La obra rompió esquemas: se desarrolló en la oscuridad y actores —ciegos o no— interactuaban con el público. El efecto: los sentidos se activaron. Voces, sonidos, aromas, gotas y fugaces roces formaron una paleta sensorial que hizo que todos los sentidos —menos uno— vean.
Con gran pericia, los actores se movieron entre el público y la oscuridad para narrar la historia. Un viaje a ciegas se tejió de retazos de historias de amor, desde pasiones rápidas y fugaces hasta romances que se anclan por años.
Cada uno de los relatos llevó a viajar por diferentes países, gracias a una evocadora ambientación a través de lo sonoro y sensorial. La voz es un elemento vital y potente. El canto es un elemento itinerante que desencadena recuerdos con temas de amor.
Al cierre, la emoción que envolvió al público creció más cuando el elenco donó un diccionario para ciegos al Instituto Boliviano de la Ceguera. Ojalá que los despistados que encendieron celulares o no se dejaron guiar en la oscuridad sean mejor público la próxima vez que llegue este elenco.
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