Alejandro Salazar (1959) es un artista todos los días. No sólo cuando expone sus pinturas (lo ha hecho muchas veces, pero la última muestra fue memorable, como se verá más adelante), o cuando participa en algún proyecto artístico internacional (pintó un mural en Francia), o cuando viaja especialmente invitado (en Dinamarca hizo una película de animación), o cuando publica un libro (tiene por lo menos cuatro en su haber), o cuando gana un premio (muchos de dibujo, de pintura y de ilustración y es un casero de los premios nacionales de periodismo en caricatura). Alejandro Salazar es un artista cuando abre su cuaderno y dibuja. Y eso hace todos los días. Él y su cuaderno son inseparables. Este hecho representa una ventaja: para hablar con él no hace falta ningún acontecimiento en particular, se puede hablar cualquier día. Hoy, por ejemplo. Cuadernos. “En mis cuadernos dibujo con mucha libertad, dibujo sólo por gusto, no estoy dando examen, por eso puedo ser más honesto. Tengo cuadernos de hace 30 años. Me gusta mucho verlos, me veo a mí mismo como artista, mi desarrollo y también mis errores. Es como una historia vivida. En el imaginario de la gente eres artista sólo cuando expones o cuando apareces en los medios. Los cuadernos me permiten ser artista todos los días. Ése es mi truco. También me gusta ver cuadernos de otros artistas. Un cuaderno es una cosa mucho más íntima que un cuadro o que una exposición. La personalidad de un artista está mucho más presente en un cuaderno que en uno de sus cuadros”. Arte. “No puedo diferenciar entre arte mayor y arte menor. Mi padre era una persona que pensaba que una historieta era arte, pero a la vez tenía libros de pintura y me decía que eso también era arte. Desde entonces, tengo una confusión en la cabeza. Un dibujo en una servilleta o en mi cuaderno o una pintura para mí tienen el mismo valor. Lo que me interesa de una obra de arte es hacerla. Cuando creo que está acabada, para mí ya ha cumplido su cometido. Después, si se expone, si se vende o si mi hijo la rompe ya es otro asunto.”
En octubre de 2008, Alejandro Salazar expuso en la galería Atipaña de Sopocachi una serie de cuadros pintados directamente sobre la pared, con marco y clavo incluidos. Tardó un mes en hacerlos. “Iba todos los días a la galería —dice— como a una oficina”. Una vez terminada la muestra los muros fueron cubiertos. No se vendió ni un solo cuadro, por supuesto. Fue —aunque el artista no la haya pensado así— la performance más radical. Pero nadie se dio cuenta (eso quizás sí estaba pensado).animales. Los cuadernos de Alejandro Salazar son como el sombrero de un mago distraído: el rato menos pensado saltan los conejos. (Ésta es quizás una infidencia, pero hay que decirla ahora o callar para siempre: a veces Alejandro Salazar sufre ataques de conejitis. Para que se pase toma Conejol Forte.) En fin, de ese sombrero, decía, saltan conejos y con ellos toda una fauna que desafía cualquier clasificación. “Yo pienso que el arte en general, pero sobre todo el dibujo, te permite expresar cosas que no hay en el mundo. Cosas que solamente están en tu mente. Es cierto que siempre dibujo animales o híbridos entre animales y humanos, pero no es una cosa preconcebida. No pienso: ‘Ahora voy a hacer patos o conejos’. Por alguna razón se entrecruzan las especies. Mi mente funciona un poco así. Esos dibujos se pueden interpretar de muchas maneras. A mí lo que me interesa es que tengan humor”. caricatura. “A los bolivianos les gusta mucho la política. A mí también me interesa la política, no digo que no. Lo que pasa es que tengo un sentido crítico de la realidad, por eso lo que dicen los periódicos o la televisión trato de filtrarlo con una mirada irónica. En este trabajo me considero un ilustrador, porque estoy expresando una idea o un concepto. En cambio, cuando hago mi trabajo libremente soy dibujante. Lo que une una y otra cosa es el humor, la ironía”.pasear. Alejandro Salazar es un ciudadano: vive en la ciudad de La Paz y ejerce todos los días su derecho a pasear. Se lo puede encontrar en las calles. “Pasear por la ciudad es parte de mi trabajo. Busco estímulos, y las cosas me sorprenden. Por ejemplo, vives en un barrio durante años, pasas por la misma calle y en esa calle hay una puerta que siempre está cerrada. Pero un día esa puerta se abre. Entonces, recién te das cuenta que esa puerta existe. Y el rato que se abre es como si entraras a otro mundo. Eso me pasa con muchas cosas. Cuando voy por la calle veo a la gente o a las calles o a las paredes. Hay paredes sorprendentes. Como la ropa es a la gente las paredes son a las casas, te dicen muchas cosas de la gente que vive ahí adentro. Pasear por la ciudad es como una especialización de mi trabajo de artista”.
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