“Es una música ‘sub-realista’”, dijo alguien en una clase de la semana pasada. “Como esa respuesta he tenido muchas”, recuerda García, quien se plantea publicar algún día un texto con todas sus vivencias en este centro.
En sus 105 años de servicio, además de ser el semillero de destacados músicos y compositores, el Conservatorio Plurinacional de Música (CPM) fue también eje de convergencia de un sinfín de historias, anécdotas y vivencias que no sólo enriquecieron su trayectoria, sino que marcaron la vida de cientos de estudiantes y docentes.
“Desde muy joven estuve decidido a tener una banda y fue en el Conservatorio donde conocí a mis compañeros”, recuerda Simón Luján, guitarrista de Octavia. El músico ingresó a este establecimiento en 1987 para estudiar guitarra clásica, pero poco a poco se decantó por el rock y terminó de marcar su vocación junto a Vladimir Pérez, Omar Gonzales y Guery Bretel.
“Fue el lugar clave para encontrar a los miembros de la banda”, recuerda. De hecho, fue en el “conser” -como se le conoce de cariño- donde comenzaron sus tocadas. “Algo paradójico es que cuando el grupo aún se llamaba Coda 3 nos invitaron a tocar una vez y desde entonces no hemos vuelto”, cuenta Simón, un eterno agradecido a maestros como Cergio Prudencio, Nicolás Suárez y Manuel Monroy.
“Si hay algo que he aprendido en el Conservatorio es a amar la música en sus diferentes géneros, aunque sin duda me apasiona la clásica”, comenta el contrabajista Randolf Ríos, miembro de la Orquesta Sinfónica Nacional y de la agrupación The true funk groove .
Cuando ingresó al CPM, confiesa, pudo al fin sentirse un artista, como había deseado desde muy joven. “La primera vez que subí a un escenario fue con la orquesta juvenil entonces dirigida por Willy Pozadas”.
“Con la orquesta hemos viajado por toda Bolivia, ése ha sido uno de los regalos más lindos que me ha dado el Conservatorio, además de las amistades”, agrego Ríos, que hoy dirige precisamente la orquesta juvenil en la que se inició.
La cantante Silvia Velarde, conocida popularmente como Sibah, recuerda también su paso por este centro de enseñanza musical.
“Entré al Conservatorio en 2000, cuando tenía 19 años... si hay una enseñanza que me dejó, tiene que ver con una frase que siempre decía el profesor de armonía, Einar Guillén. Él usaba una vincha con la inscripción ‘no hay como el que estudia’, algo que nos repetía constantemente y creo que eso es fundamental, pues si bien las instituciones te dan una guía, si uno no estudia y se esfuerza no llegará lejos”, señala.
Pero más allá de su formación, muchos músicos le deben al Conservatorio el destino, el estilo de vida.
Uno de ellos es Gabriel Guzmán, compositor y guitarrista. “Yo no sé hacer otra cosa que no sea música”, afirma y recuerda que estudiar en el “conser” le impulsó a tomar en serio este arte. “Fue trascendental porque es sabido que muchas veces uno no puede vivir de la música, pero si de verdad te apasiona y la cultivas bien, todo es posible”, dice.
Una de sus mejores experiencias en este centro la plasmó en un disco. “Tenía un profesor que falleció, Guisberto Sanginés, a quien le dediqué una canción porque le tenía mucho cariño”.
A decir de Guzmán, su profe era un hombre muy comprometido con la enseñanza musical, pasión que le transmitió. De ese cariño nació Viweto, una canción inspirada en una anécdota más de las muchas que cultivó en este centro.
“El Conservatorio fue fundamental, pues me enseñó a tomar en serio la música y a vivir de ella, algo difícil en nuestro medio”.
Gabo Guzmán
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