A la imagen le falta la cruz, también media pierna, un brazo y el rostro. No obstante es una fina obra que merece ser restaurada, y es cuando empieza el diálogo que se desarrolla durante toda la obra. Ya en casa, el padre Ramón se sorprende cuando el Cristo le prohíbe que lo restaure.
El Cristo prefiere no ser restaurado, porque desea que veamos en su rostro, el de todas las personas: los cristos rotos, vivos y sufrientes. A lo largo de la obra se profundiza este diálogo en esta gran parábola.
Ambos personajes demuestran las probabilidades del ser humano. Como hijo de Dios para servir y restaurar al prójimo en lo físico y en lo espiritual. Este diálogo entre el protagonista y El Cristo Roto ofrece invaluables lecciones llenas de sabiduría y esperanza.
La reflexión que se hace es que con la obra se descubre que la gente está acostumbrada a ver la cruz, aunque pocas veces recuerda lo que verdaderamente significa. El Cristo roto no tiene cruz e invita a que le entreguen la que carga cada persona.
Al final de la obra el Cristo explica cómo fue morir en la cruz.
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