Corría un día de fines de julio de 1975. El ambiente era propio de una dura represión política y estábamos en plena asamblea estudiantil para decidir la continuidad de la única huelga del momento en Brasil (duró cinco meses) contra la dictadura militar. Era la Escuela de Comunicaciones y Artes de la Universidad de São Paulo. “Jorge, hay unos gringos preguntando por ti”, me comunicó un colega. El cuerpo se me estremeció de miedo, pues era (y es) prohibida la participación de extranjeros en política interna de Brasil, más aún siendo estudiantes.
De lejitos nomás miré a quienes me buscaban. Uno de ellos era cara más o menos conocida: blancón, alto, barbudo, cargaba un pequeño estuche; el otro, también alto y blancón, flaquito y de cabello crespo, tenía colgada al cuello una bolsita de aguayo. “¿Será que voy a tener que ir a declarar”?, me pregunté.
Tomé la precaución de ser acompañado por tres estudiantes. Antes de preguntarles algo, el barbudo me dijo: “Hola, soy Eddy Navía, él es mi compañero Alcides (Mejía) y venimos a pedirte que nos colabores, pues queremos mostrar la música boliviana a los universitarios”. Ahí los reconocí. Ellos, claro, no tenían la mínima idea del momento político grave que Brasil atravesaba, cuando la represión secuestraba, torturaba y mataba a quien se atreviese a oponerse a la dictadura militar que aterrorizaba el país desde el 31 de marzo de 1964 y que, dígase de paso, tenía ligazones con el dictador Hugo Banzer de Bolivia desde 1971.
“¿Por qué no?”, me dije. ¿Cómo dejar pasar semejante oportunidad de presentar en São Paulo a una de las figuras musicales del momento en Bolivia?
Además, sería una forma de distender la situación política en el campus universitario. “¿Y dónde está Gerardo (Arias)?”, pregunté casi que instintivamente, pues con él formaban un dúo que ya había grabado tres discos en 1970 en Argentina. Para mi desilusión, Eddy me respondió que Gerardo había tenido que retornar rápidamente a Bolivia. El percusionista Óscar Castro, convocado también para esa visita al sur de Brasil, había regresado de igual manera.
¡Manos a la obra! Dejamos de mimeografiar los panfletos políticos en el estudiantil Centro Académico Lupe Cotrim y utilizamos la máquina para imprimir el afiche de divulgación de la primera presentación que, fue decidido por el comité de huelga de la ECA, sería en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAUUSP).
Pregunté cómo debíamos presentarlos. Eddy y Alcides tuvieron una rápida reunión a solas y luego me comunicaron: “Savia Andina, así se llama el grupo.” ¿Grupo?, “pero sólo son dos”. “Sí, pero seremos cuatro”, me dijeron. Yo no sabía que en la emergencia habían optado por invitar a Guido Ayala, uno de los danzarines del ballet de Chela Urquidi, para que haga la vez de percusionista, y a un artesano boliviano que se hacía llamar Carlos Román Bolivia, residente en Río de Janeiro, que le hacía nomás a la guitarra. Fue una semana intensa, pues Savia Andina (o parte de ella), con sus ponchos blancos se presentó en 12 de las 31 facultades de la Ciudad Universitaria en São Paulo.
Treinta y siete años después de ese mi primer contacto con Eddy Navía, constato que no cambió su forma de ser. Me responde a una entrevista desde su hogar en San Francisco (EEUU), donde radica desde 1990. Sigue siendo tímido, poco dispuesto a ser el centro de las atenciones y, eso sí, más dedicado que nunca a la música boliviana y a su compañero de vida: el charango. Ese charango que llamó la atención del pianista cubano Chucho Valdés (ganador de cuatro premios Grammy), con quien el boliviano ha grabado Piano & Charango, que le ha valido al potosino ser el primer artista boliviano de la historia en ser nominado al premio Grammy Latino en la modalidad de mejor álbum de folklore, antes de que éste llegue al público, lo que acontecerá el 7 de noviembre.
“Tal vez ha influido la combinación de ritmos bolivianos con un toque muy sutil de jazz”, describe el charanguista, quien se reconoce desde ya muy orgulloso “por haber llegado a esta instancia junto a un gran músico como Chuchito Valdés”. El disco incluye diez temas instrumentales del folklore boliviano y uno caribeño; cuatro de ellos compuestos por Navía y uno por Valdés. Su hijo Gabriel interpreta la guitarra, el bajo y las zampoñas, y ha hecho de ingeniero de grabación. Tocan también el percusionista paceño Fernando De Sanjinés y los invitados Miguel Sisniegas, George Lamman y Rebecca Roudman.
“No será nada fácil ganar el premio, porque tendremos que competir con importantes nombres como la combinación chileno-peruana Eva Ayllón e Inti Illimani, Luciano Pereyra, Lila Downs y Reynaldo Armas”; pero se dará batalla.
Entre tanto llega la XIII Entrega Anual del Latin Grammy, que se hará en el Centro de Convenciones del Mandalay Bay de Las Vegas, el 15 de noviembre a las 20.00, hay tiempo para más recuerdos.
Eddy recuerda que Savia Andina surgió de una “feliz casualidad”, ya que residentes bolivianos en Brasil “nos invitaron a Gerardo y a mí a participar en un evento internacional en Belo Horizonte. Fuimos con el nombre de Kollana. El evento era en conmemoración del Sesquicentenario de Bolivia, en 1975, y allá acudieron otros artistas, como el Ballet de Chela Urquidi y José Zapata”. Sobre su paso por São Paulo, hace 37 años, me dice que aún está fresco en su memoria, y se apresura a recordarme que también Gerardo Arias y Óscar Castro, sus amigos de colegio y paisanos potosinos, son fundadores de Savia Andina, aunque no hayan estado en ese momento ya descrito.
Me recuerda también que en los cuatro meses que permaneció en São Paulo (Alcides había retornado antes) tuvo tiempo de componer varios temas, el más conocido de ellos El Regreso del Inca, que me hizo oír una tarde cuando yo retornaba de la universidad para casa. “¿Regreso del Inca?, ¿qué inca?”, le pregunté en broma. “Sí, mi hermano, el inca soy yo y voy a volver a Bolivia, gracias por cobijarme en tu casa todo este tiempo”. Noté que extrañaba no sólo al país, sino a sus amigos de infancia, Gerardo y Óscar, con quienes había iniciado su caminata artístico-musical en 1964, en Potosí, tocando música rock como Los Rebeldes.
Y ¿cómo no extrañar a sus amigos? Al final, el dúo Navía-Arias (Gerardo) había conquistado La Paz al volver de la Argentina (inicio de los 70), cuando se presentaron en Festival Folklórico Universitario, como alumnos de la UMSA, el que ganaron con Copagira, su composición. Suficiente para que las puertas se les abrieran; la primera fue la del club Japonés, donde el excelente guitarrista y cantante Carlos López ya tocaba y el humorista David Santalla era el presentador. “Era una novedad, porque nunca antes se había oído en una peña folklórica obras de autores clásicos en charango y guitarra, como Marcha Turca, Sinfonía 40 (Mozart) y Czardas (Monti). De cierta forma, Carlos López y David Santalla fueron nuestros padrinos”.
Único músico entre siete hermanos, Eddy —nieto de Luis Felipe Dalence, descendiente del patricio Pantaleón Dalence— cuenta que su infancia en Potosí marcó su vida, porque antes de Los Rebeldes ya había experimentado su primer contacto con la música “moderna”, tocando batería en un grupo formado por sus amigos del colegio Franciscano, donde él se destacaba más como deportista, pues jugaba en las selecciones de básquet y voleibol. “Mi primer contacto con la música fue en ese colegio; profesores como Julio Pérez Chacón, en la primaria, Elizabeth Stevenson de Zárate y Humberto Iporre Salinas, en secundaria, me motivaron”.
“Estoy y siempre estaré agradecido con mis compañeros y amigos de Savia Andina, porque con ellos aprendí mucho en lo musical y en valores humanos”, añade Navía, quien se separa de su charango sólo cuando tiene que atender los quehaceres de la Peña Pachamama, local que junto a su esposa Quentin Howard (neoyorquina, fundadora de su propio grupo musical, Sukay) administra en San Francisco. “Al charango y a la música les doy la misma atención que a mi familia. Como no es fácil vivir sólo de la música, buscamos alternativas, siempre relacionadas con el arte; por eso también dedico mi tiempo a la peña, que se ha constituido en un consulado cultural boliviano”. Y, ciertamente, allí acuden los bolivianos que precisan colaboración, y los ciudadanos norteamericanos o inmigrantes latinos que buscan información cultural de Bolivia. Se sirve comida andina y, claro, hay música. Azul Azul, Enriqueta Ulloa, Zulma Yugar, Kalamarca, los Kachas, Gisela Santa Cruz, entre otros, pasaron por ese escenario, además de varios artistas locales.
Navía actúa también. El jueves es “Noche de flamenco” y él toca la guitarra; el viernes, “Noche cubana”, el piano o el tres cubano, y el sábado es la gran velada de “Carnaval boliviano” y de charango. Hay que dejar asentado que a este boliviano se deben temas como Alturas del Sumac Orcko, Danza del sicuri, Tinkuna, Tierra de vicuñas, Daniela Soledad, Vibraciones, Copagira, Linda boliviana o Surimanta.
Tanta actividad y la distancia no impiden que el artista mantenga contacto con Bolivia. “No consigo pasar un día sin buscar información sobre nuestro país, sobre la actividad cultural, y en eso internet ayuda mucho. Pero visitar nuestra tierra cada año es como realimentar mi mente y mi música. Es algo que siento que hasta mis instrumentos necesitan”.
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