seguir su viaje, así que tienen que recaudar lo más que puedan.
Sin ir lejos, a unos 50 metros de esta pareja, está Erwin Durán, un colombiano que acabó
ya su día de trabajo.
El hace equilibrio con malabares en monociclo, pero se apresta a tomar el micro como cualquier ciudadano. Al preguntarle qué hace en Bolivia, un poco desconfiado responde, “porque me preguntas eso, quién eres, me darás alguna propina”.
Luego de explicarle que trabajo en un periódico comenta: “Mira, mis padres trabajaron toda su vida y nunca viajaron a ningún lado, siempre encerrados en casa, yo soy diferente no quiero encerrarme quiero conocer el mundo, Europa si es posible. Estoy siempre en contacto con ellos y mis hermanos, pero esto es lo que me gusta y veré hasta donde llego”. Luego, se despide y se va en el bus.
A unos pasos me encuentro con Gonzalo Ampuero, un chileno de 28 años que practica el tiabolo, quien según me cuenta estudio para chef.
“Salí del colegio, estudié a nivel licenciatura para ser cocinero; les entregué el cartón a mis padres, les dije gracias por todo, pero ahora quiero viajar por todos lados, conocer diferentes culturas y me fui... estoy recorriendo varios países desde hace cuatro años”.
En Cochabamba conoció a Alejandra Sepúlveda, una simpática joven chilena de 20 años, con similar pensamiento que él, me la muestra sentada descansando al otro lado de la calle acariciando tiernamente a un gatito que adoptaron y llamaron Tinto.
Me acerco y le pregunto de cómo llegó acá, ella responde: “Ah, es que me cansé de estudiar, de la agitada ciudad, yo no nací para eso, dejé mi casa hace cuatro meses y estoy feliz hago lo que me gusta. Si pienso en volver con mi familia, pero de aqui a un buen tiempo todavía. Me gusta mucho esta ciudad pero mañana nos vamos para Santa Cruz a probar suerte y ver como nos va, mi aventura tiene que continuar”.
Estos son ejemplos de los cientos de artistas callejeros que llegan a nuestro país de paso; muchos dicen que ingresan de forma ilegal, que no tienen
papeles y paran cuidándose todo
el tiempo de la Interpol. “Nos agarran y nos deportan y es comenzar de nuevo”, comenta Gonzalo Ampuero.
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