— ¿Cómo encaró el desafío de armar el tejido dramatúrgico de una obra tan grande?
— Es una experiencia única. No sabíamos siquiera cómo se encararía. Para mí, un principio fundamental del trabajo y de la creación es no imponer una forma, sino trabajar para que la forma emerja. Eso es trabajo y tiempo. Ahora bien, “tejer” esta obra fue definitivamente un trabajo complejo, en la balanza de respetar el trabajo de los autores y buscar al mismo tiempo una totalidad. Para esto tuvimos que hacer un ejercicio de diálogo a un nivel al que normalmente no estamos acostumbrados. Invité a Camila de Urioste y Percy Jiménez, puesto que respeto mucho su trabajo, y creo que estéticamente tenemos diferencias que para un proyecto así son fundamentales: diálogo en la diferencia. En una primera etapa me asesoraron Karmen Saavedra (quien vive en Alemania) y Denisse Arancibia.
— ¿Por qué eligió el amor como tema principal de la obra?
— Me parecía muy necesario encarar un tema predominante en la dramaturgia universal y que un puñado de bolivianos lo encaremos. Me parece una forma de dejar una palabra generacional, de hacer algo que marque un momento. Creo que hablar de amor en los tiempos que corren es quizás un lugar común, pero que en la pluma, piel y sonidos de un artista, en realidad se está hablando de nuestro presente.
— ¿Asume la responsabilidad de ser director de directores? ¿Cómo hace para no transgredir propuestas diferentes y, viceversa, para unirlas?
— No, no soy un director de directores, imposible (ríe). Soy un coordinador de directores y director general de la obra que el público verá en la escena. Cada director tiene la soberanía absoluta en su pieza, como un país en un continente. Efectivamente, el estrecho diálogo deviene en el intercambio de ideas para tomar algunas decisiones. Pero cada pieza es autoría absoluta de su escritor y de su director. El mayor ejemplo podría ser una de estas películas que junta varios cortometrajes de diferentes directores. La particularidad en este caso es que las creaciones las trabajamos en diálogo constante y no por separado.
— Al parecer, será un vistazo del teatro contemporáneo actual...
— Puede ser un panorama a nuestro teatro contemporáneo, pero con grandes ausencias. Hay directores, autores e intérpretes que lamentablemente no pudieron formar parte del trabajo, por agenda, tiempo y muchos otros motivos. Puede decirse que es una selección, pero nunca completa.
— ¿Cómo se hizo el diálogo entre tan distintos exponentes?
— El diálogo fue a través del trabajo, nunca todos en una mesa, siempre trabajando y tendiendo puentes en cada área. Creo que la madurez del medio artístico boliviano nos permite entrar en retos tan complejos como éste. Nos permite dialogar y producir en red, crear una sola obra entre tantos artistas. Es un ejemplo de modelo y de trabajo.
— ¿Existen denominadores comunes entre las 12 piezas?
— Sí, pero nunca predeterminados. Existen porque somos artistas de la misma generación, porque bebimos en muchos casos de fuentes similares, porque aprendimos en instancias en común. En todo caso, los comunes denominadores emergieron junto con las piezas. ¡Una locura! Encontrar que sin siquiera haber coordinado estábamos hablando de lo mismo. Es interesante, por ejemplo, saber que la mayor parte encara el amor desde la ausencia, desde el desamor. Hay mucho en común, pero identificarlo es un trabajo que le corresponde al espectador: armar una totalidad es la experiencia del espectador. No-sotros pondremos las piezas, él armará el rompecabezas.
Perfil
Nombre: Eduardo Calla
Nació: 1980, La Paz
Profesión: Dramaturgo, director y comunicador
Un creador de sólida carrera
Líder de la compañía Escena 163. Estudió teatro en Bolivia, Francia, Alemania y España. Publicó sus obras en los ámbitos nacional e internacional. Su trabajo fue ganador en dos ocasiones del Festival Nacional de Teatro Bertolt Brecht, y se presentó en festivales internacionales de teatro como el Fitaz, Santa Cruz de la Sierra, Santiago a Mil (Chile) y de La Habana (Cuba).
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