Su obra se inscribe en la fidelidad a los modelos asociados a una realidad más urbana que rural, sin excluir elementos que en un segundo tiempo sobrepasan lo meramente aparente. Y, en esa dimensión, Pérez Alcalá adquiere su más alta y precisa significación. Esta tendencia se la puede caracterizar, como lo afirma él mismo, por la “liberación del pensamiento”. Tal como para Jaime Saenz, el arte, también para el pintor, es una de las maneras de conocer la realidad o, si se quiere, de iluminarla para hacerla aparecer.
Han ordenado su obra dentro del hiperrealismo y también dentro del surrealismo. Él mismo, con toda intención e inteligencia, se clasifica dentro de lo real maravilloso. En todo caso, ciertamente, más apropiado a lo que es y me apresuro a decir por qué.
Inscribir a Pérez Alcalá dentro de lo real maravilloso tiene la virtud de exponer su trabajo dentro de un registro latinoamericano que nombra lo real de una manera específica, aquella que corresponde a una identidad que se mueve en la orillas de la sobrevivencia posible y que trasciende los límites de la racionalidad. El modo particular de ser de lo real maravilloso se expresa entre lo visible y lo invisible. Como decía Carpentier, que no es el autor del concepto como muchos equivocados piensan: “lo maravilloso no es sino una de las formas de lo real”. Para no dejarlos con la incógnita, valga aclarar que fue Arturo Uslar Pietri, en 1948, quien utilizó el término por primera vez.
En las contadas oportunidades en las que Pérez Alcalá explica su obra, introduce una especie de frontera que la divide en dos tiempos. El mismo lo explica de esta manera: “sólo hace pocos años pinto lo que pienso, antes pintaba lo que veía”.
Estos tiempos, de lo visto y de lo pensado, no son a mi entender sino el desarrollo de un mismo conocimiento que tiene como objeto la representación de lo real; la intención de dejar al descubierto aquello que en la espesa cotidianidad nuestra se hace invisible. En el primer tiempo, digamos en el de la imitatio, es a través del corte o encuadre de lo real que se hace visible esa otra mirada, y que se presenta generalmente como insólita. En esa instancia no es propiamente el objeto en sí lo sorprendente, sino la circunstancia en la que se plasma el objeto. Situación no inventada por el pintor que imita lo visto sino que aquélla, recortada de la homogeneidad cotidiana e incorporada al lienzo sin su habitual vecindad, se descubre, no sólo no nombrada sino reveladora de una profundidad. Por ejemplo, el cuadro El camión muestra una fila de vehículos en la desolada cumbre camino hacia los Yungas. El camión en particular está lleno de bultos y de gente; alrededor de ellos, perros hambrientos. Por encima vuela pájaros, también hambrientos.
Lo insólito no radica en el camión, ni en los bultos, ni el en grupo de campesinos sobre los bultos sobre el camión, ni siquiera en los perros mendigos. Tal vez los pájaros sean lo más extraño del cuadro. Lo insólito es la escena misma, que en su composición describe la manera increíble en la que la gente realiza los viajes. La múltiple carga posterior del camión sobrepasa el resguardo de las rejas de madera, y así, los viajeros, casi flotando, casi volando, propiamente al aire, quedan expuestos a una doble intemperie: no sólo la del paraje desnudo, a la de la tierra yerma de las montañas que nos informa sobre la miseria, sino también a la de su coincidente condición de viajeros sobrevivientes. No existe para ellos otra forma de traslado posible. El hambre animal, tan frecuente en nuestras carreteras, no hace sino reiterar la indigente condición de todo lo vivo en el paisaje.
Para ningún boliviano resulta una imagen extravagante. He ahí lo insólito. Todo ello ocurre dentro de una minuciosa tendencia hiperrealista, y digo tendencia porque el efecto fenoménico de esta situación tiene un parecer inquietante de irrealidad, de invención. Por ello mismo, pertenece a lo real maravilloso y no a un estricto proyecto hiperrealista. Los cuadros que se pueden ordenar dentro de este espacio, entre los que quiero citar Los huacales, ese extraordinario lienzo pintado en México, no son en absoluto idealizaciones, sino que nacen de una mirada que se pretende precisa y que no deja nunca de sucederse de manera poética.
Este “insólito”, una vez liberado del pensamiento, tomó otra forma en el trabajo de Pérez Alcalá, en lo que vamos a llamar el territorio de lo pensado. El realismo mágico encarna ahora en objetos extraordinarios que están, ya sea yuxtapuestos a objetos naturales, a los que se asocian con la misma naturalidad y, por lo tanto, dentro de un mismo nivel perceptivo que los otros, o ya sea claramente la exposición de seres imaginados, que explicitan la otra cara nuestra: la de un mundo colonizado y profanado por otros. Un buen ejemplo de esta primera forma es la cita que hace de San Juan de Alcalá, de Pérez de Holguín, en la que el santo aparece con sombrero mexicano, como señal del espacio latinoamericano; en las manos un quirquincho con máscara, para protegerse de la contaminación, signo de la profanación del aire; y en la cesta lleva marraquetas y no rosas, anunciando la condición de continente del tercer mundo: el hambre.
La incorporación de estas rupturas dentro del orden racional y la inclusión de seres imaginarios ha inducido a varios comentaristas a situar a Pérez Alcalá dentro del surrealismo. Aceptar esta clasificación sería reducir su producción a un par de cuadros. Mantengámonos en lo dicho, si queremos de alguna manera englobar la obra del pintor en su multiplicidad.
(Fragmentos de una conferencia de Rodrigo Abel Bloomfield recogida por Blanca Wiethüchter (1947-2004) en su libro ‘Pérez Alcalá o los senderos de la memoria’.)
Intercambiando lealtades II
Entre la concepción de la idea del cuadro Intercambiando lealtades II y su plasmación total, Ricardo Pérez Alcalá ocupó 16 meses. Habla el artista:
“Comencé con la documentación: encontrar los animales que figuran en el cuadro. Compré cuatro perros y los regalé, para tenerlos cerca de bebés y de grandes, y poder visitarlos constantemente. Saqué muchas fotografías de ellos, hice muchos bosquejos. Una acumulación de unas 400 fotografías en blanco y negro y a color y unas cien hojas de bosquejos. El mueble sobre el que están los perros es mío. Después tuve que hacer las maquetas para poder lograr adecuadamente las sombras: lo más importante es la correspondencia de las cosas con las cosas, establecer estas relaciones para sentir el aire, para sentir la atmósfera. Y esto es cuestión de trucos: el perrito de la izquierda, Tizón, no puede posar justamente en esa esquina, hay que hacer algo para que su sombra, para que su color tenga reflejos en la madera y la madera reflejos en el cuerpo animal. La mujer del cuadro posó al principio y al final. También le saqué fotografías e hice maquetas de la máscara. Todo está relacionado. Se trata de cumplir con la imaginación.
Recordando a Ricardo Pérez Alcalá
Alfredo La Placa / Pintor
El día umbrío y arremolinado de agosto se ensombreció por una llamada telefónica que encapotó el cielo de la memoria: Ricardo Pérez Alcalá había migrado de la vida hacia la muerte y digo “migrado” porque artistas de su magnitud no responden a fenómenos desde siempre establecidos, se diluyó en la liquidez de sus acuarelas magistrales, en un tránsito mágico que siempre intuyó.
Ahora, avizorador de cercanías lejanas, atrapará en sus pupilas irisadas la luz de otros senderos, munido de sus saberes y sus reveladores enunciados; decodificará el misterio de la luz hecha de sombra.
En un juego de tiempo y lejanía estamos en el taller de Sopocachi, la tarde de té y marraqueta está tornando en noche; su inquieta mirada busca un cartón y con rotundos trazos y precisas pinceladas mi imagen instantánea por su genio plasmada pervive nimbada de su magia.
Te contengo y te miro en todas tus facetas de amigo insobornable, de colega solidario, de maestro comprometido, de alquimista trashumante, de coleccionista certero, de ajedrecista militante, de arquitecto rutilante.
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