Carlos Rosso es músico egresado del Conservatorio Plurinacional de Música de La Paz. Se especializó en dirección de orquesta en la Escuela Superior de Música de Varsovia (Polonia).
Ha sido director de la Orquesta Sinfónica Nacional de Bolivia, de la Orquesta de Cámara Municipal de La Paz y de la Orquesta Juvenil de La Paz. Ha dirigido orquestas en Polonia, Venezuela, Colombia y Perú.
Recientemente ha sido invitado a dirigir un concierto con la Orquesta Sinfónica Nacional.
¿Qué es dirigir una orquesta?
Dirigir una orquesta es algo así como darle vida a la música. El músico compositor termina su trabajo una vez que ha traducido en música su pensamiento. El músico intérprete -el director de orquesta en este caso- empieza su trabajo justamente aquí, cuando tiene que interpretar las ideas musicales del creador para hacerlas vivir, “hacerlas sonar” en el singular camino atemporal del “acontecer” de la música.
¿A qué se refiere con eso del “acontecer de la música”?
La música es una sensación que se la percibe en un espacio de tiempo cuya duración no es la misma que la de nuestro tiempo cotidiano, matemático.
Cuando escuchamos música, escuchamos algo así como un movimiento que fluye en el tiempo para convertirse en una sensación estética que cada uno aprecia a su manera.
¿Y así es como explica lo que significa dirigir una orquesta?
Bueno, no solamente así. Hay quienes ven en la dirección de orquesta una especie de “obsesión inconsciente”. Yo diría un juego maquinado con el tiempo y la memoria.
Explíquenos qué es eso del tiempo y la memoria
Escuchar música es una experiencia que transcurre en un espacio de tiempo determinado, pero ese tiempo no hay por qué medirlo exactamente ni tampoco importa hacerlo. Lo que vale es la sensación estética interior y espiritual que, como dice el escritor húngaro Sandor Marai, “emociona no sólo al oído, sino al cuerpo entero, quizá a toda la existencia”. Esta impresión puede durar un minuto o media hora, eso no importa.
Y cuando hablo de la memoria, me refiero a que a través de ella, justamente, es que se desvela el talento como un don, como una gracia divina, el talento connatural que nace en los más ocultos recuerdos emocionales.
Dirigirá la OSN después de varios años. ¿Cómo se siente frente a este desafío?
Me siento inquieto ciertamente pero al mismo tiempo honrado con la invitación y contento de haberla aceptado. Es que hacer música es una ocupación trascendental. La música es, para mí, y lo ha sido siempre, la motivación esencial que me ha acercado a Dios y me ha guiado en la vida. No conozco embeleso más fascinante.
Y ¿por qué ha decidido retomar la batuta ahora?
No sé realmente si es una decisión, creo que es más bien un desafío. Pero, por lo demás, me siento obligado a hacer uso de los talentos que la divinidad nos ha confiado. Hay que exaltar el sentimiento íntimo de amar la vocación y deleitarse en ella.
¿Cuál es el programa del concierto?
El programa se compone de dos partes: en la primera figura la obertura de la ópera de Verdi Nabucco y el Concertino para Flauta y Orquesta de Alberto Villalpando; en la segunda parte está la sinfonía No. 4 de Tchaikowsky.
Verdi, Villalpando y Tchaikowsky, ¿por qué?
En el caso de la obertura de Nabucco, se trata de un homenaje personal a Verdi de quien este año se cumple el bicentenario de su nacimiento y yo soy un ferviente admirador de su obra musical. El Concertino de Villalpando porque ésta es una obra que forma parte del repertorio de ese importante momento que protagonizó, justamente Villalpando, como una suerte de “parteaguas” en la historia de la música en Bolivia. Algo así como el nacimiento de la música académica contemporánea en nuestro país. Y Tchaikowsky porque es una obra fundamental del repertorio sinfónico universal que, por lo demás, es un hermoso ejemplo de la música empapada en la experiencia vital de compositores que plasman, así, sus emociones de dolor, de amor, de angustia o de esperanza.
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