Raúl dibujó hasta el último día de su vida”, dice Gustavo Lara. Y no se trata de una figura del lenguaje para aludir a la fidelidad de su hermano, el artista Raúl Lara, a la disciplina del dibujo. Es un dato real. Raúl Lara murió el 22 de agosto de 2011, a sus 71 años, en su casa en Cochabamba, víctima de cáncer. En su lecho de muerte, según su hermano, siguió dibujando.
Y es precisamente esta dimensión de su trabajo la que recoge el libro Aventura íntima e infinita de la línea, coeditado por el Ministerio de Culturas y la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia, que se presentará el miércoles 19 de marzo, a las 19.00, en el Museo Nacional de Arte.
El volumen recoge una muestra significativa de los dibujos de Lara conservados por su familia. Algunos son bocetos; otros, ejercicios de composición o diseños iniciales de personajes; y no faltan los apuntes tomados directamente en el papel que tenía a mano.
Los dibujos están acompañados por estudios y ensayos sobre la vida y la obra del artista nacido en Oruro en 1940. Entre ellos, el escrito por el historiador y expresidente Carlos D. Mesa Gisbert que pone el acento en la construcción de un imaginario social mestizo en las obras de Lara.
El libro también contiene apuntes escritos por Raúl Lara en distintos momentos y a propósito del arte en general o de su obra. “Toda mi vida hice énfasis en el dibujo —dice uno de ellos—, creo que detrás de un buen pintor siempre hay un buen dibujante, pues lo que cambia es el lápiz por el pincel. Es solo cambiar de instrumento de expresión. Es y ha sido una de mis obsesiones el dibujar con delirio dibujístico”.
Gustavo Lara —también un destacado artista— reconoce que la pasión por el dibujo que sentía su hermano Raúl es una característica de muchos artistas. “El dibujo es la línea —dice— y la línea es un conductor permanente, lo mismo para el pintor que para el arquitecto, para el ceramista que para el artesano. La línea es un elemento que vibra, hay línea en la luz, hay línea en la sombra. Es todo un mundo, la línea”.
En mayo de 2013, la familia de Raúl Lara y Espacio Simón I. Patiño organizaron una exposición exclusivamente dedicada a sus dibujos.
A propósito, Michela Pentimalli, —directora de Espacio Patiño— sostiene que lo más importante del libro, y en su momento de la exposición, es el rescate de una faceta prácticamente desconocida de Lara. “De él se conocen —dice— fundamentalmente sus pinturas mientras que el dibujo y de su obra gráfica recién han sido descubiertos póstumamente”.
Esa riqueza tiene varias dimensiones. Por un lado los dibujos muestran la obra como proceso. “Algunos, por ejemplo, son bocetos para llegar a una pintura”, dice Pentimalli. Pero también son un medio expresivo en sí. “Registran de manera inmediata sus sentimientos o reacciones frente a un acontecimiento o a una persona”. Y también está el dibujo en sí. “Hay obras —dice— expresamente realizadas como dibujo”. Finalmente, también permiten ver su trayectoria artística desde un punto de vista estético. “En determinados momentos de esa trayectoria —concluye Pentimalli— se acerca a ciertas tendencias o escuelas. Así, hay dibujos con tinte surrealista u otros donde se nota la influencia de Picasso”.
“A principios de los 50, yo vivía en la calle Rodríguez de Oruro con mis siete hermanos menores —recuerda Gustavo Lara en su estudio de La Paz—. Yo trabajaba pintando paisajes y retratos, especialmente de los líderes de la Revolución de 1952. Un día que yo me estaba reponiendo de una dolencia, se acerca Raúl, tendría unos 12 años, y me pide prestada mi caja de acuarelas. ‘Quiero pintar algo’, me dice. ‘Mirá’, le respondo, ‘en la calle sargento Flores hay una esquina colonial y al lado dos casas de paja. Esa esquina está linda para una acuarela’. Le explico muy rápido qué es la acuarela y cómo se la usa y se va a pintar. Regresa una hora después. Pintó un hermoso paisaje. Desde ese día hasta el día de su muerte no dejó ni de pintar ni de dibujar”.
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