Gabriel Bilbao Toledo tiene una batalla pendiente con Bach. Esta ha quedado en pausa porque al ser un violinista de 18 años tiene presentaciones y repertorios que debe practicar antes de participar en el Festival de Verbier en Suiza. De momento, es el único joven boliviano seleccionado para asistir a las clases y actividades del evento.
Tenía nueve años cuando su madre decidió ponerle fin a la estrecha relación que tenía con su computadora y su actitud introvertida. Lo inscribió en el Instituto de Música Mario Estenssoro, en la ciudad de Tarija, para que aprenda inicialmente piano. Por la falta de cupo, debió elegir otro instrumento.
Escogió el violín porque, a diferencia de los otros instrumentos, le resultaba un misterio cómo se lograba su sonido. En el instituto fue parte de la orquesta infantil creada por su maestro, Franz Condori, quien lo guió por el universo de la música clásica.
La curiosidad se transformó en un descubrimiento que, poco a poco, se apoderó de su ímpetu y entrega. En 2008, cuando tenía 12 años, su familia regresó a La Paz, su ciudad natal, y se estableció en El Alto.
"El sonido, el repertorio para el violín, las infinitas posibilidades que ofrece al interpretarlo me atraparon”, dice. En 2009 ingresó en la Escuela Municipal de Artes y en la Orquesta Sinfónica de El Alto bajo la dirección de Freddy Céspedes, en la que permaneció hasta 2011.
Hoy forma parte de la Orquesta Bolivia Clásica. Junto a ella presentará en junio las Cuatro Estaciones Porteñas, de Astor Piazzolla, mientras que su profesor, Alexander Lapich, interpretará las Cuatro Estaciones de Antonio Vivaldi. Después emprenderá el viaje a Suiza.
"La participación en el Festival de Verbier durará un mes, me voy en julio. Pasaré clases con reconocidos músicos del mundo y veré en el escenario a otros tantos que son un referente para mi carrera”, cuenta Bilbao.
Infinitas posibilidades
El viaje surge gracias a la iniciativa de la pianista boliviano-holandesa Ana María Vera que averiguó sobre los programas de formación del festival suizo. Por ello, Bilbao envió una audición grabada y en marzo se enteró que fue aceptado por la orquesta junior y que, además de las clases, tocará bajo la dirección del británico Daniel Harding.
Cuando habla de su relación con el violín es fácil olvidar que apenas el año pasado obtuvo su bachillerato en el colegio y que decidió quedarse en la sede de Gobierno para dedicarse exclusivamente a perfeccionar su formación musical.
Recuerda que en 2011 fue momento de inflexión en su relación con el violín. Fue invitado, junto a un compañero de orquesta, por unos profesores que llegaron de Estados Unidos a Bolivia, para ir a la Universidad de Sam Houston, en Texas.
"Pasé clases, fui parte de la orquesta y estrenamos una obra de un compositor de la universidad como parte de un festival. Al volver es que decidí que quería dedicar mi vida a la música”, recuerda Bilbao.
Recurrió al violinista Armando Vera, con el que pasó clases particulares. Él se convirtió en su mentor.
Paralelamente, su profesor trabajaba junto a otros músicos de gran trayectoria, entre ellos Ana María Vera, en el proyecto Bolivia Clásica que tuvo su primer festival en 2011.
En 2012, ingresó al programa de Formación Musical de Bolivia Clásica. Pasó clases con profesores de Inglaterra, Japón y Estados Unidos. En ese marco integró además el cuarteto de cuerdas Arcanus.
Después de dos años fue seleccionado para tocar en una serie de conciertos junto al reconocido violinista y director de orquesta Jaime Laredo, que retornó a Bolivia tras décadas de ausencia. En 2014 obtuvo el primer lugar en el concurso el Violín Boliviano, organizado por el Conservatorio Plurinacional de Música, en la categoría de 25 años.
En 2015, ingresó al programa Promesas de la Sociedad Boliviana de Música de Cámara y este año fue becado para asistir al festival Música Nas Montanhas, en Brasil. En tanto, inició sus clases con el violinista ruso Alexander Lapich.
Hoy las horas de ensayo con la orquesta se suman a las clases y se prolongan en su habitación, donde practica el repertorio que quiere llevar a Suiza. Y cuando es muy tarde, se traslada a la cocina, para no molestar a las tías con las que vive en Ciudad Satélite.
Entre esos "caprichos” que ensaya, como si se tratara de una lucha, está Bach . "Es complejo (...). Y es que técnicamente puede no serlo tanto; pero él era más compositor que violinista, entonces hay cosas que en determinado momento parecen de otro planeta, algo que supera el virtuosismo y llega desde otro lugar”.
Del niño introvertido no queda nada. Hoy es un músico perfeccionista, un violinista que quiere transmitir su entrega a las nuevas generaciones.
"Al tocar el violín existe la certeza de estar viviendo el presente. Esa plenitud al tocar es la libertad, la felicidad. No hay nada mejor que ese momento”, finaliza.
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