Lo personal es político es el movimiento de arte feminista con matices radicales que amplifica la tesis de Carol Hanisch y detona un arte político de mujeres, sobre mujeres, relaciones de poder y subordinación social con narrativas que abordan realidades proscritas como la menstruación, la violación, el embarazo, el aborto, el racismo o las desigualdades laborales. En la mayoría de los casos se apela al propio cuerpo expuesto en intervenciones públicas, la performance o la acción artística, acentuando su presencia con apariciones efímeras o márgenes de improvisación. Se trata de un arte vivo y dinámico emparentado con el happening, el movimiento Fluxus o el arte conceptual, entre otras corrientes.
Figuras emblemáticas subvierten desde los 60 las convencionalidades del arte —al grado de ser censuradas o expulsadas de los escenarios museísticos o ser objeto de la agresión policial— y se han convertido en revolucionarias del feminismo, no solo en el arte. Una pionera del Fluxus fue la japonesa Shigeko Kubota, que en 1965 con su obra Vagina Painting, sumergía pinceles en su vagina para pintar con la menstruación y así denunciaba las opresiones y sistemas patriarcales hegemónicos y re-significaba el cuerpo femenino. También hubo insurrectas como Judy Chicago, que inauguró el arte feminista estadounidense con su provocadora instalación The Dinner Party en “un intento de reinterpretar la última cena desde el punto de vista de las personas que han preparado siempre la comida”. Chicago presentaba platos en forma de vagina que convertían la obra en una representación arcaica de la vulva como el génesis del mundo y del universo.
Carolee Schneemann, también de Fluxus, incorporó su propio cuerpo desnudo, matizado por fluidos de pintura, paneles, espejos rotos o serpientes de juguete, para confrontar los impulsos primales de la sexualidad pasiva. Despertó encendidos cuestionamientos por su desvergüenza erótica y por incitar a la liberación sexual, ya que su obra confrontaba el cuerpo femenino como objeto y espejo del deseo masculino.
Marina Abramovic, la serbia bautizada como “la abuela del arte de la performance”, puso en el centro de su propuesta artística su propio cuerpo, como lienzo de experimentación y cambio en el que indagar sobre los límites y resistencia de la mente y los sentimientos. Sus juegos con la desnudez, el aliento o la sangre fluyen como espejos deconstructores, en los que la artista incluso se somete a la tortura física rasgando su propio vientre, dejando brotar la sangre como denuncia de la brutalidad patriarcal.
Lo personal es político encendió también la contracultura, alimentando a los movimientos emancipatorios que convergían en demandas de igualdad y críticas a las relaciones de poder desde la vida cotidiana —sexual, laboral o política— con las “microrrevoluciones de autoconsciencia”. Así, interpelaba al sexismo, al “racismo masculino”, y se manifestó contra la opresión patriarcal, rechazando que la mujer fuera reducida a un cuerpo, objeto de deseo o máquina reproductora por los sistemas educativos, la institucionalidad y los universos mediáticos. Lo personal es político se convirtió desde entonces en el faro de la reivindicación, el norte de la interpelación, la cimiente artística para desestructurar las relaciones de poder y dominación porque, como bien decía Kate Millet, “el patriarcado se asienta sobre la ideología pero también sobre el sexo”.
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